Martes 8.2.2022
/Última actualización 13:04
Sofía Rei presentó en 2021 su quinto álbum, “Umbral”. En él, la artista argentina radicada en New York construye una serie de historias personales y de viajes, homenajes sonoros a una tierra y a un origen, catalizados por la experiencia de conocer el Valle del Elqui. En comunicación con El Litoral, Sofía profundizó en la composición de la obra, sus matices, y el diálogo con el entorno.

“De chica escuchaba mucho folclore, tango, música clásica”. Así se presenta Sofía Rei, junto a un cúmulo de referencias a lo largo de su vida: Mercedes Sosa, Violeta Parra (a quien homenajeó en “El gavilán”, 2017), Astor Piazzolla, The Rolling Stones, The Beatles, punk, Carmen McRae, Billie Holiday, Sara Vaughan, Ella Fitzgerald, John Coltrane, Steve Reich, John Zorn, Bobby Mc Ferrin, Maria Schneider, Guillermo Klein, Susana Baca. Con Zorn grabó y giró, fue parte de la big band de Schneider, junto a McFerrin participó de una ópera improvisada en el Carnegie Hall (“me cambió la forma de entender la música y a la voz como instrumento”).
Hace muchos años, Sofía compuso “Un mismo cielo”, la primera canción de “Umbral”. Cómo saber, entonces, que allí comenzaba a gestarse un disco. El proceso “fue lento”, algo que la cantautora destaca como un valor. Porque permitió consolidar una amplitud sonora, reflejo del modo en que se fueron filtrando los entornos en la composición. “Se logró continuidad y cohesividad artística”; como si se tratara de un tapiz temporal que representa distintas vidas en una: el Valle del Elqui, New York y Argentina. A pesar del nivel de detalle en la instrumentación y en la producción, “cada canción funciona como una pequeña gema de un collar que se fue entrelazando”.

La producción estuvo a cargo de JC Maillard, quien realizó “el aporte más importante” del álbum (“sin él no existiría”). “Es un gran amigo, en el que confío personal y artísticamente. Conoce todo tipo de música: del Norte de África, del Medio Oriente, de Latinoamérica, flamenco, jazz, pop”. Nacido en la Isla de Guadalupe y radicado en París, Maillard es, además, compositor y multi-instrumentista. Entre los instrumentos que ejecuta se destaca una rareza -mitad bajo mitad guitarra inspirado en el saz turco-, del que hay solo veinte en el mundo. Con él grabaron a dúo “Keter” en 2018.
“Umbral” contó con las participaciones de Fab Dupont y Bob Power, a cargo de la mezcla y masterización, respectivamente. Dupont, uno de los ingenieros de sonido más importantes del mundo, es un aliado incondicional de Sofía desde el año 2009 (“Sube azul”). Su CV incluye el desarrollo de instrumentos musicales y micrófonos con un componente educativo y la gestión de Pure Mix y Flux (en este último han grabado diversos artistas, desde Gregory Porter a Shakira). Por su parte, Power es compañero de Sofía en el Clive Davis Institute of NYU. Quien trabajó en obras de Erykah Badu, D’Angelo y Tribe Called Quest, “fue el responsable de llevar la masterización a un nivel de detalle muy importante”.
En síntesis, “tres viejos conocidos” que lograron sorprender a Rei. Por “lo increíblemente agudo de sus observaciones y sus oídos; por la forma en que pudieron entender un proyecto muy híbrido y complejo; y por contribuir a esta idea de integrar y homogeneizar siete canciones con una diversidad muy amplia”.

De las siete historias que articulan la narrativa del álbum, hay dos con una potencia particular. “La otra” es una adaptación del texto homónimo de Gabriela Mistral. “Ella es de Vicuña, en el Valle del Elqui. Es bastante increíble que habiendo tenido una infancia muy humilde, siendo una maestra rural en un pueblo pequeño de la montaña en Chile, haya logrado lo que logró como mujer y como poeta. Fue la primera escritora latinoamericana en recibir un Premio Nobel”. Y en cuanto al poema, leído por Sofía en su contexto, “me convocó mucho porque describía este paisaje que yo estaba viendo: la aridez de la montaña, el sol radiante, las águilas, los cactus… y una transformación de la mujer que está queriendo abandonar su ser anterior y convertirse en una nueva entidad”.
“La caída” es una canción que relata el accidente que tuvo el padre de Sofía, trabajando en la construcción de una fábrica de cerveza Brahma en Puán, Buenos Aires. La canción cuenta lo que sucedió: la caída del andamio que derivó en la muerte cinco años después, “cómo cambió mi papá, mi relación con él (yo tenía 12 años), la dinámica familiar, y por supuesto este final tan triste, que nos cambió a todos la vida para siempre”. Fiel a lo sucedido, la canción llegó de golpe, sin ser buscada: la letra, la melodía, la armonía… “todo junto”. “Estaba conversando con alguien que pasaba por un momento muy difícil que me hizo acordar a esta situación”.

