"Desde Paraná, Entre Ríos al mundo", como se viene promocionando, la agrupación Teatro del Bardo concretó el ciclo "El desmontaje infinito": funciones por streaming con gorra virtual de su repertorio de espectáculos. Realizadas en vivo con una platea presencial de diez personas, cada una contó con un desmontaje de la obra vista, analizada desde diferentes puntos junto a invitados especiales. Simultáneamente estrenaron "Otra vez Rosaura" junto al grupo La Zancada de Buenos Aires, espectáculo interactivo pensado para la plataforma Zoom.
Valeria Folini, referente del colectivo artístico, le contó a El Litoral sobre estas propuestas, sus enseñanzas y su mirada hacia el futuro.
-¿Cómo salió la idea de "El desmontaje infinito"?
-La idea surge porque acá en Paraná podíamos dar clases de hasta diez personas, y no podíamos hacer funciones. Entonces tratando nuestra necesidad de volver a hacer teatro y volver a hacer funciones (básicamente somos un grupo que hace eso de su vida) decidimos juntar las dos ideas: "Ok, entonces hagamos seminarios a partir de nuestros espectáculos, que es lo que si se autoriza".
A la vez estaba permitido el streaming, entonces juntamos las dos ideas se nos ocurrió hacer funciones por streaming que contengan la posibilidad de un seminario de desmontaje. Salió como una estrategia para meternos por la grieta de la legalidad, de los DNU y los protocolos, surgió entonces un ciclo de seminarios de diez espectáculos de teatro del bardo: cada seminario tenía un invitado para compartir un desmontaje.
-¿Qué desafíos plantea trabajar en streaming en vivo sumando además la cuestión técnica?
-Son muchísimos: a nivel técnico es un aprendizaje que estamos haciendo, en relación a un artista audiovisual que se llama Juan Martín Casalla, que es quien nos enseña, nos guía, nos ayuda a pensar desde cómo poner las cámaras, qué es lo que queremos mostrar, cómo lo queremos mostrar.
Lo que sí estuvimos trabajando es con la mayor calidad técnica que podemos: con tres cámaras, con edición en vivo, y pensando para cada espectáculo en largos ensayos dónde poner las cámaras por un lado, y por el otro con qué cámara en relación con lo que el director presupone que es lo más interesante y lo más pregnante para que uno vea desde su compu, su teléfono, su tele.
Por otro lado, hay una nueva visibilización del trabajo, una nueva forma de comunicarlo, una nueva forma de relacionarse con el dinero en relación al acceder al trabajo del otro. Todo eso son cuestiones que nos llevan a repensar muchas cosas de nuestro trabajo.
-¿Cuánto aporta tener una pequeña audiencia presencial a la hora de construir la presencia escénica en el vínculo con un otro?
-La "pequeña audiencia presencial" es todo: sin ella no hay teatro, no es posible hacerlo. No se produce, no coagula, no es. Claramente para nosotros fueron tan importantes las diez personas que podían concurrir como las 50 ó 60 que estaban en su casa, porque los que producen el hecho teatral somos los que estamos en copresencia. Lo que recibe la gente en su casa (es una opinión mía personal) es una información, con la mejor calidad audiovisual que podemos, de ese hecho. Pero no está presente en el hecho. No es una cámara fija, es una cámara que interactúa, que se mueve, que también cuenta; que no es cine claramente pero maneja el lenguaje audiovisual; pero el teatro se produce en la sala.
-Cada obra contó con invitados para realizar el desmontaje. ¿Qué cosas enriquecedoras surgieron en esas instancias?
-La riqueza de los invitados fue inesperada. No porque no creyéramos en la buena elección que habíamos hecho, y que no confiásemos en ellos, sino porque por suerte hubo más intercambios e informaciones de los que imaginábamos. Invitamos gente en principio muy allegadas a cada uno de los espectáculos, que hayan visto muchas funciones o que hayan tenido que ver en el proceso de escritura. Estuvo Carlos Fos, que en "Pánfilos" aportó un montón de material bibliográfico del cual tomamos fragmentos textuales; Patricia Siri, que también colaboró con este proceso de escritura: es una historiadora feminista anarquista de la ciudad de Paraná.
