Lunes 4.7.2022
/Última actualización 15:53
El jueves 30 de junio, a las 19, el Concejo Municipal de Santa Fe realizó un reconocimiento a Ricardo Calanchini por sus 40 años como artista plástico de la ciudad. El acto tuvo lugar en el Club Náutico Azopardo, en cuya sede social se prolongó la celebración en una muestra, un brindis y una recepción posterior de la que participaron allegados al homenajeado.
Pasado el encuentro, El Litoral conversó con Calanchini para conocer más sobre las fuerzas que lo mueven hasta el día de hoy, en una actividad constante e intensa a lo largo de cuatro décadas.
Distinción: el momento central, recibiendo el diploma de manos de la concejal Adriana “Chuchi” Molina. Foto: Manuel FabatíaCelebración
-¿Cómo viviste este homenaje por los 40 años? ¿Cómo se ven esos 40 años en perspectiva?
-El homenaje no es el primero: ya viene reiterándose, porque ya van largos los 40 años; se cumplieron el año pasado en octubre. Con la pandemia ahora es a año vencido, es del 40 al 41. O sea que estoy transitando los 40. El Colegio de Abogados, muchos colegios ya me dieron premios, y ahora este.
¿Cómo lo estoy viviendo? Me siento muy bien, porque el reconocimiento me hace bien; nadie (o muy poca gente) sabe lo difícil que es todo esto. La soledad que uno habita, y lo que costó lograr estos 40 años de continuidad, y no haber aceptado nunca un puesto público: ese es mi gran orgullo, porque la tentación es muy grande. Y vos ves que muchísimos grandes artistas de cualquier nivel, al aceptar ese anzuelo de plata (que te asegura las vacaciones y la obra social) se convirtieron en empleados públicos: no conozco ninguno que siga siendo artista. Soy abierto en muchos pensamientos, pero en este no: ser artista de tiempo completo te da un título, es una profesión; en cambio los otros son empleados públicos que pintan, que hacen teatro, otras cosas.
-De todos modos también hay un “éxito” que te permite ser artista a tiempo completo, al menos hoy.
-No, pero hace 40 años que no tengo patrón. Y no sabés lo difícil que fue: muchos años de deberle al tipo que llevaba los chicos nueve meses de transporte. Siempre estaba esa tentación. Pero la convicción me llevó a ser un personaje en la ciudad, ser reconocido: de diez taxis a los que subo, seis saben que soy artista. Voy a cualquier lugar, saludo gente y muchos saben qué hago. Fue una profesión que se fue cultivando y dio su merecido.
-También el cultivar el personaje mucho antes de esto de las redes sociales: construir la marca registrada de quién es Calanchini, desde la estética de la obra...
-A la estética personal, la moto: todo tiene un sentido estético. Porque vivo permanentemente de artista, no es que me disfrazo. Y eso de ser “famoso” lo disfruto mucho.
-¿Lo disfrutás como devolución también de lo que en otros tiempos costó?
-El tema de la personalidad se fue curtiendo sola, porque soy extremadamente sociable; pero mi actividad me lleva únicamente a estar solo todo el día: música y soledad, los lápices y dibujando o pintando. Y por la producción que tengo todo el mundo sabe que trabajo ocho, diez, 12, 15 horas. La rutina es de las 7 a las 11, a las 11 salgo a cafetear, vuelvo a las dos de la tarde y le doy hasta las ocho, que salgo a la vida social. Pero anoche volví a la una y media o dos, y le di hasta las cuatro, y después dormí hasta las 9. Hay que tener esa flexibilidad.
-¿Cómo se alcanza esa disciplina?
-Cuando la madre de los chicos trabajaba, en una empresa privada, yo me levantaba una hora antes que ella, para demostrar que yo también trabajaba. Era todo un juego, porque en un punto te sentías un inútil, porque a lo mejor no traía un mango, y no era que me podía quedar durmiendo hasta las 11. Siempre lo tuve así: por supuesto cometiendo muchos errores.
