Este domingo, Juan Ingaramo se presentará en Tribus Club de Arte (República de Siria 3572). “La Batalla Tour” es la gira en la que se encuadra el recital íntimo que propone el músico cordobés para dar a conocer su cuarta producción discográfica. El Litoral conversó con el artista sobre el presente en forma de canciones, con una serie de flashbacks de la infancia y desafíos que plantea el porvenir.
-¿Qué significa para vos esta vuelta a los escenarios, a los pueblos y ciudades?
-Significa muchísimo. Fue la manera ideal que encontré para volver al ruedo: hacerlo en pueblos y ciudades más chicas... o “del interior del interior”, en muchos casos. Lugares adonde no he ido a tocar mucho o no suelo ir. Me imaginaba más un show íntimo que un mega despliegue de pantallas, luces y banda grande. Son plazas que me permiten conectar bien de cerca con la gente, lo cual sentí necesario en este momento, por la distancia que hemos tenido.
-¿Cómo es la adaptación de las canciones a este formato?
-No es necesaria mucha adaptación porque de esta manera es como yo compongo las canciones. Entonces, es mostrar su estado beta, previo a la producción. Como desvestir las canciones para verlas desnudas y poder disfrutarlas de otro modo.
-¿Qué artistas conocés y te gustan particularmente de la escena de Santa Fe?
-Hay mucha cumbia muy buena, pero la santafesina es mi favorita. Tiene algo, quizá por el parecido a la idiosincrasia cordobesa. Los Palmeras, Los del Fuego, Leo Mattioli, Dalila (bueno, es rosarina), Los Leales. Pongo playlists de cumbia santafesina el fin de semana generalmente… ¡y pum!
-¿Cómo fue el proceso de composición de las canciones que integran “La batalla”?
-Fue bastante diverso y tuvo como particularidad la amplitud geográfica. Las canciones se escribieron en Córdoba, Buenos Aires, Santa Fe…, pero también en México, Colombia (Bogotá-Medellín), Nueva York, Miami. Hubo algo continental que me dio otra dimensión, y yo siento que se escucha también.
-¿Cómo llegaste a la experiencia de las song camps?
-Siempre supe que existían. Cuando éramos más chicos, de alguna manera lo hicimos intuitivamente. Ahora, a través de la compañía discográfica, es más fácil hacerlas. Vos les decís qué querés, hacia dónde vas, qué autores y productores te gustan. Y se arma en base a eso. Siento que la composición colectiva es enriquecedora. No es la única forma. De hecho, en el disco hay canciones que hice yo solo y otras junto a cinco personas. Todo vale.
-¿Qué atributos encontrás en el diseño sonoro, en el lenguaje musical del álbum?
-No siento que pueda responder desde lo conceptual, porque en mi proceso creativo no interviene tanto la cosa racional o el análisis formal. Diría que es puramente intuitivo: uno se va guiando por el corazón o por los gustos. Lo va sintiendo. No sé si hay deliberación. Esto fue todo un mismo envión que tuvo su fuerza propia y me fue ayudando a esculpirlo. Es muy loco, pero siento que funcionó así.
-El álbum es decididamente cancionero, ¿con qué obras, artistas o experiencias artísticas de todos los tiempos entendés que hay una sintonía?
-Decididamente cancionero, eso sí puedo decir que es. Porque responde, de alguna manera, a esto del pop nacional que yo planteé en mi primer disco (2013). En ese sentido, creo que puede estar sintonizado a cualquier tipo de música y artista porque así lo vivo yo. Puedo escuchar Jobim y Claus Ogerman, también La Mona Jiménez o Trulalá. De ahí, pasar a (Ryūichi) Sakamoto o Weather Report. Y también escuchar Mac Miller, Ysy A, Jory Boy, Serú Girán, La máquina de hacer pájaros.No sé si podría decir con quién o con qué tipo de artista hay una conexión explícita. En mi interior siento que todo lo que he escuchado y escucho me ayuda y me ha ayudado a hacer estas canciones. Creo que tienen una fibra popular y “desnichada” que podría acercarse a artistas de la canción argentina de los más diversos. Acá, a mí me conmueven todos los compositores. Puedo apreciar la belleza en una canción de Marcela Morelo, León Gieco, Fito Páez, Ica Novo o Jorge Rojas. Entra todo.
-¿De qué modo creés que se complementan “Best seller” y “La batalla”?
-No sé si se complementan. El hilo conductor soy yo, mi voz, son canciones hechas por mí. Pero son situaciones, temporadas diferentes... eso es lo lindo. También siento que hay una hermandad entre los dos discos, en algunos sonidos que los sobrevuelan. Aunque creo que la diversidad es lo que más enriquece a este mundo, a la música y a mi música. Es lo que más disfruto. Correr el riesgo. Tener la adrenalina al palo cuando va a salir la canción, porque uno no sabe cómo la va a tomar el público. Incluso, creo que ahí hay hechos artísticos. Es una obviedad, no? Mientras más lejos del confort uno esté, más profundas y verdaderas van a ser las cosas que nos salgan de adentro.
