Pasó la edición 90 del clásico y quedó en tablas. Una vez, como se los había deslizado en la columna del sábado, el partido más esperado del año terminó sin ganador. Así está el derby en la ciudad de Garay...sufre de una clara “empatitis aguda”: 15 igualdades de los últimos 26 juegos. Se potencia el miedo a ganar...se triplica el miedo a perder. Cada uno cuidando su “quintita”: Colón con la aventura copera de la Sudamericana y Unión arrancando invicto la Superliga.
Y a propósito de esta generosa iniciativa de poner en juego la Copa 100 Años del Diario El Litoral, quiero homenajear con el título del comentario a uno de los hitos históricos que quedaron registrados en las retinas de los santafesinos: “El chico de los mandados”.
Lo más pibes podrán pensar que le estoy copiando la letra a Iván Noble, pero los que peinan canas saben que se trató de un sello del vespertino durante varios años. “El chico de los mandados”, personaje y slogan ideado por el creativo Obdulio “Luli” Álvarez. Se trataba de un servicial cadete que acompañaba los avisos clasificados y durante muchos años se lo identificó con esta sección. Marcó una época, como “Ramona” o “Lindor Covas”.
Generaba la idea que todo lo podía: comprar, vender, alquilar, permutar y ese tipo de cuestiones. Eso mismo es Leonardo Carol Madelón para el fútbol de Unión: “El chico de los mandados”. Hace todo él y lo hace todo entre bien o muy bien.
Fue capaz de jugar un clásico valiente en condición de visitante y se sobrepuso a dos accidentes que podrían ser “mortales” para cualquier otro equipo en un clásico. Y, como para agrandar su historia de ídolo en la comarca futbolera, sigue sin perder los clásicos contra Colón. Supo cómo jugarlos con los pantalones cortos y sabe a la perfección cómo contagiar ahora desde afuera con los pantalones largos en el banco como DT.
Uno tiene la sensación que, a priori, con la sola ausencia de Lucas Gamba —hasta se podría agregar la baja de Bruno Pittón— Unión tiene menos que antes. Ni qué hablar si se va Soldano. Pero así, con lo que salió a jugar el clásico, tiene menos que antes. Sin embargo, su intensidad fue mayor: el segundo tiempo frente a San Lorenzo y el primer tiempo de pressing ante Colón fueron exámenes bravos. Y los aprobó con buenas notas.
Historia aparte la de los arqueros, justo en la primera de las últimas temporadas que se le dio salida al maduro Matías Fidel Castro para “foguear” y darle rodaje a los chicos de la casa.
Sólo la intimidad del plantel sabe en qué momento quedó realmente descartado Nereo Fernández —supuestamente desgarrado, aunque no hay parte oficial— y le avisaron a Joaquín Papaleo que debutaría justamente en el arco tatengue en un clásico: 24 años, casi siempre prestado y el caso real del jugador-hincha.
El primer cambio pudo tener misterio, juego de escondidas, acting para la prensa y esas cosas. Lo del segundo cambio de arquero y segundo debut en un clásico no tiene nada raro, aunque muchos tatengues pensaron en brujerías o “cosa de Mandinga”.
Sale alto Papaleo a buscar la bola, se le cae, queda corto el rebote y el pelotazo de Ortiz —a casi nada de distancia— “casi le saca el ojo” para usar una figura de potrero. Entonces, es tiempo de Marcos Peano, con apenas 19 años y con muchas más posibilidades en las Selecciones Juveniles de la Argentina que en Unión.
Así en media hora, Madelón no lo puede creer en el banco de la cancha de Colón: Nereo afuera y dos arqueros debutantes...¡en un clásico y en condición de visitante!. Sin embargo, el equipo nunca perdió el estilo, la actitud ni la línea. Siguió siendo Unión, a lo Madelón.
Si algo perdió Unión, para mí gusto, fue combustible. Se fue quedando sin piernas con el correr de los minutos. Es lógico: nadie tira pressing-alto los 90 minutos. Y como Unión salió a quemar naves de entrada, no extrañó —ya que estamos con los ecos del Callejero— que el equipo “fundiera bielas” en el tramo decisivo del juego.
Los cambios de su colega, Eduardo Domínguez, le dieron aire a Colón para salir del encierro. Y los cambios de Leo, más allá del obligado del arco, no generaron rebeldía en los minutos finales del derby: poca movilidad de Gallegos y demorado el ingreso de “Droopy”.
Pasó otro clásico para Madelón, que parece tener la receta y sabe como salir vivito y coleando de cada clásico ante Colón. Perdió uno solo como jugador, ganó las recordadas finales del ‘89 y ahora como DT conoce las mieles pero no las espinas: desde el banco, gana o empata.
Es Leo, para Unión, ese “Chico de los mandados”, a propósito de los 100 años de El Litoral y la Copa —vacante— que la Superliga puso en juego en esta edición 90 del clásico santafesino. Genera la idea Madelón que, como ese recorado personaje de los avisos clasificados del diario de Santa Fe, puede hacer todo y hacerlo casi todo bien en el fútbol de Unión.
Todos decían que era empate. Y fue empate. De todos modos, no hay que ser astrólogo ni vidente para darse cuenta de algo en el derby de Santa Fe: de los últimos 26 clásicos, 15 terminaron empatados. Y, para peor, de esos 15 empates se dieron ocho 0-0.
Encima que es el clásico más parejo de todos los historiales del fútbol argentino, ahora la Superliga lo hace jugar una sola vez en toda la temporada. Ya ni siquiera hay partido y revancha. Con el agregado que en esta comarca ni siquiera se cruzan en la Copa Santa Fe y muchos menos se juegan clásicos amistosos como sí hacen tucumanos, cordobeses y rosarinos.
De yapa, de la única manera que podrían cruzarse en la Copa Argentina es si los dos llegan a la final. O si el sorteo de la Copa Sudamericana hace el “milagro” en el bolillero paraguayo.
Así las cosas, cada vez juegan menos. En cantidad —un choque al año por la Superliga— y en volúmen de fútbol. Entonces, cada vez hay más miedo a ganar...porque cada vez hay mucho más piedo a perder.
Le agarró la “empatitis” al clásico de Santa Fe, con 15 pardas de los últimos 26 juegos. De la única manera que se rompe la “empatitis” aguda, no tengo dudas, es jugando más clásicos. No queda otra.