Por Pablo Bigliardi (*)
Desde el sur patagónico más adentrado de nuestro país y que tanto lo ha recorrido el escritor y emprendedor incansable de la cultura y la noticia, cuenta a este medio sobre su trayectoria y de su próxima visita a Casilda.
Por Pablo Bigliardi (*)
El recorrido de Cristian Aliaga es tan constante que su lugar fijo pareciera ser la ruta 3 en primera instancia, aquella que recorre los 3.000 kilómetros desde Buenos Aires hasta Tierra del Fuego. Su itinerario empieza en su Kupalme (lugar de origen en mapudungun) que serían Comodoro Rivadavia y Lago Puelo, en donde lleva viviendo más de veinte años, porque su Tuwun (lugar de nacimiento) fue en la provincia de Buenos Aires, en un paraje llamado Tres Cuervos, en donde había una estación del ferrocarril y el padre trabajaba en el campo, pero fue inscripto en el registro civil de Darregueira, en donde todavía viven parientes de origen europeo: alemanes del Volga y vascos. Ese solo inicio marca sus migraciones internas y externas porque vivió algún tiempo en España e Inglaterra y como si eso fuera poco, su hija, a quien visita asiduamente, vive en Buenos Aires. Por lo tanto le preguntamos a Cristian si podría explayar un poco más su derrotero para comprender ese espíritu nómade.
“Bueno, mientras vivíamos en Tres Cuervos y yo hacía el preescolar en una escuelita de monjas, la dictadura de Onganía saca una ley de alquileres que lo revienta a mi viejo y se queda sin el campo que había alquilado mi abuelo en la década de 1930. Deciden irse y se instalan en General Roca, Río Negro y se reconstruyen como pueden. La primaria la hice en una escuela pública y la secundaria con los salesianos en el colegio Domingo Sabio que así se llama aún, porque sigue existiendo con toda esa impronta de Don Bosco, de formar a los hijos de los pobres para tareas básicas. Luego me fui a Bahía Blanca, para estudiar Ingeniería en Construcciones, en la Universidad Tecnológica Nacional que fue lo que menos aprendí, porque era un mundo de tipos grandes con los que aprendía desde mi adolescencia. Después me fui a Buenos Aires y La Plata, en donde trabajé de cualquier cosa dentro de lo que es oficio. Tareas menores en revistas, de pastelero, heladero artesanal y también en el tema del vino. Después decido hacer Comunicación Social, otra vez en el sur, en General Roca y empiezo a trabajar en el diario Río Negro mientras terminaba la carrera. Vuelvo a Buenos Aires por un tiempo hasta que el gran escritor David Aracena, elogiado incluso por Cortázar, me convoca para ir a trabajar a Comodoro Rivadavia, Chubut, en el diario El Patagónico. Fueron años de una etapa espléndida en donde compartíamos trabajo periodístico con el poeta y amigo Andrés Cursaro. Cuando el empresario Cristóbal López compra el diario, me voy y fundo una consultora de medios, de marketing, hasta que me sale una propuesta en Madrid, en la embajada Argentina, en el sector de comunicación y prensa y paso un par de años ahí. Vuelvo a la Argentina y un par de años después desde la Universidad de Leeds, Inglaterra, me contratan como profesor visitante dando clases para post graduados y de consulta. El contrato tenía una de las cláusulas más magníficas que me haya tocado como poeta, como escritor, como profesor: que escriba un libro. De ahí sale “La pasión extranjera”, un libro de viajes en esa zona fronteriza que ya había explorado con mi libro Música desconocida para viajes, que a un par de profesores, compañeros de esa Universidad, se les ocurre traducir.
“La etapa actual me encuentra trabajando en el periódico que fundé hace 20 años, El Extremo Sur, y hace quince fundé Espacio Hudson, la editorial con la que también estoy trabajando y en ese nomadismo interno tenemos una sede en Comodoro Rivadavia, otra en Lago Puelo que en el año 2021 se incendió completamente y en Buenos Aires en donde tenemos la distribución junto a La Coop”.
