Ing. Jorge A. Terpin
“...en 1611 se fundó el colegio jesuítico de Santa Fe, que aún hoy subsiste...”.
En el Álbum Conmemorativo editado en 1912, en ocasión del Cincuentenario de la Reapertura del Colegio de la Inmaculada Concepción, podemos leer que en la celebración de un centenario domina la serena y respetuosa admiración hacia los que desaparecieron de la escena de la vida y donde las fiestas se revisten de la solemnidad de los cantos épicos. Por el contrario, en un cincuentenario los actores aún son los héroes, los que lloran, los que han dado vida a la acción.
Entonces, ¿qué cabría celebrar y recordar en este sesquicentenario?: ¿valorar el espíritu tenaz y consecuente de los ciudadanos, gobernantes y religiosos -todos ellos sin duda actores comprometidos y fundamentales- que sumaron esfuerzos para que se concretara la Reapertura de la Institución? Quizás sea también rememorar la epopeya en los tiempos de su fundación en los viejos sitios, o descubrir las pequeñas batallas de todos los días, en el transcurrir de los siglos, para poder regocijarse con los hechos trascendentes, lamentando errores y asumiendo fallas.
Pero es sin duda en la suma de todas estas opciones, acciones y actitudes de la sorprendente riqueza de una trayectoria de más de cuatrocientos años, donde debemos buscar el eje de la celebración. Es conmemorar revelando los méritos, interpretando los contextos originarios de los acontecimientos y valorando en su justa medida lo que ha sido el Colegio de la Inmaculada Concepción, no solamente para la ciudad de Santa Fe, sino dimensionando además, la influencia y proyección alcanzada mediante sus irradiaciones culturales, espirituales y sociales a otras provincias argentinas y países latinoamericanos.
El historiador RP Guillermo Furlong SJ, al respecto dice: “Surgió en un ambiente menos culto que Buenos Aires, y las actividades de su personal desde 1610 se extendieron a las más variadas, a causa no sólo de la lejanía de todo otro centro cultural, sino también de la situación económica, generalmente difícil y hasta bravía, a lo menos con anterioridad a 1862”.
Después de este año, y por motivos diversos, tuvo carácter nacional -por cuanto al mismo concurrían alumnos de las más lejanas provincias argentinas- e interamericano -ya que, atraídos por su prestigio y fama, acudían de Bolivia, del Paraguay y del Uruguay. No le cupo esa gloria al Colegio del Salvador, que no pasó de ser un Colegio porteño.
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