Nacida en Londres y criada en Milán, Julia Varley integra desde 1976 el Odin Teatret, la compañía que Eugenio Barba fundó en 1964 en Oslo, y que desde 1965 expande su presencia por el mundo desde la ciudad danesa de Holstebro. Días atrás pasó por Santa Fe para participar del VI Encuentro Festival Magdalena Segunda Generación, donde presentó el unipersonal “Las mariposas de Doña Música”, la demostración “La alfombra voladora” y el libro “Una actriz y sus personajes. Historias sumergidas del Odin Teatret”.
Aprovechando la ocasión, El Litoral pudo bucear en el universo personal de esta referente de la antropología teatral y la exploración escénica.
—¿Cómo evalúa la evolución de Magdalena Project desde 1983 (cuando empezaron a pensarlo) hasta hoy?
—Cuando empezamos no lo hicimos con una intención de “queremos hacer un movimiento, queremos hacer una red, hacer festivales y encuentros”. El primer deseo era encontrarnos para trabajar. Creo que fue eso lo que hizo que uno después pueda tener tanta historia. Porque es el deseo de trabajar, de aprender trabajando, y de intercambiar lo que hace que continúe. También amistades: hay muchas amigas que quieren verse, quieren tener ocasión de encuentro. Entonces todo ha sido un resultado muy inesperado, porque no había una intención de hacer una cosa mundial (risas), pasó.
Y lo interesante es que en el momento de crisis, que fue cuando Jill Greenhalgh (que era la fundadora) perdió el apoyo económico en Gales y se cerró la “oficina central” del proyecto cuando creció muchísimo, porque muchas de las mujeres en otros países empezaron a hacer más iniciativas y encuentros. Ese momento en que parecía que se terminaba algo fue en realidad el inicio de muchas más cosas. Hemos aprendido que cuanto más uno tiene dificultades, más crisis, más va a crecer.
—Sí, o encontrar una solución, y encontrando soluciones suceden cosas inesperadas.
—¿Cuánto cambió desde aquellos diagnósticos (lugares que no se podían ocupar, por ejemplo) a nivel mundial en el ámbito teatral?
—Ha cambiado mucho. Si piensas en muchas de las mujeres que están más o menos involucradas en las iniciativas, en los primeros años había muchas lágrimas, mucho llanto. Después de diez años eran los hombres que lloraban, y las mujeres tenían más celebración de fiesta, celebraban lo que habían conquistado. En los últimos años lo que se ve, no tanto en el interior de las mujeres que trabajan en teatro sino en el mundo, es que ha crecido una guerra en contra de las mujeres. Antes estaba el problema de la igualdad, de encontrar espacios, pero ahora es diferente: es como si el hecho de que las mujeres han encontrado una propia autonomía ha puesto en crisis un equilibrio que había y en el tratar de encontrar un nuevo equilibrio hay mucha violencia, mucha reacción en contra.
Hay muchos hombres que no saben cómo gestionar la pérdida de una identidad propia, porque con la autonomía de la mujer el hombre pierde un poco el rol de protector, no necesariamente de “padre padrone”, pero sí la persona que cuidaba la familia, que ganaba el dinero. Todo eso hace que los temas en los que han vuelto a centrarse los espectáculos tienen mucho que ver con esa violencia: mujeres que desaparecen, feminicidios.
Es como si al inicio había una necesidad de espacio, de reconocimiento, después celebración de lograrlo y ahora una situación política general que es diferente. Veo países árabes, por ejemplo Egipto, donde antes las mujeres estaban vestidas normales, ahora han vuelto a encerrarse en sus casas. Se ve en muchos lugares del mundo que las mujeres están perdiendo fuerza a nivel político. Entonces es como una doble realidad de haber obtenido mucho y al mismo tiempo tener una reacción fuerte.
—También hay mujeres del lado de la reacción.
—Recién hablábamos de esto de formar amistades y relaciones que se convierten en hecho artístico. De ese tipo de cosas cuenta en el libro: una cocina de vínculos que terminan siendo lo que se ve como espectáculo.
—Sí, porque es lo que me interesa es cómo alguien que se acerca a nuestra manera de trabajar (muchas veces preguntan cómo construías un personaje, cómo trabajas el texto) piensan que hay como un método, y una sola respuesta. En realidad hay muchísimas respuestas, y esas respuestas de cruzan, van abajo, surgen, y es la complejidad de todo eso lo que hace que después muestres un espectáculo. De todo lo que hay debajo ni yo puedo decir exactamente cuándo pasa, qué es lo esencial; es como si fuera una corriente que toma, que va atrás, vuelve, entra. Son muchas casualidades también, y cómo uno logra trabajar con el caso, que te da algo.
Hoy (la actriz) Natalia Marcet me pidió una dedicatoria en el libro y recordé que ella está súper presente: ella estaba en Holstebro durante una Festuge, aquella en la que yo preparé el traje rojo, blanco y negro de Mr. Peanut, que ahora está en el espectáculo “Ave María”. Cosas que iniciaron hace mucho, mucho tiempo vuelven a salir, y eso es interesante. ¿Cómo contar la simultaneidad, cosas que pasaron al mismo tiempo? En los espectáculos el espectador tiene la experiencia de ver, pensar, sentir, escuchar; pero cuando lo tienes que decir con palabras es difícil.
—A la hora de querer poner en palabras, ¿cómo se ven estos más de cuarenta años conviviendo con un director y compañeros de elenco, y con otros que pasaron y ya no están?