Durante muchísimos años viví con culpa, por muchas cosas: los chicos siempre fueron a buenas escuelas pero a lo mejor podrían haber ido a otras mejores. Hace unos cuantos años cambié vivir con culpa por “me lo merezco todo”. Porque hice un análisis: la culpa podés vivirla si vos planificás algo para joder al otro, jamás lo hice. Ya todos crecidos, profesionales, armados, cambié esa mirada.
Los presentes escucharon las palabras del artista compartiendo alguna copa y disfrutando de la exposición. Foto: Manuel FabatíaInquietudes
-¿Cómo se ve el Ricardo Calanchini de hace 40 años desde el hoy?
-Siempre fui muy inquieto, siempre estuve muy pendiente de muchas cosas; siempre fui muy astuto: esa es otra palabra clave. Porque llegar a Estados Unidos sin saber un idioma; poder moverme como lo hice; hacer exposiciones infinitas en muchos lugares del mundo; era por la inquietud interior que tenía de llegar, de concretar una meta, que no sé cuál era.
Cada vez que miro fotos (porque no tengo un registro de las obras), pienso: “Lo que he trabajado”, es impresionante. Aparte de ser muy rápido para dibujos complejos o pinturas, veo catálogos y me acuerdo de esa serie que eran 50 obras. Una mirada compleja de cómo era. Lo que sí también sé, como pasé de la culpa a “me lo merezco todo”, es que no he llegado a ningún lado: sigo tan inquieto como hace 40 años; no es que, como dicen los boxeadores, “perdí el hambre”, al contrario.
Pero no es una meta de llegar a otra cosa, porque no mando hace años a salones, no es para ganar un premio, por ejemplo. Sí lucho todos los días de mi vida para hacer “la obra”: considero que todo este camino me está preparando para “la obra”. Ojalá que la pueda hacer antes de morirme.
Identidad propia
-¿Cómo convive la búsqueda artística y lo profesional? Hay algo que querés plasmar en una serie, y después hay que producirla, algo que hacés a una gran escala.
-Lo que vendo yo es inimaginable, porque la hago, la vendo y la cobro. La gente quiere comprarle a Calanchini, no a otros.
-No quiere intermediarios.
-No. Uno de los grandes méritos que tengo es que a lo mejor con lo que pagan una obra mía podrían comprar un nombre nacional. Los tipos ni saben quién es fulano de tal: les gusta mi obra y la quieren tener colgada. Y en algo que me siento muy orgulloso es en haber fomentado el arte para muchísima gente que jamás había ido a una muestra, a una galería; y a partir de esto van, conocen, y muchos están hasta tomando clases de arte. Es un orgullo porque abrí la frontera.
Pude lograr mantener una línea: la gente ve la obra y sabe que es un Calanchini. Porque hubo muchas tentaciones. Cuando en los 90 me fui a Estados Unidos había un anzuelo muy grande como para no agarrarlo: instalaciones, cosas que hoy ponés y decís “este le copió a tal”, pero en ese momento no era así. Yo podría haber traído toda esa tecnología nueva, pero no: no me salí del camino.
-Es lo que decíamos de la identidad. Incluso hay clientes institucionales que por ahí te piden una obra para un lugar determinado porque saben que la quieren tener ahí.
-Exactamente. Por supuesto, uno tiene una mirada estética, no voy a ir a tu casa a hacerte un cuadro horrible. Pero no voy a hacer que combine con el sillón ni con la alfombra, eso no. Sí veo las dimensiones, qué entrada de luz hay, entonces juego con una paleta de colores.
Permanencia mutante
-¿Cómo se convive con la renovación? Por ejemplo, cuando sacaste la serie de los barquitos de papel era otra paleta y otra técnica que venía con la línea más geométrica que venías desarrollando. ¿Cómo se sigue aprendiendo y manteniendo la coherencia?
