Babasónicos y Él Mató, tan grandes como dos galaxias
Las bandas lideradas por Adrián Dárgelos y Santiago Motorizado, respectivamente, se presentaron este fin de semana en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires ante auditorios colmados y vibrantes.
Adrián Dárgelos, ícono pop de la cultura rock argentina. Foto: Gentileza Martín Bonetto
En vísperas del fin de semana XL por el paso a la inmortalidad del General Martín Miguel de Güemes, el Movistar Arena fue testigo privilegiado de tres recitales que confirman la vigencia del rock argentino contemporáneo. El viernes 14 y el sábado 15 se presentó Babasónicos, mientras que el domingo 16 fue el turno de Él Mató a un Policía Motorizado. En ambas actuaciones, públicos vibrantes colmaron el auditorio ubicado en Villa Crespo.
Luces sensacional
Se mueve como una pantera, abarcando el escenario. Sus botas hacen pensar en un astronauta del ritmo. Se despliega por lo ancho del Movistar Arena con sutileza y gravedad. Es Adrián Dárgelos, el ícono pop de la cultura rock argentina, al frente de un grupo de amigos dado en llamar Babasónicos.
Corre el primer tercio del segundo show de la banda de Lanús en el Movistar Arena. “Deshazte de mí, hazlo ahora”, pronuncia el vocalista. Luego tropieza, queda en el piso por unos segundos. “No es la primera vez que me pasa”, dice con una risa a punta de lanza. Sigue “Anubis”. Y una retahíla de canciones de “Trinchera”.
El tren musical cruza distintas estaciones sonoras, a la par de la mutación estética de Adrián. Entrecano, pelo corto, esta noche. Luminoso, como el fuego que sale de la pantalla en “Tajada”, “Sin mi diablo” e “Irresponsables”. Divertido, como la versión vital de “Risa”, algo próxima a la re-interpretación a-todo-viento de los Auténticos Decadentes. “Ese personaje es el que se compone en el escenario”, confesó Dárgelos en el libro de Alejandro Guerri y Federico Merea (“Letristas”, 2015). “Es mejor que yo porque no tiene miedos, no tiene dudas, no tiene nada”.
Sin dejar pasar los clásicos, los Baba se dedicaron a aumentar el kilometraje de su nueva “Trinchera”. Foto: Gentileza Martín Bonetto
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Durante casi dos horas, Adrián, Roger, Tuñón, Uma, Panza y Tuta están guarecidos por una estructura de paredes simulando una trinchera. Dispuestas “tipo en tobogán”, como dijo un pibe a otro en el show de Él Mató, las pantallas apostadas como búnker generan una sensación de inminencia.
La puesta en escena juega un papel clave en el détournement babasónico. Se sabe. Dentro del imaginario tan cuidado como poroso del grupo, conviven algunas imágenes que se pudieron apreciar el sábado en el estadio cubierto de Villa Crespo gracias al diseño de Sergio Lacroix. Desde los duplicados hasta el filtro rojo, pasando por postales, casi hologramas: Roger dibujado a mano alzada o presa de un interminable eco visual en uno de los highlights más atmosféricos de la noche, Uma bailando ralentizado, Panza dándole al parche en blanco y negro mimetizado con el pogo en el campo.
Pero uno de los componentes de mayor impacto en el público, y que más se cuchicheó en el post-show fue el diseño de luces. Luces rejas, luces puente entre las plateas bajas de izquierda a derecha, luces remolinos, telaraña de luces. Un uso estratégico, exploratorio y ambulante de las distintas posibilidades lumínicas llevó, como pide Dárgelos en “El colmo”, a la música lejos, más allá del Movistar Arena. Hasta confundirse con el murmullo de una ciudad.
Luces-rejas, luces-puente entre las plateas bajas, luces-remolinos, telaraña de luces. Foto: Gentileza Martín Bonetto
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Mira a todos. Cada uno de nosotros se siente observado cuando Adrián posa sus ojos pícaros en algún punto del universo. Prueba una a una las intensidades posibles, tanto en sus articulaciones como en sus cuerdas vocales. Agudo, grave, liviano, sutil. Alguien le tira una gorra, Adrián se la coloca. “Gracias por esta noche inolvidable”, afirma antes de entonar “La pregunta”.
La ejecución de “Ingrediente” riega parejas: el estadio cubierto se transforma en un museo de chapes, palabras al oído y bailes pegados. Dárgelos, atento, vuelve a ser pantera. Repta, gatea, por los límites laterales del escenario. Como la sangre en la obra maestra de Juan Cabral para darle vida audiovisual a “La lanza”, el autor de “La voz de nadie” se distribuye por esos rincones que la música va trazando. Canta de espaldas, se golpea la cola. Juega con la gente (“va a venir”, canta, “no va a venir”, le responden). Revolea el pie de micrófono hacia arriba y atrás para captar el aplauso total. “Nunca estoy conforme, quiero más”, dice.
En tándem con la canción romántica de “Discutible” emerge “Cicatriz #23”. Incluida en “Trinchera avanzada”, la pieza musical que recorre “los arrabales de mi pueblo sentimental” perfora el aire con interrogantes y sentencias de amor, en su debut en tierras bonaerenses. Pero antes de eso, Roger y Uma se ceden la voz para tonificar un himno infame: “Curtis”. Como una ópera guionada de principio a fin -¿alguien duda de que haya sido así?-, la obertura estético-política propuesta por “Tajada” -¡exhibida en el Museo de Arte Moderno!- culmina con el estribillo pop que electrizó más de una publicidad.
