Dios, amor y naturaleza, por los caminos del siglo XIX
La Compañía Coral de Santa Fe, dirigida por Pablo Villaverde Urrutia, abordó con solvencia un programa más centrado en el ajuste y elegancia en plasmar la belleza del arreglo que en las proezas vocales (que también las hubo), junto al pianista Mario Spinosi. Foto: Pablo Aguirre
El domingo, en el Paraninfo de la Universidad Nacional del Litoral, se realizó un nuevo encuentro artístico organizado por la Cámara Argentina de la Construcción Delegación Santa Fe, junto a la Compañía Coral de Santa Fe, dirigida por Pablo Villaverde Urrutia. Luego de varias ediciones bajo el formato de Gala de Ópera, este año la elección fue un concierto de cámara que llevó como “Canciones de amor y de añoranza”. La propuesta, considerada como una “experiencia inmersiva” por su características, contó con la visita estelar del tenor Gastón Oliveira Weckesser (una de las voces invitadas del año pasado) y el pianista santafesino Mario Spinosi, de reconocida trayectoria tanto en formaciones instrumentales como en acompañamiento de coros y solistas.
El concierto estuvo organizado en torno a composiciones del siglo XIX de compositores franceses, alemanes e italianos, en torno a los tópicos del ideario romántico: el amor (especialmente el perdido o no correspondido), la temática pastoral (el reencuentro con la naturaleza) y una religiosidad fresca y de cercanía. La propuesta se amplió con proyecciones de obras pictóricas en los ventanales que asoman sobre el escenario de la sala, también compartidas en el programa de mano y su expansión digital mediante QR mediante.
“El caminante sobre el mar de nubes”, óleo de Caspar David Friedrich, presidió la portada del impreso (“¡Friedrich! El único pintor de paisajes que había tenido hasta entonces el poder de remover todas las facultades de mi alma, el que realmente creó un nuevo género: la tragedia del paisaje”, afirmó el escultor David d’Angers), y las pinturas proyectadas se reprodujeron en el virtual, donde los asistentes también pudieron acceder a la traducción de las letras un elemento clave para el disfrute de estas obras. Un repertorio que le queda muy bien a la Compañía, en una velada más centrada en el ajuste y elegancia en plasmar la belleza del arreglo que en las proezas vocales (que también las hubo). Cabe destacar el crecimiento del orfeón, en especial de las voces masculinas (y más específica la cuerda de bajos) a la hora de llevar adelante el programa.
Francia romántica
El set comenzó con “Cheres fleurs”, tercera de las “Canciones de los bosques de amaranto”, una propuesta para coro a capella de Jules Massenet sobre texto de Marc Legrand: “Queridas flores, no se dejen engañar / por el viento que las roza con su ala! / Habla demasiado del amor fiel: / El amor fiel habla menos”. Ya con Spinosi en las teclas, abordaron la animada “Oiseau des bois” (“Pájaro del bosque”), segunda de la misma serie de dichos creadores franceses.
En ese momento se produjo el primer ingreso de Oliveira Weckesser, que demostró que su voz épica, ideal para los personajes heroicos de la ópera, se luce también en piezas pequeñas pero plenas de sentimiento y lirismo. Así, abrió con la “Élégie” de Massenet, sobre poema de Louis Gallet. Junto a la ejecución melancólica de Spinosi desplegó la esta pieza de amor perdido: “¡Los días de risa se han ido! / ¡Como en mi corazón todo es oscuro y helado! / ¡Todo se ha marchitado! / ¡Para siempre!”, subiendo en intensidad hasta el fortissimo final.
Acto seguido fue el turno de un cruce de épocas: “Pleurez avec moi” (“Lloren conmigo”), obra para coro sin acompañamiento del francés-venezolano-alemán Reynaldo Hahn (nacido en el XIX pero con desarrollo en el XX), con letra del poeta barroco Agrippa d’Aubigné, que une la pérdida del amor con el diálogo con la naturaleza.
El ciclo francés cerró con tres obras de Gabriel Fauré. La primera de ellas fue “Madrigal”, sobre un poema de Paul Armand Silvestre, juega a separar las voces masculinas y femeninas, como un episodio de la “guerra de los sexos”: por turnos, varones y muchachas se reprochan mutuamente el ignorar los efectos que generan a su paso, y se reclaman: “¡Amad, amad cuando os amamos!”. El final es junta a ambos en “La locura es la misma: / la de amar a quien huye de nosotros / y huir de quien nos ama”. El compositor construye la obra como si fuera una escena coral lírica: podemos comparar este duelo entre muchachos y doncellas con la “Mazurka de los parasoles” de la zarzuela “Luisa Fernanda” (aunque esta es mucho más picaresca).
A continuación el solista invitado abordó con sensibilidad “Lydia”, del mismo creador, sobre un poema de amor de Charles-Marie-René Leconte de Lisle. El cierre del ciclo de Fauré fue con “Cantique de Jean Racine”, una obra de carácter sacro a partir de una traducción del escritor del “Gran Siglo francés” de un antiguo himno en latín. El compositor explota aquí, tras un largo pasaje instrumental, las diferentes posibilidades del coro, tanto en las armonías del tutti como en las líneas melódicas, para darle un carácter espiritual y mundano a la vez.
