Federico Luppi rodó en nuestra ciudad la serie policial de ficción “Quién mató al Bebe Uriarte”. Para ello pasó los últimos tres meses en Santa Fe. Asegura que se asombró de una ciudad que desconocía. Además, destacó el talento de los realizadores locales. Y conversó a fondo de su vida con Nosotros.
TEXTOS. NICOLÁS LOYARTE (nloyarte@ellitoral.com). FOTOS. MAURICIO GARÍN y archivo el litoral.
Durante los últimos tres meses la ciudad tuvo un vecino -prestado- insigne de la cultura. Federico Luppi pernoctó en Santa Fe durante el rodaje del ciclo “Quién mató al Bebe Uriarte”, en el que protagoniza al personaje Rodolfo Kessler y dice que conoció una ciudad “distinta” a la que ya había visitado en oportunidades anteriores. Los días de rodaje le permitieron compartir con hacedores de cine local el descubrimiento de la ciudad y de su gente. Para sorpresa de quienes lo reconocían al pasar, recorrió las islas, los lugares urbanos más emblemáticos y algunos barrios santafesinos. Casi a punto de armar las valijas, en uno de sus últimos días en Santa Fe, Federico Luppi se prestó a conversar de forma abierta con Nosotros. Antes del encuentro en el bar del hotel donde se hospedó, fue muy amable y cordial a la hora de pautar el momento ideal para que no sea una entrevista a las apuradas. La charla de casi una hora se concretó tras una agobiante jornada de rodaje que terminó cerca de las 19 del día acordado. Mientras devoraba un maní tras otro -que llegaron a la mesa junto a un liso y un agua mineral-, Luppi iba y venía con la palabra, de esta ciudad a sus ciudades: Madrid, Buenos Aires o su Ramallo natal; de la política actual y la historia al quehacer cultural, de sus sentimientos más nobles al odio menos gobernado; y de la profundidad del ser a por qué se afeitó sus bigotes. Luppi quiso comenzar destacando el guión de “Quién mató al Bebe Uriarte”: “Es realmente bueno en cuanto a incidencia, trama, a lo magafi. Contiene elementos que enfatizan la acción en un lenguaje que, a fuerza de buena literatura, es un lenguaje nuestro, absolutamente cotidiano, argentino y con unidades semánticas que tienen que ver con Santa Fe”, describió. “Además, que haya ganado un concurso como el del CIN (Consejo Interuniversitario Nacional) hace que la gente de Santa Fe profundice los lugares típicos de la zona para realizar un trabajo de ficción: el río, el verde, el entorno maravilloso que tiene esta zona; Alto Verde, el Puerto, Sauce Viejo y la ciudad, que cuenta con todos los elementos urbanos necesarios para un thriller como éste”, agregó. - ¿Qué fue lo que más le llamó la atención de todos esos lugares que menciona? - Arranqué en una casa que cedió un muchacho en Sauce Viejo. Era un paisaje hermoso junto al río por el que me dijeron que pasa la (Maratón) Santa Fe-Coronda, un lugar paradisíaco. Después estuvimos en Alto Verde, en una zona de quintas, algunas modestas y otras no tanto; una zona de un verde y un clima espectacular. Y después vi countries bastante más elevados de pretensión. Todo el entorno de la ciudad, más el caudal de agua que tiene, hacen que desde el punto de vista de lo que es la vida sana y descansada, sea ideal. - ¿Conocía esta Santa Fe o la descubrió ahora? - A esta Santa Fe la conocí ahora. Conocí a un remero más pulcro -entre comillas- que el de Rosario. Santa Fe tiene todavía la impronta de un lugar tranquilo, pero donde se ve -y es evidente que va a haber- un desarrollo económico importante. Tuve conciencia del crecimiento de la ciudad el día que filmamos acá arriba, en la terraza del hotel Los Silos (donde se realizó esta entrevista). Fue una secuencia muy larga junto a (Juan) Palomino. Es notable: desde allí se ve una ciudad que creció para arriba elocuentemente. No conozco demasiado