Martes 6.8.2024
/Última actualización 15:17
“La mujer del malón” es la última novela de Daniel Guebel, publicada por Random House. En ella, el escritor, dramaturgo y periodista se instala en la Argentina de fines del siglo XIX poniendo ojos y oídos en los diálogos entre el político y jurisconsulto argentino, Adolfo Alsina, y el ingeniero francés, Alfredo Ebelot.
En conversación con El Litoral, Guebel señaló las motivaciones de su libro, las obsesiones en las que se sustenta y las obras (propias y ajenas) con las que tiene puntos de conexión. “El relato cuenta lo desatinado de un esfuerzo que deriva en fracaso”, resumió.
Agauchando
La última vez que conversamos fue en un feriado nublado. Día patrio sin locro para mí. Guebel se acuerda de esa charla. Tiene presente dónde estaba y de qué hablamos, me dice. Nos convocaba “El rey y el filósofo”.
Evitando caer en una serie de paralelismos, vale reconocer que hay un desplazamiento de zonas entre “La mujer del malón” y su precedente. Por empezar la dupla. O, en todo caso, “la rivalidad que deviene amistad”. Daniel encuentra una reverberancia con “El Fausto Criollo” porque “alguien asiste a una representación cuyo sentido verdadero dice que no entiende, pero hay una engañifa”.
Otro emparejamiento posible es la geopolítica -y su añadido, la arquitectura de una época-. Daniel se detiene aquí en la figura del “gran otro” que en “El rey y el filósofo” es el Imperio Turco, mientras que en “La mujer del malón” son los indios. “Una civilización incomprensible para el punto de vista de los blancos o comprensible pero a enfrentar”, precisa. “Francia se desplaza a la Argentina y hay un litigio de civilizaciones que deriva en una suerte de compensación porque el francés lentamente se va agauchando”.
¿Conquistados?
En medio de los pares de oposiciones que plantea la novela (varones-mujeres, civilización blanca-civilización indígena) aparece la gran preocupación de Guebel. Lo que realmente le interesa al autor de “La vida por Perón”, en sus propias palabras, es cómo las conquistas se convierten en lo conquistado, cómo los dominados influyen en la civilización.
Daniel asume que buena parte de su literatura trata con “personajes que tienen pasiones únicas, absorbentes y megalómanas”. Lo que le fascina, dice, “es la pasión del atrapamiento y el modo en que el conquistador termina conquistado por lo que conquista”. Y lo ilustra del siguiente modo: “El mismo problema de Alejandro Magno deben haber tenido los héroes nacionales del naciente ejército argentino cuando se veían ayudados por indios amigos en su enfrentamiento con otras tribus. Un cierto desconcierto”.
En un libro publicado hace 30 años en México, “Cuerpo cristiano”, Daniel halla la fuente de un eco. Allí se planteaba la intención de los jesuitas de evangelizar a los guaraníes. El obstáculo contra el que se enfrentaron es que no tenían equivalentes lingüísticos. “Los jesuitas contratan un grupo de actores españoles -en realidad, son delincuentes y ladrones- para que representen la crucifixión”, continúa Guebel. “Los indios atraviesan el escenario y crucifican a los jesuitas. En el fondo, no es más que una versión del cuento de Borges, ‘El evangelio según Marcos’, que a su vez no es más que una versión de ‘La gallina degollada’ de Quiroga. Larga resonancia tienen las palabras”.
En el proceso de investigación previo a la escritura de “Cuerpo cristiano”, el autor dio con un libro de Cristina Iglesia. Reflexionó. Ante la imposibilidad de encontrar equivalentes lingüísticos en guaraní, los jesuitas confeccionaron un diccionario castellano-guaraní para entenderse. “Pero no encontraron equivalentes para expresiones como rezar, comunión o Santísima Trinidad. A la inversa, donde los guaraníes encontraban cinco formas del trébol y modos de llamarlo, los jesuitas encontraban una. El sistema de las equivalencias nunca es idéntico. La sintaxis determina formas de pensamiento y la traducción es una equivalencia torpe en el fondo. Es una adecuación, no es una traslación directa”, profundiza.
“La novela es una taba largada hacia el futuro y se va con la mano del autor”, reflexiona Guebel. Foto: Gentileza RandomSuspendidos
Ya sea como sombra o como fantasma de lo real, el amor sobrevuela la obra. Pero “un buen lector pronto se cansa del amor como tema único”, se encarga de aclarar María (de las Mercedes del Rosario de Jesús Zambrano) a un obsesionado Alsina. “Yo diría que no sólo es una novela de amor”, acota Guebel. “Las novelas de amor me aburren. Me interesan las que tratan otros temas. La novela es la misma excavación: hacia dónde vamos, qué vamos a contar ahora, qué se incluye”.
