Martes 1.2.2022
/Última actualización 14:24
El ciclo “Filosofía desde lo cotidiano”, empieza este miércoles 2 de febrero a las 21 en Tribus Club de Arte (República de Siria 3572). Estará a cargo del docente y youtuber santafesino Juan Denis, que desarrollará temáticas claves a lo largo de cuatro encuentros, buscando un acercamiento a la filosofía desde una mirada práctica y con sentido del humor. El primero lleva como título “El amor: una reflexión desde los primeros filósofos”. La entrada será libre y gratuita.
El resto de las charlas tendrá lugar las siguientes fechas y analizarán estas temáticas:
Miércoles 16/2: “¿Soltar? Una visión desde el estoicismo”.
Miércoles 2/3: “La motivación ¿Religión de estos tiempos?”.
Miércoles 16/3: “La felicidad posible”.
El Litoral conversó con Denis sobre esta propuesta y también sobre su vocación de llegar con la reflexión filosófica a todos los públicos.
-¿Cómo surgió la idea de este ciclo de cuatro encuentros?
-Es una invitación que me realizó una chica que trabaja en Asoem, en sociedad con Tribus. Repensaron qué hacer el miércoles, en un lugar donde por lo general se hace música; salió la idea de hacer una especie de conferencias de filosofía, con gente sentada en un bar. Propuse hacerlo, pero quizás agregarle mucha más informalidad de lo que habitualmente tiene la charla de filosofía; no me cerraba mucho la idea de que la gente esté en el bar, donde por lo general uno está charlando: me pasa mucho de estar hablando con mis amigos en un bar y que de repente se ponga un guitarrero, me incomoda.
No quería que a la gente le pase lo mismo con la conferencia, entonces había que plantearlo más como un espectáculo de monólogo, donde obviamente explico filosofía; pero para que eso tenga algún tipo de efecto tiene que ser filosofía aplicada: no me puedo poner a hablar del ser en Heidegger si quiero tener la atención de la gente mientras toma algo. Ahí surge la idea de que sea un poco más humorístico, más de monólogo, y hablando sobre temas que a la gente realmente le interesen, que son los cuatro que escogí; que son los que me doy cuenta en mis redes que a la gente le gustan.
-¿Cómo es este acercamiento humorístico a temas que son tan existenciales?
-Eso tiene que ver con que en 15 años de docencia estos cuatro temas están siempre presentes. Si bien el Ministerio te dice que tenés que dar algunos temas, siempre elegí los que más me interesaban a mí. En lo personal siempre conviví con las preguntas existenciales: por un lado de un modo angustioso, y eso desencadena por otro lado el humor. Así como es trágico saber que nos vamos a morir, también surgen muchos chistes de velorio: las dos cosas conviven. La misma angustia existencial que lleva a una persona a estar muy triste en el velorio de un pariente lo lleva (en las 24 horas que dura el velorio) a tirar un chiste.
Me fui dando cuenta en 15 años de docencia que esos temas recurrentes iban desencadenando algunos chistes espontáneos que, cuando nos iba repitiendo nuevas clases, al cambiar los alumnos nuevamente se reían. Hace más o menos cinco o seis años, en una escuela de adultos, un grupo de alumnos se me plantó y me dijo que eso debería transformarlo en monólogos; porque lo mismo que yo hacía explicándoles a ellos 80 minutos en clase podía llevarlo a 40 ó 50 minutos en una explicación.
Ahí es donde empieza a revisar un poco lo que digo sobre el amor en clase, lo que digo sobre la felicidad; lo que digo sobre la autoayuda. Y me di cuenta de que en una explicación de 40 minutos tengo diez punchs de chistes posibles. Entonces digo: “Vamos a probar a hacerlo en un lugar”. Pero es como toda cosa que te arriesgás: puede ser o un acierto importante o un ridículo, también está esa incertidumbre. Pero por otro lado también alguna vez tenía que hacerlo.
-La autoayuda ocupa mucho espacio, son como “atajos” hacia la felicidad o la solución de los problemas. ¿Cómo la encarás?
