Viernes 17.2.2023
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Estados Unidos, 1976. El país del norte ha perdido la brújula. La degradación moral, el escándalo político del Watergate, la dimisión de Richard Nixon, las secuelas de la Guerra de Vietnam, los alarmantes índices de delincuencia y la pérdida definitiva de los ideales apenas abrazados en los ‘60 han sumido a la sociedad en un desconcierto del cual el cine no se mantiene ajeno, tal como demuestran filmes de la época, completamente heterogéneos, hasta en términos ideológicos, como “La conversación” (1973) o “Death Wish” (1974). En ese contexto apareció “Rocky”.
Foto: MGM / Warner Bros.Dirigida por John G. Avildsen, pero en realidad pergeñada por Sylvester Stallone, la película supuso para el público un reencuentro con cierta transparencia que parecía perdida. El sueño americano, hecho trizas, recobra algo de su brillo de antaño, a pesar de que hay certeza de que las cosas ya no serán como antes. Es que la posibilidad de que un desconocido, perdedor, menospreciado tenga la chance de convertirse en “alguien” gracias a los engranajes del sistema, era algo tranquilizador en medio de la angustia de lo inestable.
Por otra parte, frente a personajes tan difíciles de digerir (en tanto ponen en juego las tensiones de la época) como Travis Bickle (“Taxi Driver”), Paul Kersey (“Death Wish”), Harry Callahan (Harry, el sucio”), Alex DeLarge (“La naranja mecánica”) o Michael Corleone (“El padrino”), el noble Rocky Balboa, que además de boxeador es lo que en Argentina podríamos definir como un “laburante”, es más empático.
La mezcla entre todos estos elementos, sumado al carisma de los actores (el propio Stallone, Talia Shire, Carl Weathers, Burt Young y Burgess Meredith están perfectos en sus respectivos roles) convirtió a “Rocky” es un batacazo. No solo se ganó al público y a la crítica, sino que dio origen a una de las sagas más famosas de toda la historia del cine, que Stallone exprimió hasta límites insospechados.
El camino del “semental italiano” estuvo, entonces, plagado de sinuosidades. Volvió a enfrentarse con Apollo Creed, quien después se volvió su mejor amigo. Recibió una golpiza de Clubber Lang, después lo venció. Se metió en la Guerra Fría y le ganó a esa máquina de matar soviética que era Iván Drago en Moscú. Fue luchador callejero, hizo fortunas, las perdió y después de muchos golpes (literales y metafóricos) decidió retirarse y, en un giro autoconsciente, abrió un restaurante lleno de fotos de sus tiempos de gloria. En este preciso punto apareció su sucesor.
En 2015, llegó a los cines “Creed”, de Ryan Coogler, que en cierto modo marcó la despedida de Rocky para proponer un nuevo horizonte a la franquicia. Allí el público tuvo la oportunidad de conocer a Adonis Johnson (después Adonis Creed) hijo del otrora campeón Apollo Creed, quien falleció antes de que él naciera. Este joven, que lleva el boxeo en su ADN, necesita un entrenador (y guía). Ese rol lo cumple (no podía ser de otro modo) Rocky Balboa.
Foto: MGM / Warner Bros.Completamente diferente a su antecesor, aunque con muchos puntos en común, Adonis es un héroe acorde a estos nuevos tiempos. Lleno de claroscuros, pero dotado de las dosis necesarias de lealtad, compromiso e individualismo para poder triunfar en un mundo hostil. Es también, en un punto, innovador. Hace honor a sus raíces, pero trata de tener su propia impronta.
En 2018, tras su “debut”, Adonis regresó a la pantalla en la segunda entrega de la renovada saga. Y el 2 marzo de 2023 le tocará defender nuevamente el legado en la película número tres. El actor Michael B. Jordan (quien encarna a Adonis) se coloca también en el rol de director, tal vez con la pretensión de emular a Stallone-Balboa. Habrá que ver como le sale.