Memorias de Artigas (HomoSapiens Ediciones) es la primera novela histórica de Fernando Expósito Dufour. Una ficción producto de un accidente domingue-ro y estimulada por una pregunta retórica. Diálogo con el autor.
La figura de Artigas es el eje de la novela. Foto: Gentileza
Narrada en primera persona, hija de una pasión acumulada durante dos décadas e incentivada por la intervención casi psicoanalítica de la maestra Alma Maritano, Memorias de Artigas cobra vida gracias al sello rosarino HomoSapiens; que edita el primer trabajo de unos de sus libreros más fieles. Fernando Expósito Dufour (Montevideo, 1967) es el autor, quien siendo niño vio al dictador Alfredo Stroessner entornar el himno en la Escuela Paraguay del Barrio La Mondiola en la capital uruguaya donde pasó sus primeros años de vida; cultivando su espíritu inquieto, aquel que lo empujó a recorrer Latinoamérica y radicarse en Rosario en 1993. Los lectores de su actual ciudad tienen contacto con él, en el mostrador de la librería HomoSapiens, donde por primera vez el librero podrá recomendar un trabajo de su autoría.
La voz del autor
-¿Cuándo nace tu pasión por la vida de Artigas?
-No quisiera “espoilear” porque cuento esto en detalle en el prólogo de la novela. En apariencia fue azaroso: noviembre del 2004, sobremesa de asado electoral en Uruguay, alguien saco el tema y conversando discrepamos en un punto. Justo había un libro, de 1916 y de 1400 páginas, en una biblioteca de mi padre a mis espaldas, tome el libro al azar, abrí una hoja cualquiera y el primer párrafo que leí, “casualmente”, refrendaba lo que yo afirmaba.
Lo raro es que yo jamás había leído ese libro y que encontré esa respuesta a una velocidad supersónica que no me daría ni el buscador de Google. Eso me llamó la atención, es más: me puso los pelos de punta porque me pareció algo más bien metafísico. Yo trabajo con libros hace 27 años, me pasan cosas todo el tiempo con ellos, pero esto ya escapaba de mis parámetros.
Sentí que debía leer ese libro (“La epopeya de Artigas” de José Zorrilla de San Martín, el abuelo de la China Zorrilla) y ahí ya caí en una suerte de búsqueda insistente, repleta de preguntas, llena de vacíos, de hiatos de la historia soterrada, reconstruida en ambas márgenes del plata con intereses diferentes, pero funcionales en algo: distorsionar absolutamente los hechos tal y como sucedieron para resignificarlos en función de procurar una historia oficial en ambos países en los que la figura de Artigas terminó totalmente resignificada, modificada, tapada por varias capas geológicas de historia oficial posteriormente contada.
Luego, y en un plano de vida personal, recordé que en mi caso tenía un recorrido: a los cinco años fui, en Montevideo, a la Escuela República Argentina; al año siguiente me cambiaron e hice toda la primaria en la Escuela República del Paraguay; a los 21 años hice un largo viaje de mochilero con un compañero de la facultad por cinco meses, unos 16000 kilómetros por ocho países de toda Sudamérica exceptuando Paraguay (que conocí recién en 2017). En 1993 me radiqué en Rosario, pero siempre viví en la zona del “Protectorado” y noto que se replican los mismos conflictos, algo deformados, dese aquella época: la de Artigas fue la primer gran grieta de estos territorios. Aceptarlo y conocerlo implica una necesaria evolución para nuestros contemporáneos. Sería, para mí, como ir a terapia y llegar al nudo de la rosa.
El momento
-¿Cómo fue el proceso de investigación que te llevó a nutrirte para narrar una ficción sobre su vida?
-“Yo tengo un vicio barato y, antes que nada, legal”, eso que dice Drexler en su canción “Tu voyeur” podría aplicar en mi respuesta. Ese libro de Zorrilla es importante porque fue contratado por el Estado uruguayo para escribirlo con el objetivo de enterar a los escultores internacionales concursantes para los proyectos de la estatua de Artigas que se colocó luego en la Plaza Independencia lo conocieran antes de participar. Ganó el italiano Zanelli y la estatua está ahí. Esa lectura me fue llevando a docenas de otras, de la época y sobre él. Compré todo lo que conseguí a lo largo de los años y me regalaron mucho material la gente que me veía enroscado en el asunto: llegué a recibir desde Asunción un libro de cartas sobre Artigas y Paraguay que un viajante de libros descubrió y estimó podía serme de utilidad. Me lo envió por otro viajante que se lo dio a otro que me lo acerco como en una carrera de postas, como un chasqui. Me pasaron cosas para mí hermosas en todo ese proceso.
Llegó un momento en que me cuestioné que tenía que producir algo con todo lo que venía absorbiendo y como no soy historiador y me gusta mucho imaginarme historias encontré lo más lógico refugiarme en la ficción entre los pliegues de la historia. El golpe de gracia me lo dio Alma Maritano contestándome una pregunta no con una respuesta sino con otra pregunta.
Nos conocíamos, participé en su taller y me sirvió mucho para mi labor de librero/empleado de comercio la experiencia. También ella, docente plena, me sacaba la ficha. Una mañana desayunaba en Homo Sapiens, donde me compraba libros, y le dije que estaba dudando si ponerme a escribir una ficción sobre este tema, como quien acude a un sensey para que lo oriente. Ella me miro a los ojos y simplemente me dijo: “¿Y quién mejor que vos, sino Fernando, para hacerlo?”
