Leonardo Pez
lpez@ellitoral.com
El cantante dialogó con El Litoral sobre su última producción, “Cargar la suerte”, lanzada a cuarenta años de su primera participación discográfica junto a Raíces. La grabación en Los Angeles, el concepto de la obra, el vínculo interior-exterior, la resurrección post-Salmón y la incipiente bibliografía calamariana fueron algunos de los temas que atravesó la conversación.
Leonardo Pez
lpez@ellitoral.com
Andrés Calamaro lanzó “Cargar la suerte” (Universal), álbum que, según críticas periodísticas y del público, integra el podio de su discografía solista junto a “Alta suciedad” y “Honestidad brutal”. El proceso de grabación y mezcla fue realizado entre las ciudades de Los Angeles y Burbank (California), respectivamente, y contó con la producción de Gustavo Borner; con Germán Wiedemer (en arreglos y dirección, y a cargo de pianos y teclados) y del propio Calamaro.
La grabación fue orgánica y duró cuatro días, ejecutada por un seleccionado de músicos: Aaron Sterling (batería y percusión), Erik Kertes (bajo), Rich Hinman (pedal steel y guitarras), Mark Goldenberg (guitarras), Lee Thornbug (trompeta), Brandon Field (saxo tenor), Joel Peskin (saxo barítono), Mark Robertson (violín), Ellen Jung (violín), David Low (cello), Teag Reaves (corno francés) y Katie Faraudo (corno francés). En el 40º aniversario del lanzamiento de su primera grabación junto a Raíces (“B.O.V. Dombe”), el músico accedió a responder vía e-mail las preguntas de El Litoral.
Orgánicos
—¿Por qué creés que “Cargar la suerte” es, en muchos sentidos, tu mejor grabación en 40 años; cómo planteaste en el especial que acompañó el lanzamiento del álbum?
—Es verdad que a los discos los podemos “evaluar después de dejarlos sonar durante un tiempo”, pero la grabación de “Cargar la suerte” fue especial; nos encontramos con una muy buena sala donde podíamos tocar todos juntos y escucharnos bien. Como grabación fue una “extraordinaria grabación”, espero que el encanto del disco lo reúna con mis mejores álbumes. Esta sociedad con Germán Wiedemer y Gustavo Borner resultó en un conglomerado de canciones (bien grabadas) poco frecuentes. Tampoco puedo discutir a alguien que prefiera otros de mis discos, lógicamente; pero esta grabación fue extraordinaria y la hicimos de buen humor, pasamos unos días formidables en Los Angeles, Gustavo es un ingeniero-productor brillante y un amigo. Germán firma medio disco y los arreglos.
—Luego de Bohemio, vinieron álbumes en vivo, grabaciones encontradas, una película (“Bohemia”) y un libro (“Paracaídas y vueltas”). ¿Cómo fue volver a grabar un disco de estudio después de cinco años y bajo el formato orgánico aplicado?
—Fueron días de aquellos que “sabemos que vamos a querer recordar siempre”. Empezábamos a grabar a las once de la mañana, almorzábamos juntos y seguíamos grabando hasta las seis de la tarde. Dialogamos mucho, hablamos de música, yo explicaba las canciones, un poco de la letra. Siempre en un muy buen ambiente personal y humano. Grabamos orgánicos (y muy bien) porque estaba Gustavo para organizarlo, porque nos escuchamos muy bien y por el “oficio de arte” de todos. Una gran experiencia que volvería a repetir encantado.
—¿Qué referencias artísticas conforman el espíritu del disco como obra conceptual?
—No sé si manipulamos referencias conceptuales previas para los textos, los acordes y el sonido. Yo escribo permeable a mucha información; mi propia “experiencia”, la marea de los versos, referencias literarias no musicales. A veces una frase sola (o un título) como punto de partida. Trabajamos los textos y la música por separado y también juntos. Escucho mucha música y no siempre va a resultar influyente en un próximo disco. No nos sentamos a escuchar discos para inspirarnos en la pirámide del sonido. No que yo sepa. Los demos (maquetas) estaban muy bien, pero sirvieron como punto de partida (y guía) para grabar con el sonido de estos músicos, el sonido que Gustavo estaba pensando. Es posible que los textos tengan un hilo conductor personal, pero sinceramente, no es algo de lo que esté completamente seguro. Finalmente, habría que preguntarle a Germán que es el otro autor de estas canciones.