-A través del tiempo hago un análisis de mi obra, como todos hacemos sobre lo que hemos hecho. En mi obra no se modificaron muchas cosas: son paisajes que tienen otra mirada. Pero por ejemplo: los barcos mutaron, porque eran otro tipo de barcos; las sillas están desde siempre, los lápices también. Las escaleras están; unos palitos que son como las muletas, que fueron un homenaje a Dalí; después se fueron reacomodando en el tiempo, ya eran las muletas propias de cada uno, que llevamos para poder seguir avanzando, agarrándonos.
Los pliegues, los papeles, las hojas blancas; los velos, que estaban en las obras de Freud pero hoy también está como en la vida, una cosa velada, y otros velos que vamos poniendo. La plomada: buscando el equilibrio, que lo sigo buscando permanentemente día a día, y cada día lo veo más lejos.
-Puede cambiar la técnica pictórica, pero los temas permanecen.
-Exactamente. La obra me demostró que es inconsciente, no es que decís “voy a pintar con una paleta alegre”. Cuando vivía en el Puerto, la paleta era ocre y marrones profundos; cuando viví en Miami, que los cielos son muy diferente, la luminosidad, la gente, la temperatura, la estética todo, se hizo una paleta muy colorida. Es increíble cómo eso se te va haciendo carne.
-Claro, tiene todo que ver. Pero como eso todo: hubo momentos muy tristes, momentos bastantes desolados; hay obras que no es que me dan vergüenza, pero pienso “qué vacío que estaba yo en ese momento”. Hace dos o tres años hice una obra que se llamaba “Mi cien por ciento”, por reflexión a estos momentos. Considero que todas las obras son tu cien por ciento, no es que decís “a una la hago así nomás”. No, vos ponés lo mejor.
-Es tu cien por ciento de ese momento.
-Pero había obras que digo: “Qué pobre era mi cien por ciento” (risas), era un dos por ciento.
-Pero eso va documentando tus etapas.
-Que ha sido así, como un electrocardiograma. Pero pienso que con los grandes maestros pasó lo mismo: cómo habrán sido los errores que cometieron, porque no eran máquinas que pintaban.
-Hay gente que si está muy mal no pinta. Lo que tuviste es que nunca dejaste de pintar.
-De los grandes maestros, creo que Dalí ningún dejó de pintar; con Gala gritándole: “Aprendé algo, desastre” (risas). Picasso creo que nunca dejó. Van Gogh, sangrando, peleándose con la vida cada dos minutos, y pintando.
Tipos de acá de Santa Fe, a los que admiro profundamente: Juan Arancio era un tipo impresionante, el trabajo que hizo a nivel mundial, no para Santa Fe nada más. López Claro, Supisiche, Richard Pautasso, tipos descomunales de trabajo. Si no estaban garabateando estaban en el pensamiento: seguían pintando a 100 kilómetros por hora.
El buscador
-Decías que estabas buscando “la obra”. ¿Qué intuís por lo menos que buscás?
-“La obra” tiene que ser una síntesis de todo lo que hago, de todo el camino, que no es romper: no podés venir caminando y de repente decir “voy a seguir saltando” o “voy a caminar para atrás, o dando vueltas de carnero”. Sino dentro de lo mismo concretar esa síntesis que quiero; que quizás no es un minimalismo, sino un día poder concretar el recorrido entero. Pero que siga siendo Calanchini, no es que me voy a ir a hacer una instalación.
Es una lucha permanente, pero no es una lucha partiendo de la tristeza, es alegre. Hoy saqué cinco para hacer, son de 1 metro 30 por 90, ya las preparé; ya tengo la idea de lo que va a pasar, pero también se que esta tampoco es “la obra”, sino que sigo con la inercia de las ganas de trabajar.
Todo eso velado también lo pongo porque es lo que siento: a ver si puedo arrancar eso, atrás de eso está, nada más que no lo puedo hacer.
-Pero ya viste una parte:
-Sí, hay una puntita, pero está en blanco, así que no sé qué hay atrás.