Sábado 21.9.2024
/Última actualización 14:22
La primera vez que alguien escribió “Clapton is God” en una pared londinense, Eric Patrick Clapton no imaginaba el lugar que le iba a caber en la historia de la música. Y es que este inglés nacido en Ripley (condado de Surrey) se iba a convertir en uno de los rostros del blues: nadie como él entendió el estilo de los afroamericanos en la escena blusera británica de los 60, cuando empezó con The Yardbirds y le apodaban “Slowhand” (“manolenta”).
Casi nadie procesó tantas influencias y subgéneros, y al mismo tiempo pudo seguir sonando a sí mismo: siguió siendo Clapton en el Festival de Montreux, con Steve Gadd, Marcus Miller, Joe Sample y David Sanborn. Siguió siendo él cuando compartió con B.B. King, o con Winton Marsalis y Taj Mahal.
Dirán que está grande, que es mala onda, que fue antivacunas y que está sordo. Pero él demuestra que es una leyenda viviente y activa: en el mismo día del show argentino que caótica esta crónica (20 de septiembre, en el estadio José Amalfitani del club Vélez Sarsfield) lanzó un single, “One Woman”, y anunció su próximo álbum “Meanwhile” para el 4 de octubre (algo que también se comunicó desde las pantallas, con una imagen del susodicho tomando un cafecito).
La previa
La jornada comenzó con la luz del sol, de la mano de David Lebón. El “Ruso” está viviendo buenos años de reivindicación, de la mano de distinguidos lanzamientos discográficos. Su set pasó por “No seas dura”, “Cuánto tiempo más llevará”, “No confíes en tu suerte”, “Noche de perros”, “Mundo agradable” (el hit de la vuelta de Serú Girán en el 92) y “Suéltate rock n’ roll”.
Gary Clark Jr. salió al frente de una banda numerosa: King Zapata en guitarra, Elijah Ford en bajo, J.J. Johnson en batería y Dayne Reliford en teclados, más el trío de coristas The Sibs. De barba y pañuelo a lo Raly Barrionuevo, mostró una voz rasposa pero suave en “Maktub”.
“Es un placer estar aquí esta noche”, saludó; cambió de guitarra para algo más tradicional, cediendo espacio de lucimiento a Zapata (Clark canta y lidera la canción desde su guitarra en todo momento). Pasó a una Gibson 335 para “When My Train Pulls In”, con tintes de reggae en algunos pasajes y un solo del protagonista explorando tensiones armónicas no tan tradicionales. Ahí se metió al público en el bolsillo.
De la mano de las chicas del coro se fue para el lado del R&B. Dejó la guitarra para ceder lugar al piano Rhodes que abrió “Alone Together”, una canción soulera Motown, llevando su voz al falsete mostrando su paleta artística. Luego volvió al sabor eléctrico, y desplegó en arpegios “Habits”: un tema “de cantautor” con elegantes coros en el verso de “I know nothin’ is for sure”, hasta que la canción evolucionó en un riff progresivo. Aprovechó para presentar a sus acompañantes y los dejó solos: partió del escenario durante el crescendo final.
El sensei
A las 21 apenas pasadas, la backing band del “Journeyman” ocupó su lugar en silencio. Desde la batería Sonny Emory arrancó “Sunshine of Your Love” de los tiempos de Cream (en nuevo arreglo, con cierto toque a “Cocaine” en el riff), y enseguida salió Clapton, de gorrita y pañuelo al cuello, y enfundado en un poncho andino; compartiendo las voces con la corista Sharon White y el bajista Nathan East. Cuando le sacó a su Stratocaster azul oscuro (standard: hace rato que casi no usa su modelo signature de bobinas activas) el primer solo, dejó claro de quién se trataba.
De ahí fueron hacia “Key to the Highway” de Charles Segar, bien tradicional, empujada por el piano de Chris Stainton y el órgano Hammond de Tim Carmon; metió su primer solo Doyle Bramhall II (el otro guitarrista: un zurdo de los que tocan con las cuerdas para diestro, con las bordonas abajo; y la autoestima alta para tocar a la par del jefe).
