El rosarino que vive en Buenos Aires Derian Passaglia, ha compuesto en su libro "El alma de las colinas", una historia realista de aventura épica, fantástica; así como suena. Tres héroes se verán en aprietos para salvar al poeta Juanele Ortiz de un ataque cibernético que podría extraerle todas sus ideas y creatividad. Publicado por Blatt & Ríos durante 2023, el libro fue presentado en la Feria Internacional del Libro Rosario.
El alma de las colinas. es la mejor oda dedicada al poeta. Foto: Gentileza
Tres amigos: la Rusa, Dumbo y el narrador, parten desde Buenos Aires hacia Entre Ríos en busca de una aventura inesperada y épica, la de encontrarse con el poeta Juanele Ortiz. César Aira, Héctor Libertella y Tamara Kamenszain, habían hecho este mismo viaje en 1976, Derian lo refiere cuando escuchó a Damián Ríos contar esta anécdota y no será la única que tomará para recrear.
El clima es el primer actor, el mismo que se lleva puestas las primeras páginas debido a un gran temporal que va tomando dimensión y que deberá afrontar el Renault 4L, un auto de la época de 1970, que parece establecer la fecha en la que se sitúan los tres héroes. Pero más tarde una actualidad aplanadora reflejará la atemporalidad que surca el libro. En esta primera parte, no hay muchos indicios que revelen el argumento, Derian lo dosifica en modo transmitidor de entusiasmo: no sabemos qué irá a pasar, pero es entretenido.
Gentileza
La Rusa y Dumbo son de Buenos Aires, pero el narrador es un rosarino que mantiene un habla, un fraseo de alto conocimiento frente al paisaje y los lugares. Podría ser un registro de la vida misma o de un sabio de la cultura de la calle. Esa escuela que enseña a escribir mejor para no caer luego en los lugares de las historias mil veces conocidas y por qué no repetidas y en eso hay un acierto, porque no solamente da cuenta de la zona entrerriana, sino que se detiene para dar una ponencia -que no decae- sobre la cumbia santafesina. Para deleite del lector de la zona y para informe del resto del país conversa sobre la cumbia con Ciriliano y Poroto, los primeros personajes que aparecen en el viaje, en un responso luego del temporal que, por la atemporalidad, podría haberse llamado tranquilamente Pulpería, pero es sólo una despensita.
La señorita Amelia, la maestra de Juanele, aquella que lo llevó a conocer la realidad cuando él vivía distraído por el paisaje o la fauna autóctona, llega a la despensa y les muestra en una caminata a los tres héroes el follaje de la selva. Es interesante ver cómo Derian logra una especie de contrapunto descriptivo entre el paisaje y los forasteros que suelen verlo desde el lugar porteño. Ese miedo a lo salvaje, a que aparezca un oso, un león o un yaguareté, todo da lo mismo desde esa mirada. Vale explicar que quien narra, por ser de una enorme ciudad del interior, siempre se verá obligado a exponer los detalles de una selva o una estepa. Hasta que aparece Juanele, el máximo poeta entrerriano del mundo y el intertexto será el otro culto a la belleza poética con todas las libertades que pueda tomarse Derian para recrearlas a través de la famosísima y a veces arisca prosa poética.
“Los animales que aparecen como el chingolo o toda una fauna, son cosas que tomo y extraigo de la obra de Juanele. También las plantas como la zarzaparrilla que no conocía, pero que leí en lo que él escribía y era como tomar esas palabras, explorarlas y ponerlas en la novela. ‘El confín de las islas’, es un verso de Juanele que nunca explica qué son esas tres palabras y yo lo expando e imagino en el espacio”, dice Derian.
Juanele Ortiz. Foto: Archivo
Nuestros héroes serán atendidos amorosamente por Diamantina, la esposa de Juanele quien de alguna forma vive ensimismado en su mundo poético, como distraído, pero siempre atento a disparar alguna de sus máximas. Los mates, el budín de naranja recién horneado, ranas con nombres y las charlas con Juanele son como en Las Enseñanzas de Don Juan, de Carlos Castaneda: estos pibes fueron a ver al sabio de la poesía y volvieron a Baires un poco más sabios sin que Juanele les dijera mucho de poco nada. Pero Diamantina continúa al día siguiente de la visita con el guiso de arroz, la comida criolla que estos aventureros aprecian en Entre Ríos. Esa generosidad argentina de provincias para con el invitado entusiasma como una esperanza o una necesidad de estar juntos para hablar de poesía por supuesto o de una gran aventura que los espera cuando van a visitar al escritor Juanjo.