la historia, pero Santa Fe es una provincia productiva a la que le ha ido económicamente bien, con una producción industrial que no se va a perder. - ¿Ese contacto con la naturaleza de Santa Fe lo llevó a encontrarse con su niñez? - Sí, yo soy de Ramallo y nací justo frente al mundo de las lechiguanas, en la zona del Paraná, entre San Nicolás y San Pedro; una zona realmente privilegiada con mucho verde, agua y campo. No voy a ser original si digo que tuve una infancia absolutamente regalada. Mis padres trabajaban mucho y estaban muy ocupados, así que yo tenía una libertad realmente prestada en la que aprendí a nadar y a andar a caballo antes de ir a la escuela. - ¿Se añora esa niñez? - Mirá, hay mucha fantasía, novela buena y mala, profunda y superficial, lacrimógena y adulta sobre la niñez. Lo decía John Milton con mucha agudeza en “El paraíso perdido” (1667), y uno puede ratificar que hay infancias como la que yo tuve -no lo digo para decir que fui un privilegiado, sencillamente fue así- en las que un chico desde antes de ingresar a la escuela primaria, y después, tenía para sí: horizonte, campo, caballo, río y libertad. Digo, no cambiaría eso por nada del mundo. Es evidente que en algún momento eso se extraña como un bien perdido. No recuerdo qué poeta decía que “la infancia es atroz porque duele para siempre”. Claro que duele para siempre, se pierde. SU PAPEL - ¿Qué lo sedujo para participar de este proyecto? - La historia está muy bien escrita, los personajes están muy bien delineados, lógicos, concretos, coherentes y creíbles. Y después, que es un personaje (Rodolfo Kessler) que me viene bien porque tiene moralmente mucho que exponer y deja mucho que desear. Ocurre siempre que en la ficción los malos son muy interesantes. - ¿Le gusta más interpretar a los malos o a los buenos? - A los que son creíbles; no a los puros santos ni los puros diablos, esos no existen. El ser humano es una mezcla bastante compleja de bondad y dulzura, maldad y amargura, oportunismo y lealtad; eso es una materia de la que estamos hechos todos, no hay escapatoria. Lo que a veces puede encauzar esa mezcla tan explosiva son la ética y la moral, que suelen ser dos compañeros bastante esquivos (risas). - ¿Cómo considera a los cineastas santafesinos que participan de este proyecto? - Me llamaron la atención realmente los tres directores: Alejandro Carreras, Juan Pablo Arroyo y Gastón del Porto. Son tres muy buenos directores, pero buenos de verdad. No lo digo por compromiso. Son creativos y adultos en la concepción de lo que es el audiovisual. Los actores no me extrañaron porque he realizado dos experiencias importantes con Rodrigo Grande, en Rosario, junto a buenos actores de la zona. He realizado muchas giras por el país y he filmado mucho, y siempre me encontré con buenos elencos teatrales y directores. Algún día habrá que crear diferentes polos audiovisuales en toda la república, para terminar con este centralismo tremendo de las grandes ciudades. Es un problema universal. Pero yo, que soy del interior, sé lo que cuesta ir a la metrópoli casi de exiliado. - ¿Qué espera de esta realización? - En general, cuando uno hace teatro, cine y televisión, después de cierto tiempo, por razones de experiencia y de edad no esperás un descubrimiento maravilloso. Pero sí se aspira a que se profundice esta idea de la que siempre hablamos, que es: primero, que afuera de la Capital (Federal) se puede hacer; segundo, que se puede hacer bien; y tercero, que debe hacerse bien. Porque, nos guste o no, los mercados son crueles en ese sentido. Hay que intentar siempre tener sencillez y profundidad. UN LUGAR EN EL MUNDO Federico Luppi emigró a España tras la crisis económica argentina de 2001, “asqueado de la clase