Hace más de diez años apareció el charango en la vida de Sofía Rei. El aprendizaje fue autodidacta, exploratorio, libre. Lo que la fue atrapando es lo exótico; esa “cuerda más grave en el medio” lo distingue de los otros cordófonos y le da una “afinación muy extraña”. Y su sonoridad, que “conecta inmediatamente con lo andino”, habilita la variante, el juego: “llevarlo a otra experiencia sonora o a otros tipos de música”. De eso también se trata “Umbral”: de enlazar con producciones previas de la artista.
En una lectura retrospectiva (e introspectiva, por qué no), Rei halla un par de hilos conductores desde el iniciático “Ojalá” (2005). En el plano vocal, sus comienzos en el Coro de Niños del Teatro Colón, y su formación musical clásica. “Umbral” es un óleo que deja ver también pinceladas jazzeras, electrónicas y corales. “Quiera o no, está la base de mi música. Hay forma de representar la música desde lo vocal y la multiplicidad de voces”.
En la composición, emerge con fuerza “la conexión con la música latinoamericana, que es tangencial y visceral. Su acercamiento y abordaje viene tamizado por muchas otras experiencias y por el recorrido de haber experimentado y estudiado músicas tradicionales de Latinoamérica (Colombia, Perú, Brasil, Argentina, Venezuela, Cuba y el Caribe). A pesar de que hace veinte años vivo en New York, todos mis proyectos tienen algo en común: el hecho de cantar en español. Me convoca más hacer una lírica en este idioma, vinculada a ritmos y estilos sudamericanos como centro de mi música”.

En 2001, luego de vivir cuatro años en Boston, Sofía eligió New York. Dos décadas después, asentada, le habla a la ciudad. Intimidante, arrolladora, vibrante. “Es un lugar donde siempre pasan cosas interesantes, hay algo por descubrir, proyectos por hacer. Es raro encontrarse con gente que se haya mudado solamente por vivir acá. Porque es una ciudad muy cara, las distancias son grandes. No es fácil. Hay que trabajar mucho para poder vivir. Pero te encontrás con un grupo humano de todo el mundo que viene con una especie de misión personal, muy respetuosa de los planes de los otros, porque entiende lo difícil que es y puede ponerse en sus zapatos”.
Es una ciudad “competitiva, pero no desde un lugar desleal. Hay toda una comunidad de creadores que tienen interés por ver algo que se realice. Y eso te impulsa y motiva constantemente, pero también genera cierto cansancio porque no para. El domingo es lo mismo que el lunes; la medianoche es lo mismo que las siete de la mañana. Todo está abierto, todo funciona, todos los días hay un show, un lugar diferente para descubrir. A pesar de que hace veinte años que vivo acá, siempre llego a un barrio que no había visto antes y en donde suceden cosas increíbles”.

El 4 de junio de 2021 ha sido un día de mucha felicidad para Sofía Rei. Desde su publicación, el álbum fue muy bien acogido por la prensa internacional, e incluso fue elegido como uno de los veinte mejores discos por NPR. La alegría se multiplica con las devoluciones de los seguidores. “A veces, no entienden las letras o no saben cuál es la historia detrás de las canciones porque no hablan el idioma; sin embargo, les llega. Es muy lindo tocar la emoción de alguien.
Entender qué tan importante es la música para derribar preconceptos, ideas de compartimentalización, a nivel de bordes y diferencias culturales, de distancias que tienen que ver con fronteras, pasaportes y todo aquello que constituye la burocracia de las naciones y la segmentación de la humanidad. Porque, en el fondo, todos conservamos la posibilidad de emocionarnos prácticamente con las mismas cosas. Hay una fibra que se puede tocar y no tiene nada que ver con el idioma ni el origen, sino con el mero hecho de ser humano”.