Enrique Cruz (h)
La más cuestionable fue la mano de Godoy, que seguramente interpretó como no intencional. Recién amonestó al primer jugador a los 18 minutos del segundo tiempo. A partir de allí, rienda corta hasta el final. Buen arbitraje.
Enrique Cruz (h)
¿Qué se le puede reprochar a Rapallini?, ¿la mano de Godoy en el comienzo del partido?. Fue la única polémica que hubo en 90 minutos bien llevados por este árbitro que se perfila como gran candidato para ser el representante argentino en el Mundial de Qatar. Y que durante la semana fue muy claro en sus apreciaciones: “Prefiero al que me protesta y no al que se tira”. Algo de eso pasó con el “Droopy” Gómez, al que amonestó apenas ingresado al campo de juego cuando se tiró cerca del área, Rapallini dejó seguir y enseguida lo amonestó, seguramente porque además de eso, le habrá protestado.
Volviendo a aquella jugada del comienzo del partido, la pelota le pegó en la mano a Godoy. Ocurre que el propio Rapallini habló también de esa clase de jugadas en las que el propio juez admite que sigue siendo una típica jugada de interpretación. ¿Se tapó?, ¿amplió el volumen de su cuerpo?, ¿fue un reflejo instintivo y, por ende, sin intención? Quizás haya sido esta la evaluación de Rapallini, quien siguió muy de cerca el partido, tratando de no perderse ningún detalle y hasta dándose algunos lujos como el de acariciar de manera casi paternal a Joaquín Papaleo cuando se fue de la cancha con la lesión en el ojo y al pibe Marcos Peano cuando le tocó ingresar para ocupar el arco, ante 30.000 espectadores rivales.
Hasta los 18 minutos del segundo tiempo, llevó el partido sin amonestar a nadie. El primero fue Javier Correa; a partir de allí, comenzó a sacar con mayor asiduidad la tarjeta amarilla, inclusive demorándose con algunos a fin de que el partido termine con todos adentro de la cancha.
Es algo natural y entendible: un partido clásico siempre admite cierta tendencia a poner la pierna un poco más fuerte y a protestar algo de más. Entonces, una amarilla de entrada o, mucho más todavía, una acumulación de tarjetas, puede resultar suficiente para que alguno se tenga que ir antes de tiempo. Y estaba claro que, sólo en caso de “fuerza mayor”, la intención de Rapallini era que el partido terminara con los 22 protagonistas.
¿Qué más se protestó?, una supuesta infracción de Bottinelli sobre Leguizamón en el primer tiempo, adentro del área, que no existió; y una supuesta mano del mismo Bottinelli, quien se había dado vuelta en un remate al arco, en el segundo tiempo, sin ningún tipo de intención de jugar la pelota con su mano.
No hubo quejas finales y nadie puede responsabilizar a Rapallini de nada. Todos los arbitrajes son perfectibles, pero el sexteto que salió al campo de juego cumplió con creces el cometido, en un partido que no tuvo luces y fue escasamente atractivo adentro de la cancha, para la multitud que le puso un marco espectacular, a 90 minutos que no lo merecieron.
Correcto
Por Gonzalo Rodríguez (*)
El de Fernando Rapallini fue un arbitraje correcto. No tuvo jugadas complicadas y las que requirieron de su intervención, lo realizó acertadamente. Si bien en el primer tiempo se vio un partido bastante cortado producto de roces propios del partido, siempre intentó darle continuidad al juego y fue correcto en las sanciones disciplinarias. Controló el juego con una buena conducción y lectura del partido. Los jugadores colaboraron, lo que facilitó bastante su labor.
(*) Instructor Nacional y presidente de la Escuela de Árbitros de la Liga Santafesina