Desde hace más de veinte años, de sus cuarenta y nueve de profesión, ejercita una costumbre ya reconocida en el medio: firma los contratos con artistas y productores solo apoyando su dedo pulgar en una hoja en blanco. Foto: Cris Sille/Télam
En los veranos marplatenses, puntualmente, aparece Carlos Rottemberg. Hay una cercanía de balnearios, carpas y refugio en la sombra de un comedor playero que nos acerca. Un hombre joven, de uniforme de playa y tranquilo, siempre tranquilo. Padre cariñoso y atento, exactamente eso, atento a las criaturas que lo rodean.
Cuando debe contestar el teléfono aparece otro Rottemberg, también tranquilo, no lo conozco enojado, parecería que lleva una vuelta de ventaja y las sorpresas no lo encuentran... sorprendido.
Es mi fantasía imaginar que hay sorpresas, ya que manejar personas, teatros, boleterías, impuestos y... sorpresas, deberían mantenerlo con sobrecarga de adrenalina. No lo parece y lo que no parece... no lo es (esta frase la dice Dayub en “El amateur”: “aquello que parece... es”).
Mantuve, al menos un par de veces, unas charlas fantásticas con su padre, un hombre de otro siglo, con una habilidad para ver la fisura de las cosas, de los hombres, de la realidad nacional que, pese a su veteranía, asombraba por su lucidez y tal vez deba corregirme, es su veteranía la que otorgaba lucidez. Carlos Rottemberg va camino de esa veteranía (le faltan años) pero la lucidez viene de fábrica.
Grabé un tramo de una charla que mantuve con el otro Rottemberg o, para mejor plantear el asunto, con otro de los Rottemberg posibles.
-Hay un Rottemberg empresario, un Rottemberg “familiero”, que es el que está aquí, pero hay al menos otro Rottemberg, el que -en sí mismo- representa un hecho cultural, un importante hecho cultural. Uno se va para atrás y busca de los quinientos años anteriores cacharros, formas de la alimentación, pinturas, eso es porque lo que sobrevive es la cultura. Usted se da cuenta...
-Me tengo que dar cuenta por el medio en el que me desenvuelvo, pero yo creo que cultura es todo.
-Si, como se le atribuye a Toynbee, todo lo que no es obra de Dios pertenece a los hombres y eso es cultura.
-Le decía, me tengo que dar cuenta porque cuando termine el 2024 cumpliré 50 años haciendo lo mismo, que tiene que ver con mi rol de empresario teatral, pero, ahora, es muy difícil que alguien valore -per se. lo que hace. Cuando Usted me lo dice lo pienso, pero si usted no me lo pregunta ni lo pienso
-Está bien, pero ahora, con 49 años de espectáculo, lo que surge es que varió mucho, es más de dos veces Gardel y Le Pera (que 20 años no es nada) y muchos estuvieron y pasaron, usted apareció y se quedó. Entendió los tiempos, hubo adecuación... y el hecho cultural también es entender el tiempo, el que no entiende sucumbe, desaparece, no llega, no queda...
-Entiendo, tengo un ejemplo de la adecuación, este año es un éxito el eslogan “precios amigables”, en octubre un día me levanté, no sabíamos quién iba a ser presidente ni de qué modo se haría la temporada y sugerí, aceptamos la cuestión entre todos, de “precios amigables”. Estaban los 150 años de Mar del Plata, podríamos haber puesto un título a la temporada, adherir de otro modo y adherimos con eso de los precios sin saber quién sería presidente, ni cómo sería la temporada, finalmente fue un fenómeno de adaptación a la que usted se refiere... no disparé para un espectáculo gratuito en homenaje a la ciudad ni una canción y hoy, visto con el diario del lunes, lo de “precios amigables” resultó bueno y necesario; en una temporada con muchos rubros a la baja el consumo teatral subió, hay más entradas vendidas, una suerte de “antigrieta” si usted quiere, todos podemos ir al teatro. Bajó la cantidad de cafés que se pueden pagar con una entrada, o sea, subió el café, subió el kilo de helados y el teatro no. Supervivencia pura.
-Déjeme repreguntar por ese lado, después de La Peste había una necesidad de encuentro, de reencuentro y la palabra, el teatro, la música, el “vivo” es un fenómeno que no lo otorga la televisión ni las redes. Lo escuché en otro reportaje hablar de la venta de a una entrada, una venta minorista, pero es que de uno en uno quieren encontrarse en un fenómeno que es el texto y/o la música... quiero reírme, quiero llorar, quiero encontrarme...