Feedback
—¿De qué forma pensás que se han transferido la experiencia y los conocimientos adquiridos en tu época de productor en los ’80 a las grabaciones posteriores y, puntualmente, a “Cargar la suerte”?
—Bueno, soy músico y conozco las grabaciones. Así me planto en el estudio. Pero también soy otro músico de estudio más (en este caso, el cantante) y trato de ser funcional y eficaz a la producción. Mientras estuve en el estudio no hice más que cantar, no hubo esperas ni músicos grabando sus pistas de forma individual. Mezclando el disco, sí necesitábamos un feedback real. Intenté ser claro dando mis opiniones porque estábamos en dos ciudades distintas. En el estudio, hay que promover el compromiso y el buen humor, permitir que el talento de los músicos cunda y se grabe. En materia de producción e ingeniería de un álbum, “Cargar la suerte” es un máster. Germán escribió canciones, arreglos en partitura y guías para los músicos.
—“Cargar la suerte” cuestiona la corrección política del “nuevo Medio Evo”, al tiempo que elogia el perfil bajo y el oficio musical como un refugio ante la debacle del universo. ¿En qué sentido se trata de una obra que se propone reconstruir el diálogo entre el interior y el exterior?
—Muy buena pregunta. Espero que la obra supere al individuo, puesto que mi diálogo interno con el exterior es cada vez más escaso. Soy un misántropo casi funcional. En cuanto a la “nueva edad media” se presenta en diversas formas: persecuciones delirantes, disolución de países, idiomas acorralados, costumbres muy discutidas y agresivos postulados morales no intelectuales. (Después de cerrarse las salas de cine, las tiendas de discos, librerías y teatros). Percibo que, no son pocos, los intelectuales advertidos de esta peligrosa tendencia “absolutista”; la libertad de acción y reacción de los creadores, y el resto de la población, parece amenazada por un conjunto de “buenas razones” que, juntas o por separado, son delirantes.
Relecturas
—Además, el álbum rememora, en algunos pasajes, los días distintos que caracterizaron la época de “El salmón”. A casi veinte años, ¿cómo creés que se reconfiguró el universo Calamaro a partir de la experiencia camboyana?
—Costó bastante reconfigurarse después de la “terrible fiesta creativa” del fin del milenio. Pasaron muchos años y creo que sigo juntando los pedazos rotos del espejo interior. Somos de carne y hueso, de psiquis y de nervios. Supongo que sigo pagando los rotos de aquellos años “en el centro de la tierra”. Pero me gusta mucho lo que conseguimos en aquellas orgías de letra y música. Algunas de mis grabaciones más interesantes las firmamos en aquellos años improbables.
—La salida del álbum coincide con el 40º aniversario de tu primera grabación y la publicación de dos libros (Walter Lezcano y Miguel Dente) y estudios académicos sobre tu figura en la cultura popular argentina. ¿Creés que con el paso del tiempo se fue refinando el tipo de lecturas sobre tu obra?
—Caramba, no leí el libro de Miguel Dente. Tampoco es que exista una extensa biblioteca “Calamaro”. “Días distintos” (el libro de Walter Lezcano) es un verdadero ensayo, no es un libro con gancho “carnicero” ni un conjunto de anécdotas picantes. Según Walter, aquellas grabaciones -comprendidas entre 1997 y el 2000- reflejan el momento social y económico del país. Todo un libro dedicado a mi obra o a mi persona, es algo que podría preocupar a priori, porque asumimos que: algunas vergüenzas podrían ser reveladas. Pero de eso se trata refinar el tipo de lecturas. Y Walter lo hizo.