Todos los artistas (argentinos y de habla hispana) que hoy apuestan al público infantil son, en algún punto, herederos de Carlitos Balá. Es que el artista inventó formatos de conexión con los chicos que quedaron tan impregnados en la cultura popular como los tangos de Gardel, los monólogos de Tato Bores y los almuerzos de Mirtha Legrand.
Balá fue multifacético. Además de ser un humorista que no se impuso límites a la hora de gestar productos nuevos, fue un actor dúctil, músico y un presentador dotado de un carisma sin igual. Sus décadas de camino recorrido en el ambiente artístico, lo ponen al nivel de los más grandes. Los homenajes formales los recibió en vida y es justo que así sea. Pero su mayor legado es su permanencia en la memoria de la gente gracias a sus ingeniosos chistes, su personalidad tierna y el afecto con el que siempre se comunicó con el público.
Con su popular chupetómetro, un invento que ayudó a cientos y cientos de padres a sortear el difícil momento de la crianza que es dejar el chupete, marcó un auténtico hito. Una idea de esas que solo pueden surgir de alguien que entiende cómo tender puentes para conectar con los espectadores. Lo mismo puede decirse de su famoso sketch con Angueto, el perro invisible. Únicamente un maestro puede divertir tanto con tan poco.
Si le hubiese tocado nacer en el siglo XXI, Balá hubiera sido un influencer. Es que sus personajes constituyen arrebatos de originalidad. Basta volver a ver al Mago Mersoni, Petronilo y al Indeciso. Por supuesto, también fue el artífice de frases y canciones que los padres transmiten a sus hijos como parte de una herencia cultural irrenunciable: “Angueto quedate quieto”, “¿Un gestito de idea?”, “¡Mirá como tiemblo!” y “Un kilo y dos pancitos”, entre otras.
Hoy el gran Carlitos Balá se “fue de gira”, tras casi un siglo de intensa vida. La invitación para recordarlo es gritar bien fuerte: “¿Qué gusto tiene la sal?”. Para responder luego, con no menos énfasis: “¡Salado!”.