Roberto Maurer
Roberto Maurer
Tardíamente se ha estrenado “Manhattan” (Fox1, sábados a la 1.00) y en un horario destinado a la resaca televisiva. Se rodaron dos temporadas y fue cancelada una tercera que estaba prevista porque careció del apoyo de un público predispuesto a ignorar el producto de la poco conocida cadena WNG América, con escasos antecedentes en el género. No obstante, el fracaso había sido acompañado por elogios de la crítica, que la consideró una de las mejores ficciones del verano norteamericano de 2014.
El título sugiere sofisticación, aunque justamente es lo que falta en ese paraje remoto de Los Alamos, en Nueva México, donde transcurre el drama: refiere al Proyecto Manhattan con el cual se denominaron los preparativos de la bomba atómica utilizada en las postrimerías de la segunda guerra mundial. El 2 de julio de 1943 (“766 días antes de Hiroshima” se anuncia en la apertura), en ese lugar apartado nació de la nada o de instalaciones militares preexistentes una población artificial de casas de madera y calles polvorientas en la cual fueron recluidos físicos e ingenieros de mentes brillantes, y con el rigor de un campo de concentración. Un pueblo sin nombre, cuya única identificación era el número de una casilla de correo.
Sin contacto con el mundo exterior, aquellos reclutados en universidades y centros de investigación privados y sus familias vivieron aislados, con entradas y salidas controladas, llamadas telefónicas sujetas a autorización, hermeticidad absoluta y la prohibición estricta de que los científicos revelaran a sus esposas lo que estaban diseñando. “Un nuevo modelo de radar”, respondían algunos a la curiosidad de sus familiares.
—Te estoy protegiendo-, le dice un personaje a la esposa que le reprocha su mutismo.
—¿Cómo? ¿Construyendo una máquina que nos borre de la faz de la tierra?
Como es necesario sostener la atención del público con villanos, para eso están los militares y sus servicios de inteligencia, entregados a la sospecha, la caza de brujas y la violación de normas constitucionales ya que, atados a viejas tecnologías de guerra, no pueden asimilar un trabajo con pizarrones y planos indescifrables ejecutado por nerds sin formación castrense.
Del plutonio a la infidelidad
Además de la seducción infalible del factor vintage, la serie combina con inteligencia el drama histórico y la ficción. Como las discusiones sobre la implosión del plutonio pueden hastiar al espectador, se inventa una trama de personajes imaginarios para un espacio cerrado y vigilado respetando con exactitud aquello que se fue sabiendo acerca de las condiciones de vida en ese pueblo creado con el objeto de confinar a la crema de los científicos y sus familias. Es decir, es un culebrón alimentado por las pasiones universales vinculadas a los afectos, las relaciones matrimoniales y extramatrimoniales, y las envidias y rivalidades en el trabajo, es decir una convivencia conflictiva en un contexto específico de paranoia y de características especiales, las de una burbuja totalitaria, secretista y reglamentada.
A la vez se trata de un thriller de espionaje donde a la policía militar se suman severos interrogadores de traje negro. Un Guantánamo, se ha señalado, y con matices de Gran Hermano.
Bomba no, artefacto sí
El contexto histórico es real y su reproducción física muy fiel (se rodó en Nueva México), pero los personajes son ficticios, salvo la presencia discontinua de Robert Oppenheimer, el director del proyecto, y algunas menciones a Einstein y al físico alemán Heisenberg —tiene fugaces apariciones- que lideraba los experimentos nucleares de los nazis en esta carrera hacia la bomba.
En una pizarra, se registran diariamente las bajas norteamericanas en la guerra, y es una presión sobre esos científicos sobre quienes gravita otra pesada carga, la de estar creando el arma más mortífera de la historia para salvar vidas y alcanzar una paz definitiva, y la terrible responsabilidad se traslada destructivamente a sus vidas personales.
La intriga principal es atravesada por la existencia de un proyecto paralelo al plan oficial del equipo que responde al “Thin Man” (una forma de llamar a Oppenheimer), el que recibe los recursos y que finalmente fracasará. El litigio entre ambos teams será fuente de traiciones, alianzas y mentiras.
No se utiliza la palabra “bomba”, sino “artefacto”, y se vislumbra la futura guerra fría, en un virtuoso tratamiento de las complejidades ideológicas de la época. “Yo me preparo para la siguiente guerra”, dice X4, un poderoso personaje que sobrevuela la comunidad desparramando miedo y aniquilando vidas si es necesario.
En cuanto a la ética de los científicos, humanistas por definición (?), son manipulados cuando la guerra ya ha sido virtualmente ganada. En su afán de situarse en lo correcto, se persuaden de que la bomba atómica solamente será detonada en un lugar deshabitado como efecto disuasivo que provocará la capitulación del enemigo. Hiroshima no estaba en su imaginación.