-El inicio del escritor en su mayoría siempre se da leyendo desde pequeño,¿cómo fue tu experiencia como lector?
-En casa no había biblioteca, por ahí alguna Biblia de mi madre, pero empecé a leer como un animal desde muy pibe, desde la primaria digamos. Todo era cuestión de biblioteca, la del colegio Salesiano fue mi primera incursión, luego la biblioteca pública del centro de General Roca, que era fantástica y en donde me regalaban libros que habían sido prohibidos, sacados de circulación por la dictadura. Recuerdo a la bibliotecaria, a Patricia Chaina, que me daba los libros a Walsh y muchos otros escritores que habían sido descatalogados. Pero también la colección completa de El Gráfico o Satiricón que fue una revelación en mi adolescencia. Cuando tuve que entrar a una librería de viejo llevando mi colección de El Gráfico para canjearla por libros usados, tuve una sensación de desamparo. No sé si hice bien, pero fue un momento decisivo para seguir escribiendo, un ejercicio que había empezado desde muy pibe con poemas de amor a las chicas compañeras de mi curso. Había empezado con rimas por la lectura del Siglo de Oro español y después no pude dejarlo nunca.
-¿Cómo aflora tu espíritu emprendedor con el de escritor de narrativa y poesía? En tus trabajos anteriores y los que estás llevando a cabo actualmente, se nota una mixtura y una búsqueda original en tu obra.
-Empecé de muy chico vendiendo libros en ferias, también cursos de inglés o de publicidad. Siempre me gané la vida o la perdí, con el periodismo, trabajando y mucho hasta el presente. También soy docente universitario de periodismo en la Universidad Nacional de la Patagonia. Dirijo el diario digital El Extremo Sur, que durante mucho tiempo fue en papel. Siempre escribí mientras trabajaba en las redacciones, en la época de cuando uno se encontraba con una cantidad de periodistas y compañeros. Aquello de aislarse para escribir, no sé si funciona para mí, porque cuando me instalé en Lago Puelo, en un lugar pequeño en el medio del bosque en la cordillera, pensé que iba a dedicar más tiempo estricto a la escritura, sin embargo, sigo con la misma lógica: escribo artículos, textos, crónicas y poemas de algún modo superpuestos. Una cosa funciona en relación con la otra y por eso la combinación del laburo con la escritura siempre estuvieron en una relación de simultaneidad. Como si descansara de uno para seguir con el otro porque exploré una zona, un cruce que está cerca de la poesía en prosa, pero que también explora una frontera entre la crónica y la literatura. Música desconocida para viajes y La pasión extranjera, juegan en esa zona, en la experiencia del periodismo que nutrió a la experiencia de la literatura. Esa combinación es permanente, un cruce que me hace entender esencialmente que no hay grandes distinciones de género y al fin y al cabo estamos en busca de un fragmento que no importa si se llama poema o crónica.
Dentro del problema del escritor del interior cuyos libros suelen quedar ligados a la jurisdicción de su propia provincia, Cristian logró abrir desde Espacio Hudson, la distribución hacia otros lugares. Incluso hasta un stand compartido con varias editoriales dentro de la Feria Internacional del Libro en Buenos Aires.
