Roberto Schneider
Roberto Schneider
No son nada fáciles los tiempos que tenemos que transitar. Si a la situación geopolítica agregamos la pandemia que estamos transitando el mundo es difícil. Estamos lastimados, formados muchas veces por la brutalidad desatada. En el camino van quedando los profetas de la desesperación, que habían previsto el abismo hacia el que se dirigía el hombre contemporáneo. Muchas veces, para reconstruir todo es necesario partir de la nada. La sensibilidad literaria de Pablo Albarellos -autor de “Lombrices”, obra estrenada en el coqueto Valeri Montrul Multespacio- parte de la historia de dos mujeres solas para arribar al dolor más angustiante.
Martirio y Consuelo y sus opacadas vidas son el punto de partida que permite la reflexión sobre el ser humano contemporáneo, inmerso en un mundo hostil que no encuentra respuestas a su alrededor. Cuando esos personajes alcanzan cierto grado de reflexión arriban a la desesperación y si no lo hacen viven en la desesperación sin encontrar la forma de salir de ella. La circunstancia de que esos personajes femeninos sean interpretados por varones refuerza la idea del autor. En el texto, virado a un humor negro muy marcado, se esconden sentimientos que pugnan por salir, emociones que llevan a buscar la muerte como una forma de paliar la conciencia. En esta exaltación de la vida a través de la muerte, el texto se ve envuelto en una especie de arrebato lírico, exacerbado a veces, aunque siempre humano y lleno de profundas sugestiones.
En la puesta en escena dirigida por Sergio Cangiano y Fernando Belletti, también protagonistas de la versión, se parte de un concepto de teatralidad claro para no desvirtuar los códigos de entendimiento. El espectador ve y siente lo que viven los actores, en un plano de dimensiones reducidas y algunos pocos elementos de utilería. Así esos actores encuentran un cauce natural a su desenvolvimiento. Cangiano dicta cátedra de actuación: se va desprendiendo lentamente de alguna pequeña atadura, emoción mediante, hasta lograr una actuación por muchas razones memorable. Belletti parte de una composición mesurada y verosímil y logra transmitir la comodidad que siente en la escena, aunque debiera morigerar el exabrupto. Ambos poseen una clara emisión de la voz, requisito indispensable para un texto que dice mucho.
Son correctos el sonido de Martín Juárez, la iluminación de Viviana Rodríguez, el diseño gráfico de Gustavo Belletti, el vestuario de Bruggi Buffa y el maquillaje para fotos de Lucía Savogin. Todos colaboran para hacernos vivir a los espectadores una historia que encierra muchas carcajadas, pero transmite dolor.