-Yo dije que yo siempre vendo al menudeo, que nunca le vendí al Estado, tampoco a sindicatos y llevo más de 22 millones de entradas vendidas y eso es ya una idea de política empresarial que tiene su costo y sus resultados yo puedo hablar de lo que quiera con quien quiera sin importarme de qué medio es quien pregunta...
-Tomemos otro andarivel. Hubo tres divas del “teléfono blanco”, un rubro que se fue. Ellas son Analía Gadé, Zully Moreno y Mirtha Legrand. Usted... las trató...
-Con Analía Gadé fue especial, ella fue madrina y yo padrino de la hija de Susana Campos, nos conocimos en la iglesia y a partir de ahí hicimos teatro. Con Zully Moreno no, pero si con su hijo, con Luis Amadori hijo, el esposo de Zully Moreno era propietario del Teatro Maipo y yo hice muchos trabajos teatrales pactados con el hijo de Zully Moreno, que lamentablemente después falleció.
-Y con Mirtha...
-Con Mirtha estuvimos ayer en una gala a beneficio. Creo que Mirtha se supo “aggiornar”. Finalmente le vino bien esa licencia gastronómica del 80 al 90, en números redondos, cuando volvió estaba absolutamente actualizada. En esa década del 90 apareció una mujer completa, que preguntaba de todo a todos, un programa plural que provocó un vuelco en la televisión y en su vida, claro está, también en la forma del espectáculo y del reportaje y en lo que a mí me toca de la producción. La pluralidad fue un sello de Mirtha, que es otra de las cosas que la trascendió. La Mirtha incisiva, la que incluso hace proselitismo por lo que cree, es la que arranca en los 90. El 11 de febrero del 2011 cuando terminamos aquí, en Mar del Plata, dije ya está, 21 años produciéndola. En ese programa de la década del 90 se sentaban Luis Patti y Hebe de Bonafini. Fue la mejor época de Mirtha, la década del ’90, y para sentarse a solas sólo había que ser presidente de la República o René Favaloro.
-A usted... ¿qué le “afanaron” en estos 49 años?
-No entiendo bien.
-¿Qué dejó de hacer, qué le quitaron de su vida por tantos años, tantas horas dedicadas a su trabajo, que evidentemente es su pasión? Saquemos “afanaron”; ¿qué cosas resignó?
-No resigné nada, usé más horas de las que aconseja el manual entre vida, sueño, vida familiar y trabajo, pero la familia está bien constituida y ya ve, estamos a pocos metros del agua y el placer es este café en un bar de playa, sin meternos en el mar...
No es imprescindible, pero si necesario ubicar a Rottemberg de Wikipedia: “Carlos Rottemberg (Buenos Aires, 11 de abril de 1957) es un empresario teatral argentino quien, junto a su hijo Tomás, dirige la mayor empresa de salas teatrales de Argentina. Asimismo, se ha especializado en la construcción de salas de teatro en ese país. Comenzó a trabajar a sus 18 años, menor emancipado por sus padres, cuando se inicia como inquilino del abandonado cine teatro Ateneo en la calle Paraguay y Suipacha de la ciudad de Buenos Aires, con el objetivo de exhibir cine. En su infancia y adolescencia siempre hizo foco en su interés por la exhibición cinematográfica, aún sin provenir de una familia del espectáculo.
Desde hace más de veinte años, de sus cuarenta y nueve de profesión, ejercita una costumbre ya reconocida en el medio: firma los contratos con artistas y productores solo apoyando su dedo pulgar en una hoja en blanco. ‘Eso no habla bien de mí sino al menos también de la contraparte. Desde que utilizamos el dedo no hemos cruzado con nadie una carta documento sobre más de tres mil pulgares puestos. Renuevo mi apuesta por el valor de la palabra’”.
Ese es el que se encuentra en Wikipedia. En algún momento, tal vez en el invierno, en sus salas de “el invierno porteño”, sea yo quien pague el café y el mate cocido. Estoy seguro que encontraré otro Rottemberg, con las mismas cualidades. La calvicie, la falta de protocolo, su bonhomía... y el pulgar.
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