Creo que ahí tome la decisión de largarme totalmente en este asunto.
Gentileza
-Es una novela que trata sobre la vida del caudillo, escrita en primera persona. ¿Cuándo te diste cuenta de que tenías el tono justo para encarnar la voz interior de Artigas en tu narrativa?
-Creo que fue después que soñé con él. Es obvio, uno sueña con cosas que tiene dentro, deformándolas. Idealizar jamás fue una dificultad para mí, he practicado eso toda mi vida de adolescente teniendo imaginarias charlas con mi padre que se murió siendo yo muy chico. En ese sentido no tuve dificultad, sabiendo siempre que una idealización es una representación mental, una reconstrucción posible de algo que está en ausencia.
Para sobrevivir he sido lo suficientemente realista para mensurar esas cuestiones, no vivo en sueños, pero los tengo. Hubo un momento en que noté que faltaba su propia versión de los hechos e intenté reconstruirlos en su boca. En definitiva, todos los Artigas conocidos, o los Sanmartines, son meras representaciones así que me di la impunidad de esa certeza sin pretenderlo más que como un personaje ficcional. Lo demás fue más fácil, jugar a ser como la médium de la película “Ghost”, ponele, y que el espíritu hable, eso fluyó para mí más naturalmente. No procuro un sincericidio ni tengo ninguna teoría al respecto. Busqué ser fiel, a mí y al personaje, en ningún momento busco una verdad histórica sino un acercamiento al hombre y su época.
-¿Qué autores te ayudaron en la construcción del ejercicio creativo?
-Supongo que muchos, yo no soy la Yourcenar ni Artigas Adriano, pero a la hora de buscar un nombre y en un largo proceso de descarte, sabiendo que la palabra Artigas debía estar, aunque sea para los campos de búsqueda de bases de datos, no tuve la menor vergüenza de usar la luz de su título. Porque de alguna manera son memorias, no había mucho margen. A ella mi admiración absoluta, a Andrés Rivera, por Farmer y La Revolución es un Sueño Eterno, pero sobre todo por El amigo de Baudelaire; Felix Luna y su Soy Roca. Con los años aprendí que ser original no es ser diferente, sino auténtico. No busque otro sendero que el de la fidelidad, a mí y a mi imagen del personaje. Pero centenares han bebido antes en ese estanque. Después de todo, todos producimos y creamos a partir de una veintena de fonemas y en ese sentido hace milenios no nos queda margen para mucho más.
Si la pregunta es sobre un favorito personal: Onetti solo y despegado como decían de Leguizamo. Pero no encuentro ningún punto en común con él en lo que he logrado hacer excepto que habla un derrotado. Tal vez no es poco.
El caudillo
-¿Qué cualidades destacás en la personalidad del caudillo?
-Las positivas: su coherencia (en apariencia incoherente a veces), era de esos pocos que decían lo que pensaban y hacían lo que decían. Su capacidad de estar a la altura colectiva que los tiempos le demandaron, tal vez sin pretenderlo. Su sensibilidad para separar la paja del trigo en materia de necesidades sociales. El amor que lo vinculó siempre a los más desprotegidos. Su voluntarismo extremo de ir más allá de lo que en apariencia la realidad le permitiría. Su confianza en el prójimo.
Las negativas: tal vez su exceso de idealismo, una especie de quijotismo, su terquedad algo extrema, no sé si son negativas, pero tal vez no resultaron funcionales a su proyecto. Es muy fácil juzgar doscientos años después y con la panza llena.
En términos futbolísticos era un jugador diferente. En términos históricos, único: por su énfasis en lo social. Ningún otro “prócer” mostró ese perfil. He ahí su vigencia.
-En todo el proceso de investigación a fondo de su vida, ¿encontraste alguna anécdota que por su desconocimiento te haya llamado la atención?
-Muchas. Ahora rescato dos: volviendo de Buenos Aires de pelear en Miserere en la primera invasión inglesa, naufragó solo en agosto en un bote por el Río de La Plata.
Otra, durante casi 50 años lo acompañó el Negro Ansina, cuando se conocieron lo compró por un par de monedas y lo liberó: su amigo fue su sombra más fiel y ayudo a enterrarlo.
-¿Por qué es importante recordar la figura de Artigas?
-Por la impronta de su gesta en lo social, tiene una vigencia cada vez más imperativa. Por eso al decir de Galeano, “Artigas sigue siendo peligroso: es, sigue siendo, el más vivo de los muertos”.
Cuando lo derrotan todos cayeron con él: no quedó lugar para la monarquía y lentamente la república empezó a dar sus primeros gateos, el centralismo porteño jamás logró ser exactamente el mismo, imaginate lo que era. La idea algo distorsionada de un federalismo sembró los campos de esta tierra hasta nuestros días. El reino de Portugal y Algarve tuvo que dar lugar al imperio de Brasil, agotando sus recursos en dicha pelea. Hubo un antes y después de algún modo de Artigas, pese a ser sepultado en el ostracismo más absoluto en medio del continente.
Fernando Expósito Dufour espera con su primer novela que la figura de Artigas llenen al lector de dudas, que lo conduzcan a hurgar un poco más. Preguntas como aquella que una mañana le hizo la maestra Alma Maritano subiéndolo a un viaje sin destino aparente, en un tren llamado deseo.
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