-Cuando abordo la autoayuda lo primero que digo es que filosofía nace como una forma de “autoayudarse”. El término en sí mismo es positivo: todo el mundo debería aprender a “autoayudarse”. El problema está en que el peso semántico de la palabra fue adquiriendo cierta negatividad, porque hoy se habla de “literatura de autoayuda”: entrás a una librería y tenés unas obras monumentales como el “Quijote” escondidas, pero “Cómo llevarme bien con mi cuñado” está en la puerta, lo primero que aparece. Pero quizás porque “Cómo llevarme bien con mi cuñado” tiene 100.000 copias vendidas, y el librero es un comerciante, necesita vender. Pero el “Quijote” está escondido, quizás la “Divina comedia” no está, o la “Ilíada” y la “Odisea” ni siquiera lo han comprado para venderlo.
Esto pasa un poco porque la “literatura de autoayuda” se maneja con estructuras de comunicación que son mucho más flexibles para un lector que no exige demasiado. De repente aparece un concepto que trabajo en el monólogo que es el de “libro de verano”: la idea es llevar un librito a la costa, pero ¿no podés leer “Crimen y castigo” en la costa? ¿Por qué tenés que estar en Mar del Plata leyendo “Cómo hacer para hacerme millonario en dos semanas”? Hay una idea de que el verano se vuelve trivial, y por eso el librito tiene que ser “light”. Cuando en realidad lo que esconde eso es que todo nuestro año es “light”, y en ese sistema de vida “light” no entra la profundidad filosófica; que es aquello que si nosotros no le damos importancia a lo largo del año nos va a llevar por delante cuando muera un pariente o cuando nos avisen que tenemos una enfermedad.
Ahí está el problema: en que te movés con esquemas muy sencillos de autoayuda, y cuando te acontece una tragedia te sobrepasa, porque no te entra en la fórmula de la autoayuda.
-Venís trabajando otros formatos de difusión: en radio, en teatro, en YouTube con “Filosofía en minutos”. ¿Cómo se fue generan esa vocación de abrir la ventana del aula para sacar los contenidos?
-Básicamente te diría hoy con 40 años, que en realidad el camino no era el aula, sino hablar, comunicar, contar algo. Lo que pasa es que cuando tenés 20 hay un rótulo social de que tenés que estudiar la carrera, recibirte y trabajar en relación de dependencia con un determinado sueldo y horas cátedra. A uno le arman la vida a los 20 años cuando estudia. Pero mi vocación es contar cosas filosóficas; el aula fue un lugar que me hospedó 15 años. Ahora estoy con muy pocas horas, comparadas con las que tenía en 2010.
El camino es el de comunicar filosofía del modo más sencillo. Ahí valen todos los formatos que usé: escribí dos obras teatrales para contarle a adolescentes cuestiones filosóficas; el programa de radio “El idioma de la noche”, que hice en Radio Espacial 93.3 durante dos años. La cantidad de veces que participé de congresos de filosofía como organizador con mis compañeros de Lectio (una especie de sociedad filosófica del Instituto Castañeda; en latín significa “clase”). Había una inquietud permanente por contar filosofía, y a veces eso pasaba en el aula, a veces pasaba con adultos; lo que sí nunca pasó en mi vida cotidiana.
Siempre fui muy respetuoso de que la filosofía tiene que tener una predisposición de las personas para escucharte; por eso el bar me resulta incómodo, pero supongo que la gente que va lo hace para verme. La otra persona tiene que estar preparada para escuchar lo que va a escuchar: si no, no tiene mucho sentido. En un asado de amigos, después de un fútbol, no tiene sentido porque el espíritu de la persona está puesto en otras categorías que no son filosóficas.
Entonces busqué: donde me daban un lugarcito para hablar de filosofía, hablaba. ¿Un teatro? Dale. ¿Una clase? Dale. ¿Una entrevista? Dale. El hilo conductor desde 2005 (cuando di mi primera clase de práctica) hasta 2022 es: “Denme un lugarcito que yo hablo”.
-¿Y cómo fue hacer los videos para YouTube?