Tuvimos a Gustavo Bendersky en el desmontaje de "Antígona, la necia", que fue uno de sus directores; a las hermosas Daniela Martín y Maura Sajeva en "Fedra en karaoke", porque tienen su propia adaptación de "Fedra" que se llama "Bilis negra": entonces hubo como una charla de artistas que trabajan sobre el mismo texto, desde puntos de vista muy disímiles.
También a Gisela Baller para "5438: un policial bien argentino": nos habló de la relación del teatro y los museos, la necesidad del teatro en la educación y la producción de conocimiento. Ferny Kosiak, un literato paranaense, para trabajar sobre "El corazón del actor"; que trabaja sobre la transposición de la literatura policial al teatro; él nos hizo ver también lo popular de alguna literatura como la de Edgar Allan Poe, y terminamos hablando de "Los Simpson".
Estuvimos con Jorge Dubatti, alguien que viene siguiendo nuestros espectáculos hace muchos años, y que tiene una reflexión sobre la importancia que él considera que nuestro grupo tiene en el panorama de los teatros argentinos: lo que introdujo también es la idea de que cuando hablamos de teatro argentino en general pensamos en el que se produce en Buenos Aires; y la Argentina tiene un mapa muy rico de teatros.
Tuvimos a Rubén Clavenzani, un maestro paranaense de actores para que desmonte "Chefpeare: recetas teatrales del Bardo inglés": nos ayudó a pensar un poco en el teatro popular, muchísimas cuestiones que tienen que ver con que los clásicos sean accesibles. Trabajamos también con Rocío Lanfranco, que vino a desmontar "El hombre acecha" y nos contó una anécdota maravillosa: en el 99 ella vio en su colegio la versión anterior de "Antígona" que hacíamos; en ese momento estaba decidiendo acerca de su sexualidad, y ver ese espectáculo significó para ella la certeza de lo que tenía que hacer. Ese momento fue súper emotivo. Y Sebastián Borkoski estuvo en "Testigo forzoso": es el autor sobre el que se construye la trilogía de terror rural: fue muy movilizador para nosotros.
-Entre el ciclo y otras obras que presentaron llegaron hasta tres espectáculos diferentes por semana. ¿Cómo es la dinámica de trabajo para poder hacerlo?
-Hicimos en siete semanas 14 funciones de 11 espectáculos distintos. Así que fue una gran movida de reponer los espectáculos, porque había algunos que hacía un año que no hacíamos funciones por todo esto de la pandemia. Por otro lado una dinámica interesante a nivel grupal y de funcionamiento de sala, porque era montar un espectáculo, desmontarlo, montar el otro y así, hacer ensayos de cámara para cada uno. Fue una linda gimnasia técnica, actoral, de directores, de logística de la sala; y también una gran gimnasia grupal para quedar aceitaditos para arrancar el 2021 con todo.
-A partir de un fenómeno del presente (los juicios por teleconferencia) desarrollaron "Otra vez Rosaura" (con inspiración en "Rosaura a las diez" de Marco Denevi). ¿Cómo fue el proceso creativo, y cómo fue ensayar y montar una propuesta exclusiva para las pantallas?
-La verdad que ensayar y estrenarla fue algo muy vivificante y estimulante para los momentos de mayor encierro. Por un lado porque nos encontramos con La Zancada, un grupo maravilloso de Caba, con el que tenemos relación hace algunos años: nos hemos visto en festivales, ellos han venido a Entre Ríos y nosotros fuimos a Buenos Aires invitados por ellos. Fue una experiencia súper interesante, primero porque nos corrió de un lugar: claramente no es teatro; le llamo "coso por Zoom". Lo que pensamos fue contar una historia actuando en una plataforma. Correrse de la idea de repensar cómo es el teatro en la virtualidad: hay actuación frente a cámara, se hace dramaturgia, se hace dirección, pero no es teatro. Eso nos permitió ser muy creativos al momento de pensar a la plataforma como el dispositivo escénico, como el que nos daba las reglas y las limitaciones para contar esta historia.
