Martes 25.8.2020
/Última actualización 11:24
Es cierto que, dentro del puñado de actores que se pusieron en la piel del agente 007 con licencia para matar, Sean Connery es el más icónico, al menos hasta ahora. Sin embargo, reducir al actor escocés que hoy cumple 90 años a conceptos como “el mejor James Bond de la historia” (más allá del mérito histórico que le sin duda le cabe por el hecho de haber sido el primero que le puso el rostro y el cuerpo) implicaría obviar la amplísima paleta de recursos interpretativos, el particular encanto y (especialmente) el gigantesco carisma de uno de los actores más conocidos de su generación. Esa sensación de que, cada vez que aparece, logra dominar la escena. Hasta cuando lo hace desde los pliegues de la trama.
Durante la década del ‘60, tras comenzar el ciclo en 1962 a través de “Dr. No”, Connery quedó atado casi completamente a James Bond. interpretó, sin embargo, al seductor Mark Rutland, quien se enamora del personaje de Tippi Hedren en “Marnie, la ladrona” de Alfred Hitchcock y trata de resolver por una vía vinculada con el psiconanálisis su tendencias cleptómanas. Ya en los ‘70 reconvirtió completamente su carrera y abandonó al espía creado por Ian Fleming (al que volvería tan sólo una vez más a principios de los ‘80 casi en modo nostálgico en “Nunca digas nunca jamás”, donde trabajó junto una joven Kim Basinger) para encarnar a personajes diversos, pero marcados por su elegancia british.
En 1974 integró un notable plantel de figuras del cine en “Asesinato en el Orient Express”, adaptación que hizo Sidney Lumet de la novela de Agatha Christie. Le fue conferido el rol del Coronel Arbuthnot, uno de los sospechosos que investiga el Hércules Poirot de Albert Finney. También, y esta vez con un rol más importante, se sumó al impactante reparto de la bélica “Un puente demasiado lejano” de sir Richard Attenborough. Allí compartió cartel con Edward Fox, James Caan, Dirk Bogarde, Michael Caine, Robert Redford, Anthony Hopkins, Liv Ullmann, Maximilian Schell, Gene Hackman, Ryan O'Neal, Laurence Olivier y Elliott Gould, que llevan adelante un arriesgado plan para poner fin lo antes posible a la Segunda Guerra Mundial, que termina mal.
Sin embargo, las mejores labores de esta etapa provendrían del género de aventuras. En “El hombre que sería rey” de John Huston, encarna a un contrabandista que viaja a la India junto a un colega para buscar suerte y termina reverenciado como una entidad sobrenatural en el reino de Kafiristán. Y en “Robin y Marian” se pone en la piel de un veterano Robin Hood que regresa desencantado a Inglaterra tras su participación en las cruzadas y vive un romance crepuscular con Marian, en este caso con el bello rostro de Audrey Hepburn.
En la década del ‘80, y a pesar de que participó en varias más, cuatro películas le alcanzaron para convertirlo prácticamente en un mito viviente. La primera, fue “El nombre de la rosa”, adaptación cinematográfica de la compleja novela de Umberto Eco. Connery logró un Guillermo de Baskerville tan creíble cuando hace uso de sus dotes detectivescas a lo Holmes como en su mirada algo altanera pero indulgente hacia el resto de los monjes, que priorizan la fe antes que la razón. Sobresale la química que desarrolla con Christian Slater, a quien le toca el papel del joven pupilo Adso. Tan atractivo como su Guillermo de Baskerville fue su Ramírez de “Highlander”, antiguo inmortal que le enseña a Connor MacLeod (Christopher Lambert) el manejo de la espada y el dominio de sus sentidos para poder sobrevivir a los embates del feroz Kurgan.
Sin embargo, el personaje que le vino como anillo al dedo para terminar de forjar su mito fue el de Jim Malone en “Los intocables”, dirigida en 1987 por Brian De Palma. En esta entretenida mezcla de policial con aventura, Connery es un curtido y astuto agente que se suma a las filas de “incorruptibles” creada por Eliott Ness (Kevin Costner) para perseguir al mafioso Al Capone (Robert De Niro). Al actor escocés le tocan las mejores líneas del guión, cuando sintetiza a Ness la metodología para atrapar al gángster: “Si uno de ellos saca un cuchillo, tu sacas una pistola. Y si él manda uno de los tuyos al hospital, tu mandas uno de los suyos a la morgue”. Recibió el Oscar al Mejor Actor de Reparto.
Al finalizar la década, realizó el cuarto de sus grandes trabajos dentro del género de aventuras: el del profesor Henry Jones en “Indiana Jones y la última cruzada”, tan obsesionado por encontrar el Santo Grial como poco predispuesto a demostrar sus amor paterno hacia su hijo Indiana, con quien comparte su afición por la arqueología, aunque desde un plano más vinculado con la lectura que con la acción.
Pese a que siguió activo durante los ‘90, su filmografía de esa década quedó lejos de sus labores anteriores, con excepción quizás de “La caza del octubre rojo” buen film de aventuras en el ocaso de la Guerra Fría. Sobre todo, se valió del recurso de apelar a desmontar su propio mito. No obstante, logró validar con su presencia filmes un tanto mediocres como “Lancelot” donde interpreta a un veterano rey Arturo, “Sol naciente”, en la cual se pone en la piel de un agente retirado investiga un crimen en Japón o la fallida “La roca”, que lo tiene como principal atractivo en el rol de un viejo ladrón especialista en fugas carcelarias. No es casual que uno de sus últimos filmes, previo a su retiro voluntario del cine en 2003 haya sido “Descubriendo a Forrester”. Allí, el viejo Sean realiza una actuación en cierto modo autorreferencial: un respetado y excéntrico escritor que vive retirado.