Alemania pastoral
El viaje musical por el XIX alemán fue primordialmente de la mano de Johannes Brahms, empezando por “Der Abend” (“La noche”), sobre un poema del poeta romántico por excelencia: Friedrich Schiller: Cupido, el amor, une a Tetis, ninfa del mar, con Febo, dios solar, en un anochecer. Oliveira abordó el “Minnelied” (“Canción de amor”), exponente del lied germano, donde el poeta Ludwig Christoph Heinrich Hölty explota el amor romántico en contexto pastoral: “Más rojos florecen valles y praderas, / más verdes son los prados, / en donde los dedos de mi amada / las flores de mayo recogen”. Una obra donde el solista pudo lucir sus capacidades expresivas con la mesura que pide la obra. Esta trilogía de Brahms cerró con la Rapsodia Op. 79 N° 2 para piano solo, un homenaje de la compañía a Spinosi, para que este se luzca como solista en el manejo de los climas y las intensidades.
La vuelta a lo sacro fue con “Abendlied” (“Canción de la tarde”), obra de Josef Rheinberger, sobre texto bíblico: “Quédate con nosotros, / porque se hará de noche, / y el día llega a su fin”. A capella y plena de religiosidad, el autor explora con el contrapunto entre las cuerdas y las armonías celestiales. La espiritualidad continuó con otra de las obras más exigentes del programa: “Jauchzet Dem Herrn, Alle Welt” (“Aclama con júbilo al Señor, tierra entera”), de Felix Mendelssohn Bartholdy. De familia judía y credo luterano, el compositor conecta con el espíritu del Antiguo Testamento al musicalizar el Salmo 100, empleando un octeto de solistas (que en la ocasión estuvo integrado por Judith Rippstein, Carolina Basualdo, Luciana Actis, Soledad Galetti, Martín Tuninetti, Lorenzo Zapata, Agustín Corvalán, José Ortiz, Juan F. Ellena y Geronimo Veltri).
El tenor Gastón Oliveira Weckesser demostró que su voz épica, ideal para los personajes heroicos de la ópera, se luce también en piezas pequeñas pero plenas de sentimiento y lirismo. Foto: Pablo Aguirre
Sentimientos italianos
El ingreso al repertorio italiano fue de la mano de Francesco Paolo Tosti, el rey de la canción italiana del cambio de siglo, cuyas obras fueron interpretadas por celebridades como Enrico Caruso, Tito Schipa, Alfredo Kraus o Luciano Pavarotti. Precisamente el color spinto, pavarottiano, de la voz de Oliveira Weckesser, fue el vehículo ideal para esta obra melódica y cantabile: un terreno que el solista formado en el Instituto Superior de Arte del Teatro Colón conoce y disfruta, explotando toda su potencia en clímax final. En este caso se trató de “L’alba separa dalla luce l’ ombra” (“El alba separa la luz de la sombra”), sobre un poema de Gabriele D'Annunzio.
Allí comenzó un tríptico dedicado a Gioachino Rossini (el mismo que inventó los canelones de carne cubiertos de bechamel y gratinados). Fue con “L’ Asia in faville è volta” (“Asia se ha vuelto en llamas”), el “Quartetto pastorale” del acto 2 de la ópera “Aureliano in Palmira”, con libreto de Felice Romani. Allí el coro se pone en la piel de los pastores que esperan la libertad del asedio romano (con más esperanza que dolor en la música), con Spinosi haciéndose cargo con una gran ejecución de la compleja reducción al piano del arreglo orquestal.
El tenor invitado protagonizó otro cruce de temporalidades: “La promessa”, donde Rossini musicaliza para voz y piano un texto de Pietro Metastasio, el más grande libretista de la ópera barroca. “Que yo sería capaz de amarte alguna vez / no, no lo creas, queridos ojos. / Ni siquiera jugando te engañaría”, dice el texto, que suelen interpretar tanto tenores como sopranos, envuelto en una musicalidad emotiva y triunfante. El cierre del tríptico fue con la sacra “Salve, o Virgine María” a cargo del coro, religiosa pero no solemne.
El adiós
El final fue un retorno hacia el repertorio francés, con el “Sanctus” de la Misa Solemne de Santa Cecilia N° 5 de Charles Gounod: en la misma el solista abre con particular la alabanza del “Dios de los ejércitos”, para darle paso a la masa coral, que brilla en las voces femeninas, para cerrarse sobre las últimas líneas del piano.
Como bis, ante el cerrado aplauso de los presentes, la Compañía Coral de Santa Fe repitió el “Cantique de Jean Racine”, antes del último saludo hasta la próxima parada: este concierto se repetirá íntegro el domingo 4 de septiembre en el Centro Cultural Kirchner de la Ciudad de Buenos Aires, en lo que será una digna embajada de la música santafesina en la majestuosa “Ballena” sinfónica.