Le propongo la escena siguiente, estimado/a lector/a. Diríjase a una habitación de su casa, la que quiera. Cierre primero la puerta, después los ojos. Imagine a Adrián Dárgelos entonando una letra. A su lado, a Uma, acariciando la guitarra. Moviendo levemente los hombros, como diciendo: ¿Y qué?”.
Santi Motorizado, ahora en el medio, mira para arriba. Abajo se arma un pogo lento. Foto: Gentileza Soul Films
Garganta superpoderosa
Es el día del padre en Argentina. Una pibada que va desde adolescentes a cuarentones, haciendo escala en los venti-treinti, hormiguea cerca de las vallas del Movistar Arena. Esos minutos previos al recital, tan evanescentes como eternos, deberían ser más contados. Procedo al acto de justicia poética. A mi lado, un pibito le susurra a “su chica” una de ELO. Después vienen Weezer y Wings. Para cuando llegan los Arctic Monkeys, varios orejean y tararean. Una piba le dice a alguien: “Yo creo que El tesoro lo van a dejar para cerrar”.
Las pantallas simulan televisores en modo lluvia. Señal 80/90 de arribo al show. La garganta poderosa de Santi entona “El magnetismo”. Sintoniza espacio-temporalmente, ahora la peli se ve de principio a fin, a color. “Un segundo plan” empalma con “La noche eterna”, marcando el eje conceptual de la noche: el caminito hacia “Super terror”.
Después de “El perro”, componente del álbum de lados B “La otra dimensión”, alguien grita: ¡Aguante Embajada Boliviana! Momento memento: 28 de octubre de 2023 (qué fecha, ¿no?). Santi toca en Santa Fe por el aniversario de la UNL. Se enfoca en su trayectoria solista y homenajea amigos de la escena platense. Entre ellos, a la banda de Julián Ibarrolaza y a 107 Faunos. Un grupo más nutrido empieza a cantar: “La patria no se vende”. No será la única vez que se escuche la consigna.
La amistad, el indie, la cultura rock y el más o menos bien como respuesta a los grandes relatos de otras épocas. Foto: Gentileza Soul Films
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“Amigos, formemos una banda de rock and roll” se escucha en la mitad de la sexta canción. El vaticinio de la pluma de 2012 no falló: “Ahora somos nuevos creadores del rock and roll”. ¿Se imaginan lo que sentirán Santi, Pantro Putö, Niño Elefante, Doctora Muerte y Afloyd en cada recital de sus vidas? ¿Y el público? Porque allí se congrega buena parte del ADN motorizado: amistad, indie, cultura rock y el más o menos bien como respuesta a casi todo.
En un lugar envidiable entre la valla y el escenario, un flaco agita al público mientras filma la coreografía espontánea del momento. Eso es el under, a pesar de las millas transitadas, de los minutos en TV o de las canciones rankeadas (en la gente y en las plataformas). Under es, también, el pibe que reparte de a dos o tres flyers -más bien cartulinas- de Él Mató. “Dame una para mi novia”, pide uno.
“La dinastía Scorpio” ofrece otro de sus guerreros amorosos al encuentro musical, “Dos galaxias”. Santi, ahora en el medio, mira para arriba. Abajo se arma un pogo lento. “Todos tienen que prender los celulares así lo subimos a Tiktok”, dirá al final el Chango a modo de engaño. “Estaba re apocalíptico”, tira un pibe cerca mío, para pincelar el modus operandi del autor de una frase que tristemente nunca perderá vigencia: “Te persigue la policía en Navidad”.
“Un segundo plan” empalma con “La noche eterna”, marcando el eje de la noche: un caminito hacia “Super terror”. Foto: Gentileza Ivanna Legler
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Santi está emocionado y se le nota. Agradece con palabras. Imita una pinza con cada una de sus manos, separadas a distancia de hombro, y las enlaza formando un corazón. Cierra el puño, liberando hacia arriba el pulgar, y saluda en círculos. Luego de dos nuevas (“Diamante roto”, “Tantas cosas buenas”), llega la esperada, no tan al final como anticipó la muchacha en la previa del show. “Dedicada a todos ustedes”, preludia el vocalista. En un gesto que se repetirá en algún riff de “El mundo extraño”, los fans aprovechan el “mutismo” para insertar al mejor estilo ricotero un “vamos él mató”.
Por qué, por qué, por qué. La pregunta de “Excalibur” se apodera del espacio, multiplicada por miles de celulares iluminando todo al mismo tiempo. Santi machaca las palabras con una delicadeza, que lo deja equidistante entre el indie y el punk. Acolchado por una oscuridad instrumental, lo hace también en “El fuego que hemos construido”.
Minutos más tarde, la banda vuelve a escena. Bueno, no. En realidad, vuelve Santi acompañado por el piano de Agustín Spassoff. Entre bis y bis, un grupo gana adeptos para pedir en forma de cántico “Chica de oro”. Como la técnica da resultado, juegan una última carta, tampoco fallan. Luego de esa canción final, el cantante dice “Nos vemos la próxima, en el futuro”, anticipando su próximo movimiento.
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