-¿Cómo te llevás con el concepto del disco y con la estructura de la obra track-a-track?
-Crecí con el concepto del track-a-track. Si bien ahora no es la manera en la que generalmente se consume, es una posibilidad escucharlo entero. Seré romántico, no sé, pero me aferro un poco a eso. Al menos lo ofrezco y lo planteo con el full álbum para que pueda escucharse y verse como una obra conceptual. Porque, de esa forma, también propone otras sensaciones, otra historia, otro relato.
-¿Cuáles son las batallas de Juan Ingaramo que recupera el disco?
-¿Viste ese dicho “cada uno elige qué batallas dar”? De algún modo, concebí este disco más como un escudo y una lanza para estas batallas que nos tocan. La más visible, hoy en día, es la del virus. Pero, también la manera en la que los tentáculos del sistema nos tienen atrapados ahí. Y es difícil poder salirse o vivir bien sin necesitar más. Viene por ahí la cosa. En lo personal, la batalla es también contra uno mismo, contra los miedos, los prejuicios. Son muchas, pero son estas canciones las que me pueden ayudar a librarlas.
-¿Quién es Nico Cotton para Juan Ingaramo... y por qué es tan importante?
-En primer lugar, es un gran amigo. Una persona super sensible, buena, inteligente. Nico es sensato y talentosísimo. Con él encontramos un fluir creativo muy interesante y nos divertimos mucho. Nos reímos, corremos riesgos, nos la jugamos, volvemos a entrar, vamos, venimos.
La dimensión lúdica de nuestro trabajo es la que nos mantiene a salvo de las presiones del sistema, no particularmente sobre mí, sino sobre todos. Todos somos víctimas de esos mandatos del éxito. Y con Nico, por suerte, nos mantenemos al margen y hacemos música (que es lo que más nos gusta). Es el productor number one de acá: todas sus cualidades, sus skills, no solo de un gran productor, como beatmaker, también es gran compositor, muy buen instrumentista, es un ingeniero de audio del carajo. Tiene en todas las variables las barritas muy altas.
-¿Hubo algún disco o show que de pibe te haya cambiado la forma de sentir la música y que habite “fantasmagóricamente” la obra?
-Muchísimos. El primer show que recuerdo fue Charly García en el estadio de Córdoba, en ese momento no era el Kempes. Me llevó mi viejo. Yo tenía 3 ó 4 años, pero recuerdo el sentimiento, la sensación. Hoy escucho “De mí” o “Filosofía barata y zapatos de goma” y me trasladan a esa época. Eso me cambió, ahí sentí algo.
Después fui a ver a King Crimson al Pabellón Argentino de la Ciudad Universitaria. Increíble. Me acuerdo de haber visto a Maceo Parker. Paralelamente, iba a ver mucho el grupo de mi viejo, hacía jazz rock. Un show de Los Músicos del Centro con el Mono Fontana y Quintino Cinalli, en el hotel Edén de La Falda. Me explotaba el cerebro.
En la adolescencia apareció el rock. Divididos, los Cosquín Rock. Mi vieja me llevó a ver a Los Redondos en 2001. Eso también me cambió todo. Aparecieron las bandas más alternativas, como Miranda! y Babasónicos. Ahí encontré una veta en la que me sentía más cómodo que en el rock.
-¿Qué sonidos te llevan a Córdoba y a Buenos Aires?
-Yo vivía en San Vicente y el cuarteto se me metió por la ventana. Lo disfruté desde el día cero. “Ramito de violetas” de La Mona Jiménez, me quedó marcado por un viaje que hicimos con fútbol de chiquitos y escuchamos ese disco. En esa época, estaba mucho tiempo en lo de mis abuelos y escuchaba tango. Hubo un ecosistema musical muy rico, un privilegio con el que nací. Desde Córdoba fantaseaba musicalmente con Buenos Aires y era eso: tango, Piazolla. Pero también el rock. “Viernes 3 AM”. Imágenes muy urbanas, de la capital, cosmopolitas.
-Después de “La batalla”, ¿quién es Juan Ingaramo aquí-y-ahora?
-Quién es Juan Ingaramo ahora es lo que estoy tratando de descubrir todo el tiempo. Esa incertidumbre me lleva a hacer música. Últimamente estoy descubriendo que mientras más música hago más me conozco: más me descubro y más llego a la verdad. Pero, bueno, lo lindo es que eso no se resuelva para poder seguir haciéndolo, para seguir buscando.