—En parte cuanto más trabajaste con una persona más necesitás también sorprenderla. Mucha de tu concentración es cómo encontrar un camino para sorprender, dar algo nuevo. Lo otro tiene que ver con la experiencia de vida juntos: en las crisis que un grupo puede tener (siempre hay conflictos), con la muerte de dos de los integrantes, de Torgeir (Wethal) y de Augusto (Omolú) uno se da cuenta de lo que es esencial y lo protege; y a los conflictos pequeños que pueden existir no le da más importancia.
Este es sólo un grupo que ha pasado por tantos años, que logra reconocer esto. Lo que está en la base del Odin es que todos son individuos muy fuertes, donde el hecho de ser un grupo no es para aplastar, o que todos tienen que pensar igual, sino que el grupo es fuerte porque cada uno tiene una individualidad muy fuerte, diferente. Y hay espacio para esto en el grupo.
—Estamos también en una época de cambios: ya está anunciado su nombramiento como directora artística del Nordisk Teaterlaboratorium.
—Eso tiene que ver con la oficialidad, porque en la realidad no cambia mucho. Hace ya 15 ó 20 años que tengo mucha responsabilidad en el grupo, en organizar giras, tener contactos, abrir posibilidades. Esto lo hago mucho con Eugenio pero va a continuar así. La declaración tiene que ver con el hecho de que Eugenio no quiere ser responsable a nivel administrativo y económico del Nordisk Teaterlaboratorium, que incluye a mucha gente que no está directamente en el Odin Teatret.
Mientras, con el Odin continuamos, estamos preparando dos espectáculos ahora. El Odin continúa con Eugenio: sin Eugenio y los actores, no existe. El Nordisk Teaterlaboratorium puede continuar, y eso es algo que hemos tratado de hacer en los últimos 15 años, a partir de una necesidad que surgió en la ciudad de Holstebro. Cuando dimos una entrevista diciendo que cuando el último del Odin no quiera más trabajar el Odin no existirá más, la ciudad se rebeló, diciendo: “¿Cómo el Odin, Eugenio, los actores, no se han dado cuenta de que necesitamos el trabajo de ellos?”.
Desde entonces tratamos de organizar, promover, sostener jóvenes grupos que hacen un tipo de trabajo muy diferente del nuestro a nivel estético pero que pueden continuar la intervención en la ciudad y comprender el teatro no sólo como un espectáculo que se hace en un escenario sino también como trabajo pedagógico, documentación, intervención en la ciudad; y todo este nivel cultural que tiene que ver con la capacidad como hacedores de teatro, cómo podemos ver la realidad de otra forma y trabajarla.
—De todos modos, más allá del trabajo en curso, subyace la idea del final del ensamble del Odin tal como lo conocemos.
—Tenemos una cierta edad, eternos no vamos a ser (risas). Claro que en momento no vamos a poder continuar: Eugenio tiene 82 años, muchos de los actores está en los 70. Tenemos algunos que son más jóvenes y pienso que van a continuar, pero lo van a hacer con lo que es el Nordisk Teaterlaboratorium. El Odin siempre ha sido la relación de algunos actores con Eugenio como director.
—Hablando de Magdalena Project y Nordisk Teaterlaboratorium, se viene el próximo festival Transit.
—Sí, en junio. Ahora cuando vuelva tenemos el Pueblo de los Centauros, con los establos en el centro de la ciudad, con conciertos en la iglesia con caballos entrando. Y después de eso el Transit, que tiene como tema “Esperanza en acción”: estábamos hablando antes de toda esa situación de violencia contra la mujer, de mujeres en la reacción también, y lo que necesito es un poco de esperanza. Pero no la esperanza de la persona que espera que venga algo, sino la esperanza como posibilidad de hacer. Es una esperanza donde tú tratas de transformar, pero con una sonrisa, no sólo con lágrimas.
—¿De dónde se saca la energía, el estímulo para seguir experimentando, buscando?
—De afuera. Cuando escribí “Piedras de agua”, el primer libro, lo hice porque muchas personas que trabajaban conmigo me preguntaban, era como una necesidad de responder. Tenemos que hacer un espectáculo en la calle: es muy diferente que hacerlo en la sala, y la calle te obliga a encontrar nuevas soluciones. Tenemos un nuevo actor o actriz, un joven que entra, ¿cómo darle la posibilidad de crecer. Esto te hace encontrar nuevas formas. Tienes que dar vida a las salas, entonces decides organizar un festival, invitas personas, necesitas un tema. Esto no viene de adentro de uno, de esta necesidad de la que uno habla, de la inspiración: viene de la necesidad de responder, reaccionar, a algo que pasa afuera.
—¿Y las ganas y la curiosidad?
—Siempre viene del trabajo. Muchos vienen y quieren que los dirija, y no tengo tiempo, entonces siempre digo que no. Normalmente para decir “no”, puedo ofrecer ver algo que estás haciendo, le doy alguna reacción, y después algunas tareas: cosas imposibles que no van a hacer nunca. Después de un año vuelven y han hecho esas cosas. Y ahí está el trabajo, y no puedes negar que existe: tienes una responsabilidad con algo que está hecho. No es tanto porque estás curioso: es una responsabilidad hacia la vida que existe en un trabajo, en las personas que te ofrecen y te dan.
Cuando Ana Woolf hizo el primer festival de Segunda Generación sentí que para agradecer lo que ella estaba haciendo aquí tenía que trabajar con ella en otra situación. No es que das directamente, pero siempre ves dónde hay energía, personas que quieren. Ahora invité al Transit a Luiza (Bitencourt), la brasileña de la Tercera Generación, y a Natalia Tesone, la “Peque”: siento que ellas están dando mucho, y que necesito darles algo que mantenga en vida su energía. De ahí viene mi energía, porque quiero hacer algo para que ellas tengan posibilidades.