Jueves 2.11.2023
/Última actualización 20:47
El trabajo literario de Flor Interflowerland en su libro Motivos para adelantar el invierno, Editorial Casagrande 2023, es el producto de años de elaboración donde cada cuento se sugiere desde un título tan pensado que obliga a releerlo. Es inevitable, pero a la vez un logrado acierto de un notable trabajo de elaboración sesuda. Bajo contextos de pobreza con sueños inalcanzables, abandonos y esquizofrenias, se insinúa la felicidad como fantasía o promesas televisivas irrealizables.
En el primer cuento de este libro cuyo nombre es “Sorda”, hay una naturalidad aplanadora y lo trágico, sería una causa más en la pequeña familia humilde de una niña cuya única parienta es su madre. Una nena pre adolescente que, al volver de la escuela mientras camina hacia su casa, es tomada por detrás y tirada al piso sucio de una casa abandonada. Siente que algo le arde adentro y que el cemento raspa como un rallador. Todo lo que verá boca abajo será una paloma muerta y un yuyito que nacía filtrándose entre el porlan del piso. El producto de esa violación será un niño a quien ella no quiere escuchar, ni aún en el peor momento de su pequeña vida.
Flor contó a Mirador Provincial, que el libro estaba por publicarse antes de la pandemia y ante semejante panorama quedó en stand by, por las miles de causas por las que tuvieron que pasar las editoriales autogestivas y el resto de la humanidad. Pero el desastre mundial sirvió para seguir trabajando esta obra.
A partir de “Sorda”, veremos una invasión de objetos y símbolos significantes que servirán para distraer al lector, ¿por qué está esa paloma muerta ahí o el yuyito crece entre el porlan? Detalles que disfrazan de alguna forma el tremendo momento que está viviendo esa nena y fijan una impresión para recordar o una imagen.
Flor nació en la zona industrial de San Lorenzo, en donde pasó su niñez y en donde a lo mejor pudo ver cómo la industria argentina tuvo los enormes altibajos que las décadas pasadas y presente atosigan al obrero/a, el último orejón del tarro de ese tedio fabril que Flor busca de alguna manera, reivindicar o mostrar las consecuencias de esos resultados en cada casa de familia.
-¿Cuál es tu lugar de origen? Y cómo fueron tus primeros pasos en esa zona.
-Nací en Capitán Bermúdez porque era el hospital más cercano de la zona, pero soy de Fray Luis Beltrán en donde hice parte de la primaria, en la Escuela del Arsenal cuyo nombre es la 637. Pasa que estaba todo cerca del Arsenal, de la Fábrica Militar, del Batallón de Arsenales, y después seguía Sulfacid, como una especie de cadena de fábricas en continuado. Fui a la escuela del Arsenal hasta tercer grado, después me pasé la Escuela Católica Santa Rosa de Viterbo, en San Lorenzo, porque iban mis primas, mi hermana. Ahí hice el resto de la primaria y secundaria. Después me vine a Rosario. Estudié un año de Ciencias Económicas y me di cuenta de que no tenía nada que ver con esa ciencia y bueno, no duré nada. Yo había hecho bachiller con orientación docente y me gustaban las humanísticas. Quería hacer o Letras o Historia o el profesorado de Informática. Al final hice el profesorado de Informática, que tenía que ver con tecnología. Es lo que ahora estoy enseñando en escuelas primarias. Podría dar en secundarias y terciarios, pero ahí quedé y ya llevo 24 años.
El segundo cuento “Los ciegos”, se llenó de símbolos, pero no resulta difícil identificarlos porque cumplen su función: nos dicen algo de la irrelevancia de la realidad. La voz amable de una mujer en primera persona, víctima de padres indiferentes, hace lo que puede de su vida agarrándose de los botones cuando, recién divorciada, vuelve a su casa materna y recuerda alguna oportunidad de la niñez en que la madre le abrochaba los botones del pijama antes de acostarse a dormir: “Podría haberme mudado lejos, pero busqué la contención de la familia, creyendo que las manos que no recordaba, de golpe, iban a encontrar el camino para abrochar mis botones perdidos. Pero mis padres no mostraron el mismo entusiasmo, aunque trataban de simularlo. Entonces acepté que los botones, al fin y al cabo, eran solo eso y que las familias no son todo lo que uno espera de ellas”, relata Flor.
¿Por qué alguien desespera porque le abrochen esos botones? Y continúa recargada con otros detalles insignificantemente significativos como el dinero y sus resultados drásticos cuando sobra tanto que ni siquiera sirve para cubrir los afectos.
Gentileza-La inquietud por la literatura, ¿en qué momento de tu vida aparece?
-En mi casa había una gran biblioteca y en mi cuarto, otra chiquita con la colección Robin Hood y la colección Billiken. A mi papá le gustaba mucho Cortázar, entonces ese fue como mi pasaje a la lectura. También era socia de la biblioteca del pueblo e iba, sacaba lo que me parecía y me llevaba dos o tres libros a casa. Aparte porque mi hermana mayor también lo hacía y en la familia era una práctica normal. El tema lectura siempre estuvo en la familia, sobre todo mi papá y escribir también desde chica. Más o menos a los 10 años empecé con poesías, por ahí con rimas y otro montón de cosas que ahora no me gustan ni tampoco haría. Después hice un par de cuentos por ahí en el secundario. Hubo unos años en que no escribí nada, y retomé entre los 18 y los 20 más o menos. Es por eso que ambas hermanas tomamos el arte desde distintas disciplinas. Mi hermana es escenógrafa, trabaja en el teatro San Martín en Buenos Aires.