Daniel entiende que “todo texto interesante habla de sus condiciones de producción y escribe sobre su forma”. Y al escribir sobre su forma, “determina la línea de acciones”. “La mujer del malón” genera una lectura política enfocada en el cruce entre las civilizaciones. “No la resuelve porque es la realidad de los hechos históricos la que resolvió ese litigio planteado en la novela. Llega hasta ahí porque es una novela de acontecimientos suspendidos en el fondo. Yo cuento los comienzos de la construcción de la zanja de Alsina y anticipo su catástrofe, pero no la llevo hasta sus últimas consecuencias”.
Siguiendo el hilo, Guebel compara la novela con una versión del almanaque de Florencio Molina Campos sobre la llamada Conquista del Desierto. “Los indios están suspendidos, las acciones de los blancos están suspendidas, la mujer está perdida en algún rincón del desierto (la mujer amada blanca, la cautiva tal vez no sea cautiva...) Es una serie de incógnitas. Por supuesto, el lector argentino sabe cómo ocurrieron los hechos en la realidad política, pero es una novela. Lo que está fuera de ella se puede leer por contexto, pero no determina la bondad o maldad del libro. Nadie que lea una novela mía -y esté más o menos advertido- va a buscar la verdad histórica”.
Taba de Briante
Como San Agustín, Guebel sólo sabe qué es el tiempo cuando no se lo preguntan. Ahí encaja su vínculo con la materia de la que está hecha la escritura. “Se escribe desde el presente recordando la tradición y se aspira al futuro”, sostiene.
“Uno lee y el presente es fugitivo porque va leyendo desplazado hacia un futuro que todavía no existe, porque es puro presente actualizado”, profundiza. “El pasado es lo que uno termina de leer y la novela es ese condensado inapresable. Por eso, es más efímera que la poesía. La poesía planta sus pocas palabras en un efecto de memoria evocativa más duradera, en cambio la novela es una evocación a groso modo”.
Evocada palabras atrás, llega la evocación. Como suele hacerlo: sin pedir permiso a la memoria ni a la conversación, sin que le importe la redundancia. “Hay un cuento extraordinario de Briante, no me acuerdo cómo se titula, donde están jugando a la taba. Uno lanza la taba y se le va la mano. La expresión ‘se le fue la mano’ se vuelve literal. La novela es una taba largada hacia el futuro y se va con la mano del autor”.
El disparo
Daniel admite que no es tan lector de poesía como quisiera. “Infelizmente me es ajena, pero sí noto cuándo un novelista ha tenido o tiene frecuentación de la poesía”. Este olfato es algo que también asumió Guillermo Saccomanno en conversación con El Litoral. Guebel aquí recuerda “La lengua del malón”, libro al que le debe una lectura. “En un momento de mi novela los indios avisan que van a construir un lenguaje y se van a ir a la mierda. Dónde van a estar, no se sabe, en esa lengua artificial inventada”.
Volviendo a la poesía, Guebel considera que “hay una relación con el lenguaje que es más aguda tal vez. Se nota que soy narrador-narrador y que, eventualmente, aspiro a la belleza. Tal vez a una forma cursi de la belleza, no lo sé. Los novelistas que tienen la marca de la poesía me dan mucha envidia”. Cita “Madame Bovary” y “La tentación de San Antonio”. Flaubert.
Esa palabra
-La búsqueda de la belleza poética está presente en tu obra, dotada de un amplio registro lexicográfico.
-Yo soy monolingüe, pero cuando escribo me aparecen palabras en otros idiomas. Palabras que no conozco y tengo que ir a buscar. Palabras que no siempre entran en el texto, pero con las que tengo que establecer relación. Es como un brote histérico propio de los santos que hablaban en lenguas desconocidas.
Yo me siento a escribir sobre asuntos de los que no sé prácticamente nada. En la búsqueda de información encuentro relatos que desconocía, formas de acontecimientos. Si trabajo sobre hechos históricos, aunque sea a escala mínima, la información me abre ventanas que aparecen o no en el texto. Pero también me abre ventanas a palabras.
Ahora estoy escribiendo. No sé si es una novela todavía. Pensé en Argentina, después me fui a Europa. Empezó a escribirse con una palabra cuyo significado yo desconocía pero que apareció en una búsqueda. Todavía no sé bien qué significa porque no me represento bien la explicación que me da Wikipedia pero sigo escribiendo. ¿Es una novela para develar el misterio que se oculta en una palabra? No, porque es una novela que habla sobre distintas cosas del mundo. Pero esa palabra desconocida condensa el misterio de una novela que todavía no sé cómo va a ser.