política” que lo dejó “en bancarrota”. Intentó en la “madre patria” recomponer su vida y ratificó su conquista del público de habla hispana mundial. Pero luego la crisis llegó a Europa y, como dice el tango que tanto ama, debió volver. - ¿En la actualidad reside en Argentina o en España? - Estuve allá hasta mediados de 2010. Vine para realizar la película de Rodrigo (Grande), la terminé, me llamaron para otro trabajo y me fui quedando. En ese momento reventó todo aquello, tenía proyectos pendientes en Barcelona y Madrid, me la pasaba colgado del Skype todo el día para ver qué pasaba, viajé en marzo de 2011, estuve tres meses tratando de recomponer lazos comerciales y de mercado, y reventó todo. Se entró en una suerte de tobogán que conduce inequívocamente al desierto. - ¿Y cuál es la radiografía de la Argentina actual? - Tengo edad para hablar de lo que viví, no de lo que leí. Desde que tenía 14 años hasta el interinato de Duhalde viví siempre la decepción, el engaño, el fracaso de los gobiernos, y la estafa y la cobardía de muchos gobernantes que se bajaban los pantalones raudamente, más los golpes militares, y así hasta que me hice grande y viejo... Llegaron con grandes promesas democráticas de gente que después se borró cobardemente y algunos que llegaron a ser el exponente más rancio y elocuente de la ineptitud, caso De la Rúa. Cuando (ocurrió) el corralito bancario de este delincuente de Cavallo y su co-delincuente Daniel Marx, que aparte hizo el megacanje, el blindaje y no sé qué más, estafaron al país robándole el dinero a los argentinos para pagar la timba de los grandes bancos que hacían su juego: si ganaban no te hacían socios y si perdían, sí; que fue lo que hicieron. A estos delincuentes que andan dando conferencias por el mundo habría que fusilarlos. Yo, si pudiera, los fusilaría contra una pared, de verdad, lo digo en serio, sin ningún remordimiento. Son traidores a la patria. Son verdugos cínicos y cretinos del pueblo argentino. Y todavía siguen hablando. CINE, EMOCIONES Y BALANCE - Usted leyó un par de poemas en la película Néstor Kirchner, ¿qué le pareció la obra que hoy está en discusión en la opinión pública? - Es una película laboratoria hecha con mucha honestidad, obviamente intentando embelesar la imagen de un tipo que lo merece. Eso tiene que ver con la visión partidista. Es un homenaje digno para un tipo que fue digno en muchos sentidos. Si recorrés el país de punta a punta vas a encontrar que los 420 mil pueblos tienen todos los mismos nombres en sus calles: Rivadavia, Pellegrini, Roca, San Martín, Moreno. Gente que, en algunos casos, ha sido enemiga del país. De modo que no hay que asustarse de que, de pronto, desde el punto de vista popular y expansivo en la emoción, se levante una figura de un tipo que hizo por el país mucho más que muchos gobernantes en décadas, y me puedo equivocar, pero hoy no lo creo así. Tuvo el coraje de no bajarse los pantalones nunca. ¿Cuándo en este puto país un presidente se animó a decir “Yo soy el comandante en jefe de las Fuerzas Armadas”? Nunca. Era una frase de adorno, y Kirchner asumió y lo hizo en el Colegio Militar y frente a 3 mil oficiales, a quienes les dijo “No les tengo miedo”. - Parafraseando aquella recordada película que protagonizó, ¿cuál es su lugar en el mundo? - En términos míticos es un lugar frente al río, una barranca verde. Puede ser aquí, o en mi pueblo, o en el valle de Los Pirineos o La Patagonia, no importa. Es la naturaleza. Y en lo cotidiano, lo vivible como ciudadano es descender el lado oscuro de la colina con cierta dignidad. Desaparecer dignamente, sin demasiados problemas de deterioro, desguace o pobreza extrema, no me gustaría eso. - ¿Cuánto hace que se afeitó el bigote? - Creo que después de “Lugares comunes”. Estaba muy aburrido de ver el bigote blanco como un chivo. Fue una decisión de identidad y no para protagonizar un papel. Ya tenía el pelo blanco, bigote blanco... tipifica mucho eso, estaba francamente aburrido. Ya no vuelve. - En el sentido fontanarrosesco, una puteada en su boca cobra una fuerza distinta... - La famosa puteada aquella de “Plata dulce” tiene un sentido. Estábamos filmando una película exactamente durante el tiempo que duró la guerra de Malvinas. Había mucha angustia y contradicción en el pueblo. De modo que aquella fue una puteada más que de Federico o del personaje, de los argentinos. Tenía que ver con ese momento. Era la expresión desesperada de la impotencia ante la estafa. - ¿Es usted feliz? - (Silencio profundo). Me da la impresión que cuando intentamos definir esas cosas alejamos la realidad y la vida. En la vida no se es feliz o infeliz todo el tiempo, son momentos que se mezclan. Uno crece a través de alegrías, dolores, triunfos, fracasos, de glorias efímeras, amores que duran y otros que no. Eso de la felicidad a la que se puede acceder porque se es joven, buen mozo, tiene salud, es muy rico, ganó 80 premios y se casó con Miss Venezuela es una pretensión muy ficticia. - Son momentos... - Eso sí, he tenido momentos muy buenos que pretendo recordar. Hace muchos años tenía un amigo que era actor y psicoanalista, y se dedicaba a estudiar el mundo de la actuación y decía “Sabés qué ocurre, es una pretensión muy estúpida eso de no querer deprimirse, no querer llorar; es como evitar la calvicie y las arrugas, es imposible”. - Y esos estados emocionales ¿juegan también en los papeles que usted interpreta? - Todo el tiempo. El otro día estaba leyendo a un autor francés, Gérard Pommier (psiquiatra y psicoanalista), quien decía que el ser humano nace con un bagaje neuronal superior al que va a utilizar. “¿Por qué?”, se pregunta. Porque en cada etapa de crecimiento el ser humano hace ligazones, sinapsis, y demuestra a través de mucho alambique conceptual que lo que realmente hace crecer al ser humano y lo hace animal adulto e inteligente moral y éticamente es el psiquismo, el adentro. Por eso decimos siempre que en general la verdad es muy importante, y si no está unida a grandes rasgos de emoción no sirve para nada. La verdad, aparte de convencer, tiene que emocionar. Tiene que crear esa ligazón que nos permite decir a todos que somos seres humanos, es el gran camino del arte. El otro día, viendo una película de (Akira) Kurosawa me entero de que los japoneses y yo somos iguales, porque lloramos igual, hacemos el amor igual, sufrimos igual y nos pegamos un tiro igual; no tiene que ver con los ojos, sino con el alma. Lo demás son costumbres y hábitos. - Luppi, a los 76 años, ¿cuáles son sus cuentas pendientes? - Tengo un rosario. Las tengo claramente expuestas. Lo que ocurre es que se trata de una contabilidad inútil, porque, si es algo pendiente, ¿cuándo y en qué momento la saldás? Son las famosas metidas de pata de hace 15 o 20 años, o ayer. Esos balances de la vida me resultan bastante novelescos. - Me refiero a los trabajos pendientes que le gustaría realizar... - Es cierto que existe un poco de eso pero algunos proyectos ya no los podría realizar, otros sí, porque tengo la edad para hacerlos. La fantasía de la novedad, en el sentido de encarnar algo actoralmente novedoso, está siempre. Es el motor y combustible a la vez. Te permite pensar ¿por qué no mañana?
“Cuando ocurrió el corralito yo quedé en la puerca vía”.
“Soy inequívocamente un fervoroso defensor de este gobierno”.
en el puerto de santa fe durante los días de rodaje.
interpretando la obra de teatro el guía del hermitage en españa.
junto a norma aleandro en cuestión de principios.