“Una especie de cactus”, es un cuento en el que se compara el movimiento de dos personas, madre e hija, con la posible evolución de un cactus cuya vida, a ojos de la primera persona, no se sabe bien si está muerto o qué: en esa tensión. Una madre mayormente complicada ronda, junto a este cuento, toda la obra. Culpa sin mediar a su hija/o por decreto de madre. La descendencia debe obedecer por que sí, porque las sentencias son palabras sólo para machacar algo que nunca nadie hizo y que sólo está en la mente de la madre, ¿cómo se puede culpar a un hijo/a? ¿Por haber nacido?
Es interesante ver cómo Flor toma lo más cotidiano, lo que usamos o comemos a diario para darle sentido a eso que siempre está en cualquier parte de la casa. Pero los pasamos de largo, no les damos importancia y forman parte de nuestras vidas e incluso suelen producir cuestionamientos, ¿por qué están en casa? ¿Quién lo compró o en qué momento de nuestras vidas fue que se instaló arriba de la heladera? Y ahí están, conviven cerca, a nuestro alcance y nos acompañan tanto como un cactus o zapallos que hierven para dar un resultado determinante.
En “Motivos para adelantar el invierno”, el cuento que lleva el título del libro, los objetos le ceden el turno a los animales. El inicio pasará a ser un eterno retorno que lleva a una inevitable relectura. Se debe al manejo del fraseo de Flor que parece sencillo, pero nos obliga a volver para atrás en cada oración, ¿por qué? Porque se han cambiado algunas palabras de aquellos lugares que uno espera que estén acomodados como en un Tetris para la tranquilidad de la vista. Como si buscara cambiar cierta forma de escritura que a lo mejor acostumbraba y aparece Flor a despertarnos, a darnos la buena nueva: aquí también se puede contar desde otro lado. Pero a no asustarse, pueden aparecer otros más.
“Motivos para adelantar el invierno”, es un cuento de iniciación, de aprendizaje y la autora se introducirá de lleno en el pensamiento de un niño. Ella es ese niño y da rienda suelta a los problemas que los adultos trasladamos sin darnos cuenta. Cuando esos hijos luego, tengan que ir al psicoanalista para expiar las culpas de otros, habrá que hacerse cargo. Las oraciones parecen metidas en cada gramo de piel de este niño que va a una escuela religiosa y que se liberará del mal “amén”, en tanto y en cuanto no tenga malos pensamientos y obre de la mejor forma posible para que sus padres no se divorcien. Desarrollado entre un pre adolescente y un niño en primera persona, gracias a Flor, pudimos habitar e introducirnos en la confusión de este niño.
El objeto perfume se lleva puesta la última parte del libro en el cuento “Lo que saben los cuadrados”. El problema de la pobreza y las necesidades al día pagas, no le permiten a una mujer la compra de un perfume. Pero el cerebro de esa compradora volará como en el cuento largo “El capote”, de Nicolai Gógol. Entre sueños y realizaciones nunca concretadas se encaminan directo hacia una idea fija y tanto el perfume como el capote, ya en manos de ambos personajes, parecen hermanarse en un final poco feliz. En el cuento de Flor, como en casi todo el libro, hay un posible futuro y esperanza, en el de Gógol habrá un final trágico.
-¿Cómo fue tu proceso de escritura? ¿En qué momento creíste que podías empezar a darle forma concreta a tus ideas y proyectos?
-Empecé a frecuentar los talleres literarios. El primero fue Carlos Bagnato, que era exalumno me parece, de Marcelo Scalona. Nos daba las clases en el bar El Cairo. Era un grupo muy informal, y después sí, fui al taller de Scalona. Concurrí cuatro años y ordené la información, las épocas y las corrientes literarias. En la pandemia empecé con Pablo Colacrai. Era online primero y hoy en la actualidad sigo asistiendo. Yo, para esa etapa, tenía terminado mi libro de cuentos. Lo había empezado en la época del taller de Scalona. De todas formas, no dejo de leer toda la literatura que me llegue. Tengo escrita una novela corta que corregí con una ex compañera que es correctora, pero no la he llevado a ninguna editorial porque creo que todavía le está faltando algo. No es más que un proyecto por ahora.
Flor fue convocada para leer su poesía inédita (como una de las tantas apuestas de sus organizadores) en el Festival Internacional de Poesía 2022. Pero de la misma forma que trabaja con su nouvelle, todavía no ha completado un libro de poesía como para publicar. “Los poemas nunca se convirtieron en libro, o sea que sigue siendo lo que pueda ser en mi blog. Son poemas sueltos y no hay ningún libro armado todavía, pero estoy en camino de eso”, dice Flor.