Martes 29.6.2021
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En una filmografía como la de Alfred Hitchcock, que incluye piezas maestras como “Psicosis”, “Vértigo” y “La ventana indiscreta”, es posible que algunos de sus trabajos no hayan logrado atravesar las décadas con el nivel de reconocimiento que hubieran merecido. Pero son, sin embargo, lecciones de cómo exprimir en cada plano las posibilidades del lenguaje cinematográfico. “Extraños en un tren”, que se estrenó hace 70 años, el 30 de junio de 1951 es modélica en este sentido. Es que el director toma una novela de Patricia Highsmith (que, en realidad, ahonda más en la psicología de los personajes) para desplegar las reglas del suspenso que él mismo formuló y que tradujo en secuencias que todavía hoy sorprenden por su originalidad, su fuerza expresiva y su resolución técnica.
Warner Bros.Cabe una apretada sinopsis: en un viaje en tren un joven tenista es abordado por un hombre de su misma edad quien le propone un doble asesinato, pero intercambiando las víctimas para garantizarse recíprocamente una coartada. Con base en este argumento creado por Highsmith y con la intervención en el desarrollo del guión cinematográfico, al menos, en un principio, del escritor de policiales negros Raymond Chandler, Hitchcock sondea terrenos que le interesan. El lado oscuro del supuesto ciudadano modelo (que también ahonda en “La sombra de una duda”) y la del falso culpable, que aparece en muchos de sus trabajos, en especial en “Intriga internacional”.
Hay, al mismo tiempo, un extrañamiento de lo cotidiano que está trabajado con firmeza: un simple desplazamiento en tren pasa a ser, de pronto, en la gestación de un plan para asesinar personas. En una estructura que se repetirá desde entonces muchas veces en el cine de suspenso (y que sería parodiado creativamente por Danny DeVito en “Tirá a mamá del tren” en 1987) la intriga está sustentada en la premisa de un crimen sin móviles, que no deja huellas para la posterior investigación.
“Extraños en un tren” (que llegó a la Argentina en febrero de 1952 bajo el título “Pacto siniestro”) es una demostración de por qué Alfred Hitchcock está catalogado como un cineasta fuera de serie cuya obra se continúa estudiando. Es que, por su formación en el cine mudo, exprime todas las posibilidades de la imagen. “Todo el mundo admira la exposición de ‘Extraños en un tren’, los travellings de unos pies que caminan en un sentido y de los que caminan en el opuesto, y luego los planos sobre los raíles. Los raíles se unen y se alejan, todo esto tiene un sentido simbólico”, asegura en este sentido Francois Truffaut en el libro “El cine según Hitchcock”, donde entrevista al director de “Psicosis”.
Warner Bros.Los ejemplos de la decisión de Hitchcock de dar primacía a los aspectos visuales antes que a los diálogos abundan en “Extraños en un tren”. El asesinato de una mujer, que se muestra desde las perspectica de los cristales de unos anteojos caídos en el suelo, el enfrentamiento de los protagonistas en una calesita a punto de descarrilar, el frenético partido de tenis que juega Farley Granger, mientras en paralelo Robert Walker está a punto de perder el encendedor que pretende utilizar para incriminarlo. Hitchcock manipula al espectador a su gusto.
Tal vez sea reductiva la denominación de “maestro del suspenso”, ya que en realidad su obra fue mucho más allá. Sin embargo, fue una de las facetas que el propio Hitchcock explotó durante su vida. Y en el film que estrenó hace 70 años esto aparece expresado en un nivel que tan solo superaría una década después en “Psicosis”. Es que, en “Extraños en un tren”, el espectador en todo momento sabe más que los personajes, de modo que la dilatación del tiempo es tan asombrosa que es difícil percibir la maniobra.
Hitchcock exteriorizó su definición de suspenso en una entrevista. “Suponga usted que los espectadores han visto, antes de que nos sentáramos, que un terrorista ha colocado una bomba debajo de esta mesa. Mientras hablamos tranquilamente, ellos estarán pensando cuándo explotará la bomba. El suspense es la sensación que tiene el espectador de que posee una información que el actor desconoce, de que algo va a pasar y está esperando que pase”. Esto está manejado de un modo excelente en “Extraños en un tren”.
El film inspirado en la novela de Patricia Highsmith quedó en el anecdotario como la única colaboración entre Hitchcock y el conocido escritor de novelas policiales Raymond Chandler, el creador del personaje Philip Marlowe. Sin embargo, la relación entre ambos no fue buena. “Nunca he trabajado bien cuando he colaborado con un escritor especializado, como yo, en el misterio, el thriller o el suspenso”, llegó a plantear el director británico a Truffaut. Y detalla algunas de las desavenencias que tuvieron. “Estaba sentado a su lado buscando una idea y le decía: ‘Por qué no hacer esto’. Y él me contestaba ‘Bueno, si usted encuentra las soluciones, ¿para qué me necesita?’. El trabajo que hizo no era bueno”. Chandler, se sabe, trabajó a desgano en el mundo del cine, de modo que Hitchcock terminó contratando a otro guionista. Truffaut, en su celebrado libro dedicado a la filmografía de Hitchcock, admite que la fuerza del film no radica en el guión sino en la traducción a fotogramas. “Me he dicho muchas veces que si lo hubiera leído, no lo hubiese encontrado bueno. Realmente hay que ver el film”.
En uno de los tantos axiomas que construyó a lo largo de su carrera, el director inglés proclama que una buena parte de la efectividad de un film está en la caracterización del villano. Y el psicópata que compone Robert Walker en “Extraños en un tren” lo es, en todas las dimensiones posibles. Inestable emocionalmente, con relaciones malsanas con las personas de su entorno y delirios de grandeza acentuados por su evidente sagacidad, es una derivación de su personalidad lo que pone en funcionamiento la trama del film. Cómo señaló un crítico, Walker directamente “se come” a Farley Granger, el coprotagonista.
Warner Bros.En “El cine según Hitchcock” Truffaut se lo señala directamente al director durante un tramo de la extensa entrevista: “en este film se nota claramente que usted prefirió al malo. “Naturalmente, sin ninguna duda”, le responde el maestro. Otros grandes malvados que construyó Hitchcock fueron Norman Bates en “Psicosis”, Robert Rusk en “Frenesí”, Phillip Vandamm en “Intriga internacional”, Lars Thorwald en “La ventana indiscreta” y la señora Danvers en “Rebeca”.