Era muy lindo ensayarlo, porque nos encontrábamos y era pensar y crear con gente que queremos mucho y está lejos, pero que a partir de este encierro estuvo más cerca que otras veces.
-¿Qué desafío conlleva el dilatar la presencia escénica del actor en relación a un dispositivo telepresencial (PC, tablet, celular), manipulado además por el propio intérprete?
-No sé si de dilata la presencia escénica del actor; lo que se hace es pensar, probar, y repensar cómo utilizar esa cámara con el mayor de los provechos. En realidad lo que hay que hacer es concentrar la actuación, disminuir la gestualidad, modelar un poco más la energía para que sea menos expansiva en el espacio y más fuerte en el tiempo. La energía es la misma, pero mucho más condensada, mucho más retenida, porque la cámara muestra todo, entonces es un poco lo que decía una gran actriz que (nunca me acuerdo el nombre) cuando le preguntaban cómo hacía para actuar tan bien: "La única regla que me pongo es 'hasta ahí'": saber que uno tiene que hacer un poquito menos y no desbordarse.
-Cada artista o grupo encontró diferentes formas de volver de alguna manera a la actividad, a partir de las diferentes motivaciones o necesidades de cada uno (especialmente en la línea del "tercer teatro", aquel que da cuenta día a día de sus propias razones de existencia). ¿Cuál fue el espíritu que animó a Teatro del Bardo a salir a la cancha en este contexto?
-Nosotros hacemos esto, y tenemos que buscar la forma de seguir haciéndolo. Es espíritu es seguir haciendo lo que hacemos, porque eso define lo que somos en cada momento; no porque seamos siempre lo mismo, estancos, sino porque nos identidades. Y si hay algo que da identidad a Teatro del Bardo es la resistencia y la capacidad de generarse trabajo: en eso estamos súper entrenados hace 20 años. Nos es muy difícil no hacerlo, estamos todo el tiempo con esa pulsión de salir a actuar, a buscar públicos. Esa es la pulsión que da vida, que da origen, y da también persistencia y resistencia al grupo.
-¿Qué enseñanzas creés que nos dejará este tiempo entre paréntesis en el día después de la pandemia (sí, como indica el optimismo de la voluntad, hay un día después)?
-No sé si hablar de enseñanzas, pero podría decir que personalmente me ha permitido reflexionar acerca de la valoración que hago de algunas actividades que hacía antes de la pandemia; de la valoración de mi tiempo, del trabajo. Si hay algo que va a dejar es la posibilidad de pensar que no es necesario que alguien de afuera te imponga que pares un poco, que también se puede parar y hacer una pausa para tomar aire; que no necesariamente por eso todo se cae a pedazos: tomar aire permite levantar la cabeza y ver la cancha con mayor claridad, y a partir de ahí ver dónde uno coloca el centro.
Creo que nos ha hecho repensar la relación que tenemos con nuestro tiempo, que es lo más valioso que tenemos, y personalmente pienso que si tuve que parar (algunos días, porque tampoco paré tanto), o modificar el ritmo de mi vida porque alguien me lo impuso desde afuera, puedo hacerlo yo. Sacarnos de la cabeza esto de que vivimos en una carrera contra el tiempo: hay que ir con el tiempo, es una de las mayores enseñanzas.
-Aún no sabemos qué pasará en 2021. ¿Hay proyectos u objetivos concretos que estén apuntando para el año que viene?
-Hicimos una reunión donde organizamos entre el 3 de marzo y el 10 de abril, tres eventos distintos: un Encuentro Otoñal en Nogoyá; un ciclo de Teatro y Derechos Humanos en Paraná, Oro Verde, Gualeguay, Gualeguaychú y Concepción del Uruguay; y el ciclo Teatro y Escuela Otoño Rojo, en Paraná y Santa Fe. Ya estamos planificando el 2021 para hacer nuestras actividades casi con la misma intensidad que antes de la pandemia; porque estos eventos si no se hacen presenciales se harán virtuales o mixtos, pero se hacen. Por persistencia de trabajo y por necesidad de seguir activos.