Martes 2.1.2024
/Última actualización 13:46
“El beso”. Autor y director: Nelson Valente. Elenco: Luciano Castro, Mercedes Funes, Luciano Cáceres y Jorgelina Aruzzi. Música original: Nico Posse. Diseño escenográfico: Mariana Tirantte. Diseño de luces: Matías Sendon. Vestuario: Lara Sol Gaudini. Asistente de dirección: Constanza Urrere. Producción: Javier Faroni. Sala: Lido (Santa Fe 1751, Mar del Plata). Funciones: martes a domingos 20.45. Duración: 75 minutos. Nuestra opinión: muy buena.
Así como sucedió durante la temporada pasada con “El divorcio”, este verano, el dramaturgo y director Nelson Valente vuelve a involucrarse con las cuestiones de pareja desde el tono de la comedia en estado puro y con un elenco de figuras populares. La obra en cuestión es “El beso” y los protagonistas que la llevan adelante son Luciano Castro, Mercedes Funes, Luciano Cáceres y Jorgelina Aruzzi, un gran equipo al servicio de cada uno de los parlamentos que propone el material. Hasta aquí cuanto dice el Diario La Nación sobre la obra. Con firma del cronista. Se creyó necesario esa mención de apoyo para que se sepa que hay una “simpatía manifiesta” por la obra. Ni está mal ni es equívoca. Es eso: simpatía manifiesta. Con ese antecedente se llega al teatro.
Give me a kiss to build a dream on / And my imagination will thrive upon that kiss/ Sweetheart, I ask no more than this / A kiss to build a dream on/...
La versión en vinilo de 1951 de Louis Armstrong, sobre un tema de la década del 30 del siglo XX, pone a esta obra en el mismo camino. Un beso para un sueño dice la canción. No podía abandonar esa melodía mientras estaba en la sala. Tal vez un defecto de construcción de mi parte, asociar para entender. Pequeño desatino: “gugleenló”.
Nelson Valente, en la temporada anterior, dirigió una obra de peso internacional: “Laponia”. Lo hizo bien. Es suya “El loco y la camisa”. Es un hombre que sabe.
En este caso eligió el beso como disparador de situaciones propias de una obra de verano, que debe vencer el olvido de los espectadores que se dispersan apenas terminada la función, saliendo de la sala hacia el verano marplatense a las 22.30 de la noche. Ese es un desafío y no siempre se gana. Tampoco se gana fácilmente. En muchos casos sobra un empate. He conocido a muchos perdedores a lo largo de tantos veranos.
Cuando, apenas las luces y el sonido indican que “la obra comenzó”, un aplauso espontáneo conmueve la platea se hace necesaria una advertencia: quien se decida a comentar la obra debe saber que lo hace a partir de entender, debe hacerlo así, entender que los actores ya tienen lo mejor: el espontáneo corazón de quien está en la butaca. Contra eso debe luchar el autor, no el cronista, contra ese espontáneo y desinteresado amor que vino a expresarse. No desengañarlo y, si se puede, aumentarlo contribuyendo con eso, con algo que aumente el placer estético, la simple alegría de vivir a quien viene desguarnecido y feliz. Eso entendió Valente y hacía ese destino marcho rápida y eficazmente. No decepcionar lo que se imaginan quienes vienen a estar bien. Queda poco teatro de “una bofetada de la realidad” y hay mucho teatro de “tengamos un momento con más ganas de vivir”.
Que los galanes se besan en el escenario no es un desliz de comentarista. Lo dicen las notas de espectáculo y es el eje de la obra. Entendámonos. El beso y aquello que dispara.
En este caso “El Beso”, como título de un texto teatral, no ahorra para misterios. Todos los encuentros, las mínimas posiciones dramáticas, parten del beso y lo que despierta, dispara y concede.
Los actores se acomodan a los hechos. Frases que deben decirse en el tiempo justo, según aplausos y manifestaciones de un público que participa y pertenece al corpus de la obra, mejor dicho: del afecto que los actores despiertan.
Un tremendo punto a favor la amplificación. Ahorra disgustos que se actúe con micrófonos. Básicamente la molestia de las risas y los comentarios... sí, la gente comenta con ellos en una suerte de “comedia del arte” muy actualizada donde los espectadores nutren, alientan, completan aquello que los cómicos de la legua traían. Puede decirse que participan y pertenecen al texto y el guiño que plantea. Los amantes de aquel viejo teatro de letra, sin espasmos permanentes del cuerpo pueden no estar muy conformes, como diría la señorita Celeste Carballo, es la vida que me alcanza.
La desacralización, la natural existencia del amor entre personas que simplemente se quieren (se llega a decir aquello tan frecuentado de mariposas o cosquillas en la boca del estómago por el despertar del amor) sin que sea un impedimento el sexo según documento original, no es siquiera una denuncia, se toma como lo que es, parte esencial de un juego de rápida comedia.
El verano no le quita poder a un punto: se juega con el tema como si fuese un juego y eso es bueno. No hubo exhibición de torsos y calzoncillos bóxer y eso también es bueno. Aplaudieron a todos, con énfasis en el galán, claro, pero aplausos con entusiasmo a Jorgelina Aruzzi, al menos eso creí oír. Es un buen dato. Se los había ganado.