Un nombre enigmático promete una obra oscura, algo que choca con la música tropical que se escucha antes de ingresar a la sala. Una vez adentro, nos recibe una escena de teatro físico: una tensión entre dos cuerpos que ocupan el espacio de manera desigual: la actriz más baja en zapatillas, la más alta en tacos (que la obliga a repartir el peso corporal de una manera particular) confrontan como dos arañas, a la manera del ejercicio de Stanislavski con aquellos dos escorpiones que “bailan” cara a cara para no ofrecer un flanco débil, todo para representar a dos mercaderes tomando el té.
Cambio de registro, para la última escena del prólogo: a media luz, en un ambiente crepuscular, se perfilan los dos personajes femeninos de la trama, y otra tensión (¿sexual?) que prefigura una de las ideas que atraviesan la narración, antes de estallar en el plot twist del final (apa, casi un spoiler).
Después entramos en la obra y las conocemos. La dueña de casa es Lucía: formal, pulcra (de camisa y pantalón pinzado de tiro alto), fanática de la limpieza, enemiga de las arañas; sabremos después, muy de novia con Ramiro, en viaje de negocios en Montevideo. La posibilidad del matrimonio es una promesa o una amenaza: ¿Es momento de dar el salto a la felicidad que promete lo que el mundo manda? ¿Es Ramiro confiable?
Pero claro, todo eso no lo sabemos, porque aún no arranca la acción dramática. Porque como en el teatro clásico, la acción la trae la visita: Belén, la amiga hippie, bohemia, descontracturada, contracara de Lucía. La que se puede fumar un sahumerio, disparar una pose vertical de yoga, revolear las zapatillas para mostrar la media agujereada o acostarse en el suelo (para ataque de Lucía) al contar su viaje a Chajarí, donde parecería que se puede ser uno con la naturaleza y comer salamines.
Lucía y Belén son amigas, más allá de las ostensibles diferencias; comparten una historia, además de una serie de consumos que las unen: culturales como la música tropical (de Los Palmeras a Karina La Princesita), materiales como vinos y panificados de marcas reconocidas. La trama “seria” de la historia las llevará a confrontar sobre expectativas de vida, mandatos versus libertad, amor de pareja versus amores varios que empiezan por el propio, y así. Incluso la mirada sobre la propia relación. Desde el fuera de campo (la virtualidad de los mensajes) se colará la voz de Ramiro, que lo saca de la simple referencia. Y, como dijimos al principio, hay un giro que terminará demostrando quién (y qué) puede ser cada una.
La vis cómica
Pero de seria, “Arácnidas” nada: lo que manda es la comedia de réplicas, que puede arrancar en un clima a lo “La extraña pareja” de Neil Simon pero deviene otra cosa. La gracia está en los modos más que en los contenidos: cómo contar de manera desopilante un chiste de primaria (el pollito en la Casa Blanca), dialogar con la asistente virtual Alexa, o explayarse sobre el mate porongo sin derrapar (como haría cualquiera entre amigos, o los conductores de canales de streaming al aire).
Parecería ser que ese es objetivo de la dramaturgia de Agustina Arriola, también directora, y Valentina Muzzachiodi, quien interpreta a Lucía: dosificar las intensidades; un work in progress que muta a través de las funciones. Básicamente ambas jugando a “domesticar” a Antonella Pennisi, la intérprete de Belén: una comediante nata que encontró en este personaje un vehículo para el desborde físico y verbal (sin por eso faltar a sutilezas, o a aportar al texto referencias que están para el espectador que las sepa cazar al vuelo); capaz de llenar el espacio con el intenso metro y medio que despega del suelo; acá el lector puede ir y googlear sobre “dilatación de la presencia escénica” (o preguntárselo a Alexa, con buenos modos).
En el contexto de la tradición payasesca de la dualidad entre “augusto” y “carablanca”, que atraviesa la historia de la comedia moderna, Muzzachiodi se reserva este último rol, como la seria y ordenada que da los pases justos para que su compañera anote el gol. De todos modos su pasta de comediante no se queda atrás, en el detalle de las manías y las inocencias de Lucía. El final le reserva otro espesor a su personaje, apenas insinuado pero inquietante.
Laboratorio
Arriola, joven actriz debutante en la dirección, tripula con solvencia este primer proyecto del grupo Efímeras: una compañía mayoritariamente femenina y sub-27. Completan el team: Morena Irasuegui en la asistencia de dirección; Agustín Sánchez en la producción; Melissa Gastaldi en el diseño escenográfico, lumínico y de vestuario; y Lara Cereijo en diseño y comunicación. Cristian Buffa colaboró grabando la voz en off de Ramiro.
Gestada en la independencia y la exploración de jóvenes artistas, “Arácnidas” ha pasado por salas como La 3068, el Foyer del Centro Cultural Provincial “Paco Urondo” o Valeri Montrul Multiespacio, sin hacer temporada en ninguna; algo cada vez más difícil. Como dijimos, las funciones podrán afinar el lápiz, pero la materia prima está: Pennisi y Muzzachiodi tienen una química escénica de esas que se dan o no, y que no pueden forzarse: el combustible necesario de la comedia. El resto es el cincel de la dirección, y los aprendizajes para el grupo, para todo lo que venga en el futuro.
Dejanos tu comentario
Los comentarios realizados son de exclusiva responsabilidad de sus autores y las consecuencias derivadas de ellos pueden ser pasibles de las sanciones legales que correspondan. Evitar comentarios ofensivos o que no respondan al tema abordado en la información.