“Mi experiencia como escritor y periodista en la Patagonia me llevó a reflexionar mucho sobre la relación con el resto del país y el rol del escritor en un lugar marginal. Pienso en escritores que han logrado salir de toda cuestión regional y han hecho trascender a nivel mundial. Su propia mirada salvaje como decía francisco Madariaga a quien conocí, pero también Juanele Ortiz y también otro Ortiz: Bustriazo, quien ha sido motivo de trabajo, a quien también editamos su obra. Siempre me viene a la memoria aquella broma de Tizón, cuando en una presentación dijeron: ‘Aquí está Tizón, uno de los grandes escritores del interior de la Argentina’ y Tizón dijo: ‘Y los porteños, ¿de adónde son, del exterior?’. Por eso la idea de salir de cualquier molde, del prejuicio y de cualquier inferioridad. Podemos desarrollar mucho los circuitos culturales sobre la hegemonía de Buenos Aires como eje que vertebra las ediciones, la jerarquización o el canon, si es que todavía podemos hablar de canon en esta era de fragmentación. Y con los que escriben desde muy lejos también se refleja, o aunque estés en Moreno, en provincia de Buenos Aires, y si estás en la Patagonia, se acentúa un poco más. Pero a la vez tengo que aclarar que yo he tenido mucha suerte. Mis primeros cinco libros de poemas los publicó Último reino, una de las más relevantes de las últimas décadas en Argentina, que fundó y dirigió Víctor Redondo. Esa cuestión de estar allí, en la pelea de la circulación, en desventaja de buscar de ser leído, en la era pre digital, me llevó a ser editor, a fundar la editorial Universitaria de la Patagonia con la aquiescencia de un rector extraordinario que tenía la Universidad. Allí aprendí esencialmente lo que no había que hacer. Las instituciones que editan no suelen tener tantos problemas porque se quedan en un punto en donde la distribución y la comercialización no funcionan. Muchos autores que escriben en la Patagonia terminan nutriendo a editoriales que trabajan desde Buenos Aires y ahí fue la idea de lanzar Espacio Hudson. Primero con el plan de visibilizar a las mejores experiencias de escritura que había en la Patagonia, pero en paralelo con la idea de no ser una editorial de provincias, o como dijo Madariaga ‘es muy tarde ya para ser de una provincia’”.
“Y nace la idea de abrir el juego a otras literaturas poco conocidas en la Argentina. Logramos ir armando un catálogo de autores del sur y autores africanos, europeos, mexicanos. Nuestra colección de pueblos originarios va creciendo con libros sobre la oralitura y la poesía Mapuche, Selknam y chamana. Para la Feria del Libro de Buenos Aires, presentamos Soy una maldita salvaje, de An Antane Kapesh, una Inuit, de pueblos originarios de América del Norte que fue activista en Canadá. Y estaremos presentando el libro Brújula negra, de Joaquín George, en la ciudad de origen, Casilda. Y allí está un poco el núcleo de la existencia de Hudson o el sentido al juicio de quienes la hacemos: poner en circulación materiales que aseguren esa palabra”.
“Para nosotros fue decisivo poder estar en la conformación de La Coop, porque nos permite la distribución a unas quince editoriales, un depósito en Buenos Aires, y formar parte de una estructura que solos no podríamos tener. Por eso siempre reivindico aquello de que Hudson surgió de células y no de un comité central, ¿no? Y desde el comienzo mismo lo que hicimos fue aglutinar, concentrar aquello que ya veía sucediendo con infinitas e infinitos socios. En el catálogo vas a ver a Gerardo Burto, Andrés Cursaro, Jorge Spíndola, Liliana Ancalao, Graciela Cros, de Bariloche, Raúl Mansilla de Neuquén, gente que venía produciendo obras sostenidas en el sur y de alguna manera Hudson, ayudó a visibilizarlos como a un grupo con diversidad de estilos. Hay una apuesta por trabajar desde un lugar periférico de la patria sin un criterio restrictivo y se publica porque el autor vive en la Patagonia y porque además es un lugar de migraciones constantes. Son ciudades de mixturas desde los pueblos ancestrales hasta los europeos, chilenos y argentinos que llegaron desde todos los lugares. Una puesta de diversidad, de apertura dentro de un mercado concentrado con pocos núcleos fuera de Buenos Aires. Ojalá podamos seguir en esta línea y que la tecnología sea una aliada, por eso estamos trabajando la inclusión de e-bocks también”.
(*) Pablo Bigliardi montó una biblioteca en su peluquería desde donde fomenta la lectura sugiriendo escritores tanto emergentes como conocidos a cuya obra también las reseña en redes sociales, diarios y revistas culturales.
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