-YouTube es el gran lugarcito. Yo trabajaba en Covadonga en 2017 y les preparé a los chicos unos videítos extra para acompañar la clase. Me olvidé de configurarlos para que lo vean solamente mis alumnos, y cuando los revisé un mes después esos videos tenían 10.000, 20.000 reproducciones de otras personas del mundo que me felicitaban: yo ni siquiera sabía que los estaban viendo. Ahí se me abren los ojos: “Mirá, quizás este es el lugar que estaba buscando”.
Porque cuando hacía el programa de radio me escuchaba mi mamá, mi abuela, mi esposa: era el domingo a las 10 de la noche, y encima venía después de un programa de Ovnis. YouTube no me pone esas condiciones: subís el video y a veces aparecen 5.000 personas, y a veces (como en mi video de Kant) 900.000, casi un millón de personas que lo vieron. Esa posibilidad es incalculable: la mente humana no puede pensar un millón de personas. Y aun así Internet te las está dando.
-En los últimos años, en el entorno de pandemia, renunciaste a la mayor parte de tus horas frente al aula, creaste una Academia Digital para dar cursos. ¿Cómo fue esta experiencia de salir de la “zona de confort” y saltar a lo desconocido?
-El tema de la “zona de confort” sería para otro monólogo, me diste una idea. En realidad si “zona de confort” es un momento de plenitud donde a vos todas las cosas te funcionan, se parece bastante a lo que Aristóteles llamaba la eudaimonía: la felicidad, la comodidad de tener una vida tranquila en la cual conectes con todo. Eso me parece sumamente importante lograrlo. Pero la hiperproductividad en la que estamos viviendo nos lleva a decir que tenés que salir de esa felicidad y volver a salir a buscar los problemas; a lo Calamaro: “me gustan los problemas”. Es como que te tiene que gustar estar en problemas.
El tema es que yo no estaba en una zona de confort; porque si lo hubiese estado me hubiese quedado. Me daba cuenta de que tenía que dar clases a 30 chicos que no querían escucharme, y ese es el laburo del profesor: un laburo extremadamente digno, admirable y necesario para la sociedad; pero que yo no quería hacer.
Es muy difícil explicarlo, porque se normalizó que entres a un aula y haya 30 pibes que no te quieren escuchar. Los mismos padres pensamos que así tiene que ser el aula de nuestros hijos. A mí me venía traumando la situación, decía: “Al final estudié cinco años, preparo las clases con mucha pasión, busco estrategias; y de repente me paso la mitad de la clase pidiendo que por favor no miren el celular porque tienen que escuchar ese contenido”.
Eso me fue acompañando hasta que en la pandemia me manda un mail una persona de Colombia: “Profesor, estoy dispuesto a pagar para que usted me enseñe filosofía en modo particular. Díganme cuántos dólares quiere”. Viste que a lo argentinos les decís “dólar” y se le mueve un poco todo (risas). Él había estudiado derecho en la Argentina, y le gustaba cómo explicábamos los argentinos. Se me prende la lamparita y le digo ahí nomás: “Estoy armando un curso” (mentira, se me ocurrió en el momento), “así que estoy juntando gente. Te anoto a vos y veo”. Posteo en mis redes y se sumaron ese mismo día diez personas más.
Ahí vi la posibilidad de Internet como forma de enseñar. Tuve que aprender a manejar Zoom, Meet, todo rápido, como hicimos en la pandemia, y en menos de una semana ya tenía habilitada la Academia. Después hablé con un contador (porque tenés que manejar finanzas internacionales), con un community manager, y en un mes y medio ya estaba la página y el patentamiento. Hoy la Academia está de pie, tengo más de 2.000 alumnos inscriptos que han tomado aunque sea un curso.
Este fin de semana di una clase de dos horas y media, y mi hija me vio desgastado. Me dijo algo interesante: “Cuando venías de las escuela, de los 30 chicos que no te querían escuchar, te cansaba eso. Y ahora que le das clases a 30 personas de todo el mundo que sí te quieren escuchar, te cansa que te hagan preguntas tan de fascículo cerrado, tan rigurosas de filosofía. Terminás con un lindo estrés”. Lo otro era el cansancio de reclamar un poco de atención; este es el cansancio lindo de estar con gente que le importa la filosofía extremadamente y está en el detalle.