Viernes 5.1.2024
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Un ciclo dedicado al cineasta Akira Kurosawa, que se realiza este mes en el Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires (Malba) pone de manifiesto el interés que continúa generando la filmografía de este artista japonés a más de 15 años de su fallecimiento y a más de 30 desde el estreno de su última película “Madadayo”, un retrato de la vida cotidiana en Japón durante la Segunda Guerra Mundial, centrada en un docente que deja su cátedra para dedicarse a escribir.
"Vivir". Foto: TohoEl ciclo se desarrolla como parte de la conmemoración de los 125 años de relaciones de amistad entre Argentina y Japón, está organizado por Malba Cine y la Embajada de Japón, e incluye filmes del director en 35mm. “Rashomon” (1950), “Trono de sangre” (1957), “Los siete samuráis” (1954), “Vivir” (1952), “El cielo y el infierno” (1963), “La fortaleza oculta” (1958), “Yojimbo” (1961) y “Sanjuro” (1962) son las ocho películas seleccionadas dentro de una filmografía mucho más amplia, admirada por personajes como George Lucas y Francis Ford Coppola, quienes le ayudaron a financiar algunos de sus filmes, como “Kagemusha”, de 1980.
"Rashomon". Foto: Daiei StudiosAkira Kurosawa está considerado como el director que más contribuyó, a principios de los años 50 del siglo pasado, a abrir el cine japonés al mercado internacional, sobre todo a partir de la legendaria “Rashomon”, que narra un crimen desde varios puntos de vista. Precisamente, fue un pionero en la incorporación de técnicas cinematográficas tales como la narrativa no lineal (que más adelante experimentaron Alain Resnais, Christopher Nolan, Quentin Tarantino y David Lynch) y el uso de la luz y la sombra para comunicar sensaciones. Ese éxito internacional del cual gozaron las películas de Kurosawa se debió, en buena medida, al trabajo que realizó en sintonía con actores como Toshiro Mifune y técnicos como el director de fotografía Kazuo Miyagawa.
A su vez, las películas desarrolladas por Kurosawa cuentan historias que trascienden lo anecdótico y buscan analizar todo el espectro de la naturaleza humana, lo cual hace que repercutan con la misma potencia en torno a audiencias de todo tipo. Entonces, sus obras son a la vez atemporales y universales. Un ejemplo bien claro es “Vivir”, donde un burócrata que ha dedicado su vida al trabajo administrativo, descubre que padece un cáncer terminal y desea, como modesto legado, construir un parque en un terreno baldío para el beneficio de la comunidad. Es cierto que las películas de Kurosawa están muy arraigadas en la cultura japonesa, pero gracias a esta noción de universalidad, la trascienden.
"Los siete samuráis". Foto: TohoAdmiración por los clásicos
Al igual que Orson Welles cuando se mudó a Hollywood para jugar con “el tren eléctrico más grande del mundo” que era el estudio de la RKO, Kurosawa se dedicó a estudiar a los pioneros del cine, como Griffith. Del director de “El nacimiento de una nación”, aprendió a contar historias de manera visual. Al mismo tiempo, admiraba el trabajo de John Ford, un maestro de la composición visual, de cuya creación de planos se nutrió para diagramar obras como “Los siete samuráis”. También revisó la filmografía del soviético Sergei Eisenstein, conocido por sus teorías sobre el montaje cinematográfico. En paralelo, sobre su labor cinematográfica influyó la literatura, en particular las obras de William Shakespeare y de Dostoievski.
"La fortaleza oculta". Foto: TohoAdemás de las películas nombradas, que integrarán el ciclo, sobresalen dentro de la filmografía de Kurosawa dos obras que desarrolló en su madurez. Una es “Dersu Uzala” (1975), que el japonés rodó en la Unión Soviética. Está basada en las experiencias de un explorador ruso en Siberia, donde traba amistad con un hombre de la zona, que vive en plena comunión con la naturaleza. La otra es “Ran” (1985), considerada una de las más grandes películas de la historia. Adaptación libre de “El rey Lear” de Shakespeare, reflexiona sobre el poder, la traición y el arrepentimiento.
"Yojimbo". Foto: Toho, Kurosawa Production Co.La influencia de Kurosawa fue muy fuerte en el cine occidental, al punto que varios de sus filmes fueron objeto de remakes o adaptaciones. Los ejemplos más paradigmáticos son “Los siete magníficos” (1960), moldeada por John Sturges con la mirada puesta en “Los siete samuráis” y “Por un puñado de dólares” (1964), que tiene una conexión directa con “Yojimbo”, aunque el director Sergio Leone sustituye el Japón del siglo XIX por un pueblo del Lejano Oeste donde se enfrentan dos bandas. Sus trabajos, tal como demuestra el ciclo del Malba, siguen siendo objeto de estudio y una referencia para cineastas en términos técnicos. Pero es su mirada compasiva sobre la condición humana lo que prevalece una y otra vez.