Pese a que Derian lleva muchos años en Buenos Aires, continúa hablando en rosarino y en canaya, o sea, omitiendo la S para reemplazarla por la H, por ejemplo, la frase las hojas, se traduce a lahojah’.
-¿Cómo fue tu infancia y adolescencia en Rosario?
-Mi adolescencia en Rosario fue linda y fue justo en el momento en que empezó a cambiar el tema de la tecnología. Tuve mi primera computadora a los 12 años, Windows 98 y hoy los pibitos de esa edad tienen celulares. Fui la última generación que jugaba en la calle, desde que me levantaba hasta las 8 de la noche. Recuerdo el sol fuerte que nos daba todo el día en nuestros cuerpos y estábamos como muy quemados y las rodillas percudidas y algunos jugaban en patas porque no tenían zapatillas y después me gustaba mucho el atardecer, más que nada en verano, por el ruido de las chicharras. Era un sonido que parecía sinfónico desde los árboles y la naturaleza. Y fue uno de mis amigos, César, que me llevó a la cancha de Rosario Central, a un entrenamiento y ahí fue que me dije: “yo quiero estar acá, quiero ser de Central”.
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-Y pese a tener la carrera de Letras aquí en la Universidad Nacional de Rosario, ¿por qué te fuiste a Buenos Aires?
-Y yo quería estudiar en Buenos Aires. Había empezado la carrera de Letras en Rosario y me fui a la casa de un amigo que estaba viviendo en Buenos Aires y empecé a estudiar Letras en la UBA. Convivimos un par de años hasta que pude independizarme y alquilar un monoambiente. Me gusta mucho Buenos Aires. Hay librerías, oferta cultural, vida nocturna. Me parece una ciudad con muchos misterios que cambia de una cuadra a otra. Podría decirse que soy un poco porteño ya.
Llevar a cabo el trabajo del género fantástico nunca fue fácil. Una vez que se tiró la idea hay que demostrarla y si no es reconocible a primera vista tendrá que sostenerse con demostrada argumentación y Derian lo logra incluso adornándolo con el sentido del humor y la desfachatez de su generación, los Milenials que vienen a reclamar su lugar en la literatura para quedarse con su impronta y por qué no genialidad. Llegará entonces un chingolo con un mensaje en el pico, se trata de Juanjo -en alusión a Juan José Saer-, que llegó al país desde Francia y lo invita a Juanele a comer un asado. Nuestros muchachos lo acompañan en una canoa cruzando el río y a partir de aquí todo se despelota para bien de la literatura. Su amigo Juanjo, que abusa de la coma en su habla y sostiene con firmeza dudosa un cuchillo mientras corta salame, podría ser un robot programado por el gobierno de Francia para robarle el talento a Juanele. A través de pocas conexiones, sólo con la mirada, el Bot Juanjo, dejará totalmente vacío y descompuesto a Juanele. Para salvarlo, nuestros héroes atravesarán el río y la selva en busca del camino de los dorados, al encuentro con la Ninfa que ofrecerá una gran fiesta en honor a Juanele y de ahí luego, deberán buscar al alma de las colinas, al jacarandá.
Gentileza
Carpinchos que frenan los ingresos a ciertos lugares, ranas que habitan la vida de Juanele con nombres como Lívida o el galgo Hálito bailando una cumbia de Los Palmeras con Juanele; el chorlito que funciona a modo de paloma mensajera: el mundo de la poesía de Juanele relevado por el ojo clínico de Derian que se permite habitarlo y reproducirlo libremente, pero fiel a un estilo entrerriano como un lugar en el mundo de la aldea pintada, El alma de las colinas. es la mejor oda dedicada al poeta.
Escribe Derian: “El golpe había sido de un chingolo, que se acicalaba las alas y se comía los piojos, parado en el marco de la ventana. Qué alegrón se pegó Juanele cuando lo vio. ¿Se conocían de antes, de toda la vida, de otras vidas no vividas en otro plano de la realidad, cuando Juanele, convertido en polvo, convertido en cosmos, dejó posar los pies del chingolo en sus ramas de sauce? Juanele le ofreció la palma de la mano, y el chingolo giró la cabecita con el pico cerrado, su plumaje aterciopelado de suavidad se erizaba de distinción. Y el sol lo mostraba entero, firme sobre sus dos patas finas, y ese anaranjado que le recorría el cuello. Qué belleza, qué belleza, ¿quién no quisiera tener el cuello anaranjado, no anaranjado de cama solar, sino de plumas en la piel, y voltear la cabeza así, todo naranja, y mirar el mundo desde una rama?”
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