El set de himnos fue hacia “I’m Your Hoochie Coochie Man” de Willie Dixon, con la banda moviéndose como un bloque y el veterano solista en la identidad tradicional que lo consagró en la escena londinense como purista (y terminó en su salida de los Yardbirds).
El cambio de registro fue con “Badge”, de regreso en Cream, cuando con el trío se dedicaba a llevar aquella tradición a la evolución de un rock en expansión; la versión tuvo guitarras compartidas y fluidos coros (White y Katie Kissoon). Ahí se escuchó el primer “Olé, Olé olé olé” de la noche, que implicó cantar “Claptón” para que entre en la métrica.
Sentimientos
El segundo tramo del viaje sonoro lo encontró sentado solo con la acústica, interpretando “Kindhearted Woman Blues” como se tocaba el blues hace un siglo, antes de Chicago: base y melodía con los dedos, y la voz algo nasal, al estilo los viejos bluesmen (también un poco fría en la nochecita, pero enseguida se acomodó).
De nuevo en formación ampliada fue a una versión minimalista de “Running on Faith”, con guitarra slide de Bramhall, quien se encargó de la mayoría de las melodías del segmento. Presentó “The Call”, una balada folk del nuevo álbum. Engancharon con “Change the World” (de la cantante folk Wynonna Judd), con las voces femeninas energizando los estribillos.
Con el toque vintage y escobillas en la batería encararon “Nobody Knows You When You’re Down and Out” (composición de Jimmy Cox en los años de la Gran Depresión), el solo acústico demostró que “Manolenta” no es un apodo despectivo: el truco de Clapton es lento, como los de René Lavand. En el mismo clima pasó “Lonely Stranger”, y el tempo aceleró en las escobillas para “Believe in Life”.
El segmento cerró con la tragedia familiar convertida en arte que es “Tears in Heaven”, consagrada como clásico en el “Unplugged” del 92. La noche se erizó de luces de celulares, y fue despedida con ovación y gritos masculinos de “te amo”.
Enchufados
Teclados ochenteros de Stainton y ringshots en el redoblante llamaron a la electricidad nuevamente, retomada con “Behind the Mask” (reversión de un tema de Ryūichi Sakamoto), cantada por el prócer con la voz rugiente de años más mozos y recuperando el protagonismo guitarrístico. El mismo que siguió en la balada “Old Love”, dibujando sobre el Hammond, con varias ovaciones durante el solo principal: una clínica de guitarra blusera. Loa teclados transicionaron a un clima flamenco, con batería redoblada (en el toque marcial del “Bolero” de Ravel) para un solo “ibérico” de sintetizador de Carmon, que terminó sobre el regreso de “Old Love”, en lo que fue uno de los pasajes más atractivos del concierto.
El retorno a la esencia del género fue con “Cross Road Blues” de Robert Johnson, aquel que dicen que le vendió el alma al Diablo justamente en una encrucijada a cambio de tocar bien la guitarra. Pero aquel tocaba solo, y acá explotó la formación en contrapunto de voces y el pleno instrumental. El tributo a Johnson continuó con la más reposada “Little Queen of Spades”, con solos de Stainton (con los trinos y repiques que colorean al piano de blues) de Carmon en el Hammond y de Bramhall.
Líneas melódicas en el bajo anticiparon “Cocaine”, la canción de J.J. Cale que Clapton hizo hit propio: los celulares se prendieron de nuevo cuando el coro decía “She don’t lie, she don’t lie, she don’t lie / Cocaine”. Kissoon batió el cencerro y hubo otra ronda de solos (Stainton arrancó el propio con “La cumparsita” hasta una explosión rockera), con otro viaje instrumental en las manos del dueño del boliche; un fill de Emory anticipó el acorde final. Con una ligera reverencia, el británico condujo su tropa fuera del escenario.
Volvieron con Clark como invitado para “Before You Accuse Me”, otro hit en la estructura tradicional de 12 compases. Le tocó al convidado abrir la zapada, pasándosela a Clapton para que la siga en otra Strato pintada con la bandera palestina (el statement político de la noche; le contestaron con otra bandera en la platea). Ahora sí hubo una reverencia teatral de músicos y hasta el asistente de guitarra del capitán, que se despidió dejando la impresión de que quiere seguir transitando los caminos... y sus encrucijadas.