Lunes 20.6.2022
/Última actualización 13:02
¿Qué pasó hace 200 millones años para que tengamos la diversidad de especies de plantas que tenemos hoy? ¿Cuáles son los mecanismos que la regulan? Estos interrogantes son los que buscó responder la doctora en Ciencias Biológicas, investigadora del CONICET y de la Universidad Nacional del Litoral, Renata Reinheimer y su equipo en el Laboratorio de Evolución del Desarrollo que está ubicado en el Instituto de Agrobiotecnología del Litoral.
"Llegamos a las moléculas que regulan la vida de las plantas, pudimos aislarlas, conocerlas y trabajarlas en un cultivo de vida como el arroz para que vivan más y mantengan su productividad, lo que es muy importante porque si bien hay especies que viven más de un año, su rendimiento decae con el paso del tiempo", explica la doctora Renata Reinheimer.
"Esos trabajos –continúa- requieren un viaje al pasado. Reconstruir, construir hipótesis, indagar sobre lo que pasó hace muchos años. Nosotros lo hacíamos con un mecanismo que se llama reconstrucción filogenética y terminábamos siempre identificando moléculas o mecanismo moleculares. Una vez que encontramos estas moléculas, probamos las hipótesis evolutivas en el laboratorio y en esas pruebas llegamos a descubrir el grupo de moléculas que extienden la vida de las plantas".
Descubierto esto, comenzaron a analizar si tenía el suficiente valor para ser patentado y si al Conicet y a la Universidad les interesaba. "Ellos tenían que evaluar si lo que teníamos era valioso y eventualmente hacer una transferencia", explican. Después de estudiar lo que habían descubierto, llegaron a la conclusión de que se trata de una tecnología que se puede patentar y que tiene altas chances de ser transferible.
En el camino que deben transitar para llegar a la meta, uno de los primeros pasos que dieron fue el de validar el mecanismo que habían descubierto en el laboratorio en especies de valor comercial y lo hicieron en el arroz con muy buenos resultados. "Entonces nos encontramos con la cuestión de las patentes, a las que hay que solicitar y mantener, lo que implica un costo enorme, como lo tiene probar esta tecnología en otras especies", explican.
"La inversión que se necesitaba excedía lo que podían aportar las instituciones públicas. Y además no solo estaba la cuestión técnica y de propiedad intelectual, sino que había que pensar en el mercado. Por experiencias que había visto en otras partes del mundo, un desarrollo de este tipo demanda muchísima inversión porque necesita al menos 10 años de desarrollo y hay que ser muy inteligente a la hora de registrar la propiedad intelectual; se requiere de toda una estructura porque ya no es más un laboratorio de investigación básica", explica Reinheimer.
Para encarar esta nueva etapa, el 20 de julio del 2020 Reinheimer, la Ingeniera Química Cecilia Arolfo y la Magister en Innovación y Emprendimiento María Victoria Nagel crean la startup Infira que nace como un spin off académico.
"La Universidad y el Conicet podrían haber decidido transferir o licenciar este mecanismo a una empresa biotecnológica grande, pero aparece la voluntad de Renata de querer ser parte de la definición de lo que se hace con esa tecnología. Esto podría haber quedado en las cajones de los escritorios de las empresas hasta amortizar lo que tienen en el mercado, pero se decidió seguir trabajando en la evolución de la tecnología y se tomó la decisión de constituir la empresa y que el investigador participe", explica María Victoria Nagel.
Apenas se fundó, Infira tuvo una primera aceleración de parte de la Aceleradora Litoral cuyos inversores son de la Union Industrial de Santa Fe, la Bolsa de Comercio, el Parque Tecnológico y la Universidad. También obtuvieron una licencia de fondeo del Ministerio de Desarrollo Productivo de Nación, que, por un mecanismo prestablecido, desembolsó el doble. Y también hubo aportes de subsidios, además de los que se están gestionando con Provincia y Nación.
Las responsables de Infira repasan lo hecho en estos dos años con satisfacción. "Cumplimos un montón de hitos importantes como que el Conicet y la Universidad licencien la tecnología de esta nueva empresa con un paquete tecnológico completo. Presentamos las patentes en seis países (Argentina, Estados Unidos, Brasil, Canadá, Filipinas, Australia y la Unión Europea), tuvimos reconocimientos en el país y el exterior y avanzamos en la validación de la tecnología en el arroz. Ahora nuestros próximos pasos es abrir una nueva ronda de inversión para conseguir capital de riesgo para poder seguir trabajando e incorporar esta tecnología a otros cultivos que no solo estén destinados al consumo humano, sino que también a otros tipos de cultivos como los industriales".
Para eso, en las próximas semanas estarán lanzado una nueva ronda de inversión con el fin de conseguir el fondeo que les permita financiar el trabajo el próximo año y medio. Se hace a cambio de hacerlos partícipes de la empresa, esto es, quienes aportan dinero pasan a ser socios.
"Contamos con el asesoramiento de distintos actores del sector público y privado como ingenieros agrónomos, expertos en maquinarias, en suelos, en agua, economistas, consultores en propiedad intelectual y estratégica tecnológica, sociólogos, abogados, expertos en materia regulatoria. Un desarrollo como el que proponemos es a largo plazo y hay que cumplir distintas etapas. Una de invernadero, un desarrollo temprano, otro avanzado. Un protocolo que cumplir. Nosotros estamos en el primer paso. El tema es financiar hasta llegar a eso. Nosotros somos una empresa de tecnología, agregamos conocimiento y avanzamos en la madurez tecnológica.", dice Reinheimer.
"Nuestra idea es lograr aprovechar los cultivos dos o tres temporadas más, sobre todo aquellos que son anualizados y se cultivan por una franja de tiempo muy corto. Esto reduce maquinarias, combustibles, agroquímicos, disminuye la huella ecológica, evita la erosión, tienen una ventaja ambiental importantísima pero también tiene que tener ventajas para el productor y estas son que mantenga el suelo sano o que lo pueda reutilizar y en segundo lugar que les rinda. Existen cultivos perennes o que se intentan perennizar pero a lo largo de los ciclos disminuyen la productividad. La ventaja de esta tecnología es que impulsa la vida y sostiene la productividad y disminuye los costos de producción muchísimo", concluyen.
"Nos inspiramos en el paisaje original de Argentina. El pastizal natural argentino son especies herbáceas perennes y tenemos los mejores suelos del mundo. Eso te indica claramente que estas especies que viven mucho más tiempo están en armonía con el ambiente. Reconocemos 300 mil especies vegetales, de las que el 95 % son perennes. Eso quiere decir que la naturaleza va en camino de la perennidad y muy pocas veces opta por la vida corta. A esa pernennidad la interrumpió la necesidad de producir alimentos y ahora se lo queremos devolver", concluyen.