Miércoles 20.3.2024
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Leonardo Oyola conoció mucho a Alberto Laiseca. De hecho, en un artículo que escribió para Página 12, afirmó sobre el escritor bigotes tupidos y cigarrillo siempre prendido: “podía dar clases sobre Drácula, desde la novela de Bram Stoker a un telefilm con Jack Palance, pasando por los dibujitos del Conde Pátula. Era versado tanto en ‘Apocalypse now’ como en Coraje, el perro cobarde”. Eso (entre otras muchas cosas) era Laiseca, un provocador de las letras, un experto en el género de terror y, sobre todo, un comunicador genial, capaz de transmitir sensaciones variadas con su voz y su histrionismo.
Archivo / TélamEn estos días vuelve a ocupar el centro de atención de quienes se sienten atraídos por la buena literatura. Es que los tres volúmenes de relatos de su autoría vuelven a estar presentes en las estanterías de las casas de libros, compilados en “Cuentos completos”, que posee incluso una serie de textos inéditos en los cuáles hace gala de su particular estilo. Esta edición ampliada y revisada, a cargo de Random House, está integrado por cuentos de los libros “Matando enanos a garrotazos” (1982), “Gracias Chanchúbelo” (2000), y “En sueños he llorado” (2001) más los “Cuentos reunidos” (2011).
Random HousePero el aliciente principal es que incluye una decena de relatos inéditos que permiten una comprensión más acabada del mundo de Laiseca, uno de los escritores más creativos de los últimos cuarenta años. Lo cual en Argentina es mucho decir.
No todos los días se produce un acontecimiento literario de la envergadura que tiene la reedición de este autor, fallecido en diciembre de 2016. Por lo tanto, cabe recordar sus contribuciones a la literatura. En primer término, creó novelas y cuentos en base a un estilo único y provocador, al que le puso un nombre: “realismo delirante”. La verosimilitud, en la lógica de Laiseca, queda aplastada ante la desmesura y la creatividad. “Lo que yo quiero hacer con las distorsiones del delirio es marcar, justamente, partes de la realidad poco vistas”, afirmó una vez, según consta en el portal de Cultura de la Nación.
Archivo / TélamPablo Gianera, en un artículo publicado por La Nación en 2016, en sintonía con el fallecimiento de Laiseca, lo explica con precisión: “La primera novela que publicó fue Su turno (que inicialmente, en 1976, y por una decisión editorial, salió para su furia con el título Su turno para morir). Se puso entonces en movimiento una poética que había empezado a prepararse muchos años antes. A esa poética el propio Laiseca le dio un nombre: "realismo delirante". Para que se entienda, su realismo era lo contrario del realismo de Fogwill o del de Saer, por decir dos que, a su vez, eran también muy distintos. Pero a Laiseca nada le importaba más que la realidad y los modos de representarla, aunque de manera delirante. El delirio servía para poner la realidad en la cuerda floja, y Laiseca hacía equilibrio sobre ella (sobre la cuerda, sobre la realidad)”.
Archivo / TélamLa obra literaria “laisecana”, si se nos permite el término, está marcada por una narrativa oscura, llena de simbolismos y elementos surrealistas. Pero también le cabe el mérito de haber revitalizado el género del terror en la literatura argentina, a través de una perspectiva fresca y original. Sus relatos van de lo macabro a lo grotesco, pero también ahondan en aspectos psicológicos y sociales. Tampoco se ciñó a parámetros o a reglas precisas. Por el contrario, sus textos poseen giros inesperados, juegos lingüísticos y personajes excéntricos.
Laiseca, como pocos escritores de su generación, logró imponer su perfil poco común en la cultura popular argentina. Posiblemente, sin proponérselo. Es que, más allá de su trabajo literario directo, utilizó los rasgos sobresalientes de su personalidad excéntrica para dos acciones: rescatar y promover la literatura marginal y poco conocida y difundir la literatura en programas de televisión. Es recordado su ciclo en “Cuentos de Terror” que se emitió por I-sat. Una anécdota del escritor argentino Rodolfo Fogwill permite dimensionar la penetración de Laiseca en la sociedad. Cuando iba por la calle, contó Fogwill, lo reconocían como “el bigotudo que cuenta los cuentos de terror en la tele”.
Archivo / TélamAlberto Laiseca falleció el 22 de diciembre de 2016. Sus restos fueron velados en la Biblioteca Nacional y sus cenizas fueron esparcidas en el Delta del Tigre. Pero su “aura” sigue presente.
Quintín, en un artículo titulado “Laiseca y después” en La Agenda Revista, dice: “Laiseca, aun después de muerto, libra dos batallas simultáneas. Sigue pidiendo ser querido como lo quisieron tantos de quienes lo conocieron o lo leyeron. Pero, sobre todo, exige que lo dejen estar solo, que lo lean sin capturarlo para operaciones chanchinitas del Norte que nada tienen que ver con él”.