Mariela Goy
La especialista sostiene que inclusión y calidad educativa no son términos opuestos.
Mariela Goy
mgoy@ellitoral.com
Twitter: @marielagoy
Carina Kaplan, doctora en Educación por la UBA, investigadora del Conicet y magíster en Ciencias Sociales y de la Educación por Flacso, se expresó en defensa de la escuela pública e instó “a luchar para no permitir que la educación se privatice y mercantilice”. Kaplan fue una de las disertantes del VI Congreso Pedagógico Provincial de Amsafe, que se realizó el 21 y el 22 de agosto.
La especialista dejó a su paso por Santa Fe conceptos que cuestionan la imagen negativa que hoy se le asigna a la escuela y a los maestros. “No compro el discurso de que la escuela es violenta, y que entonces hay que instalar cámaras de seguridad u otro tipo de medidas. Si se considera que hay un ‘gen’ de la violencia, se va a depositar más agresión en aquellos que ya están siendo violentados: los pobres. Desde la escuela no podemos tener esa mirada”, planteó la pedagoga durante su disertación ante unos 2 mil docentes, que aplaudieron varias veces su apasionamiento por la educación.
—Hay una exigencia de que el chico tiene que permanecer en la escuela: si no aprobó un examen, los profesores le deben tomar una segunda prueba, si tampoco pasa tienen que darle ejercicios en los temas que está flojo. Se habla mucho de la pérdida de calidad de la escuela ¿Cuál es su opinión?
—Creo que hay que encontrar modos más colectivos de apoyo al maestro para el seguimiento de trayectorias. Uno estaba acostumbrado a trabajar con grupos de estudiantes más homogéneos que los que históricamente han estado excluidos de la escuela. Es decir, hoy estos alumnos están en el secundario y antes eran eliminados; por eso, tampoco se problematizaba acerca de ellos. Hay que encontrarle la vuelta para trabajar con la diversidad sociocultural porque vienen con aprendizajes distintos, ni más ni menos valiosos; y eso implica un reacomodamiento del maestro. Pero caer en el discurso del “facilismo escolar”, del que ahora no aprenden nada, es hacerle el caldo de cultivo a la derecha. Y digo a la derecha porque expresa claramente una posición donde el Estado va privatizando a la escuela pública.
—¿Entonces para usted no hay una pérdida de la calidad en la educación?
—Hay que verlo en términos históricos. El discurso de la inclusión fue primero, porque si no hay inclusión, no hay igualdad y, si los niños no están en la escuela, están en lugares donde la sociedad no tiene ninguna respuesta para ellos en términos sociales. Es decir, el mejor lugar donde pueden estar los niños es en la escuela. A partir de ahí, como todas las instituciones que reciben a niños que históricamente han estado eliminados, tienen que encontrar otras formas de enseñanza, de integración escolar, de socialización. En ese sentido, es claro que tenemos que caminar hacia la calidad, pero para mí la calidad y la inclusión educativa no son términos opuestos, si no que van de la mano.
Antes teníamos a la mayoría de los jóvenes fuera del sistema educativo, mientras que hoy la escuela secundaria es obligatoria. Y es una escuela joven, estamos en uno de los pocos países que decretó la escuela pública secundaria y eso lleva un proceso histórico. Nos ha llevado 100 años que todos los chicos estén en la escuela primaria. No nos va a llevar otros 100 años que todos estén en el secundario porque tenemos experiencia histórica pero, por supuesto, ahora hay que convencer a los jóvenes de que ése es un buen lugar para ellos. El derecho es algo que se va conquistando, se hace por decreto pero luego hay que hacer una conquista cultural y las escuelas tenemos que trabajar para eso.
—¿Cómo se mide la calidad educativa?
—Una manera de medir la calidad es por la capacidad que tiene el sistema educativo de incluir a la ciudadanía en su seno y también tiene que ver con formas de aprendizaje que van a ir cambiando porque el currículum no es algo fijo, si no que se va construyendo históricamente. Está el tema de las nuevas tecnologías, que es otro modelo que nos indica que los jóvenes aprenden distinto. El maestro también tiene que ir formándose para estar a la altura de la circunstancias. Cuando se habla de calidad, éste es un punto central. Ahora, se consiguieron en paritarias sistemas de formación nacional gratuitos, que permiten al maestro no tener que invertir de su salario y formarse como parte de su trabajo. Eso va a impulsar el deseo del docente por formarse, porque en educación lo que aparece es el deseo o la pasión por enseñar y aprender. Si no hay pasión por aprender, no hay educación posible.
“No se puede dañar el
cuerpo de los niños”
—Usted está trabajando en una línea de investigación relacionada con la violencia en la escuela ¿Qué nos puede adelantar?
—A partir de mis investigaciones, he visto que todavía subsiste una cultura donde el cuerpo del niño se considera como tenencia del adulto y, en ese sentido, discuto con aquellas perspectivas que creen que el castigo físico es educativo. Empecé trabajando sobre las violencias simbólicas en la escuela, es decir, sobre las humillaciones, los insultos, y después me di cuenta de que el castigo físico sigue persistiendo como cultura de la familia y de algunos maestros. Por primera vez, el nuevo Código Civil considera que no se puede dañar el cuerpo de los niños. Esto quiere decir que lo que antes se consideraba legítimo, ahora es ilegal; y esto representa una conquista histórica para el país. Entonces, estoy trabajando muy fuertemente con los maestros, diciéndoles que no se puede tocar a los niños, sí para abrazarlos, pero no se los puede tocar en el sentido del maltrato. Y también diciéndoles que deben tratar de visibilizar aquellas situaciones donde los niños son violentados físicamente en su hogar.
—Hay violencias a las que están sometidos los niños en sus casas, en su barrio, y todo eso se traduce en las aulas. Se ve a los directores tratando de buscar herramientas pedagógicas como para revertir ese estado en el que llegan, pero a veces dicen que la realidad los pasa por encima.
—Primero, no hay que confundir la violencia en la escuela con la violencia delictual o de inseguridad. Creo que las escuelas no son inseguras; en todo caso, tienen formas de expresión simbólicas (humillación, por ejemplo), y algunas veces físicas (peleas entre compañeros). Entonces ahí hay que hacer un trabajo sobre los vínculos y las emociones, porque en general uno le presta más atención al conocimiento escolar pero no tanto a las formas de socialización. En las escuelas secundarias, por ejemplo, los profesores no han sido formados para trabajar con los alumnos en el sentido vincular, o en cómo afrontar las transformaciones que ha habido sobre la autoridad. Pasamos del “límite autoritario” en épocas de terrorismo de Estado a un desequilibrio en la autoridad y en las formas de los límites. Veo positivamente que sean sociedades en transformación pero tendremos que buscar un equilibrio porque, por supuesto, todo niño y adolescente necesita un límite, que debe ser de cuidado, no autoritario ni arbitrario.