“Han dejado abierta la puerta y un sonido sube de chicos jugando en la vereda, de ómnibus que doblan en la esquina, el sonido del verdulero que grita por los duraznos antes que se pudran y el hipar de la señora que vuelve del mercado con quejas”.
“Han dejado abierta la puerta y un sonido sube de chicos jugando en la vereda, de ómnibus que doblan en la esquina, el sonido del verdulero que grita por los duraznos antes que se pudran y el hipar de la señora que vuelve del mercado con quejas”.
“Los escalones no bajan, solo suben desde la calle y la puerta abierta es una invitación a que suban más cosas, otras cosas, muchas cosas, algunas escondidas, tímidas, disimuladas por las ganas que sucedan, por la escalera vienen las ganas de subir a lo alto, al balcón, a la azotea, hacia arriba por la escalera y que sea lo que Dios quiera”...
Pocas cosas de las que se ven en los escenarios provocan memorias íntimas, propias, de las que solo se tienen recuerdos pero que no salieron a la vida de cada día, al cotidiano saludo, hola y adiós. Facundo Arana provocó eso. Un lejano poema.
En bulevar Peralta Ramos 3155, un sitio denominado Espacio Viamonte, dos días en cada semana de este verano sopla el saxo Facundo Arana. Es su culpa. El es uno de los que sube por la escalera. No encuentro otro modo de describir el espectáculo diferente a esto: el de un tipo que sube la escalera hacia el balcón, la azotea, hacia donde Dios quiera.
Bandoneón: Leo Cubiella. Batería: Lorena Xamar. Bajo: Sabrina Striebeck. Piano: Pablo Guzmán. Guitarra: Mario Orbe. Canto y coros: Marcela Tarifeño. Saxos: Oscar Kreimer y Facundo Arana.
Ese es el grupo. Obvio que cuando “sopla” Kreimer el gusano hay una movida en el aire y uno entiende que la música es eso: algo que sube por la escalera para irse por el balcón, por la azotea.
Los espectáculos en vivo tienen dos elementos inatajables. La calentura que se transmite y los yerros que se perdonan. Siguiendo con la figura de los desafíos y lo inaugural subiendo por la escalera, cuando se sale por el balcón no se puede volver con facilidad hasta el sitio seguro.
La música es absoluta e insegura. Tal vez Arana esté buscando la seguridad pero no es el mejor camino sino el peor; la música es siempre parecida y diferente y se sabe, es un idioma cuadrado y matemático que cada intérprete lo vuelve redondo e inasible.
Se lo ve feliz en mitad de la inseguridad y los dedos puestos allí cerca, al borde de la equivocación y la felicidad de cada intento. Como se perdona el “pifie” y no se acepta el retorno se puede suponer, está autorizado imaginar, que este espectáculo es un desafío y la alegría de vivir con el imposible en el bolsillo. Adrenalina pura y de la buena.
En Pomona, California, nació Tom Waits. Hay algo de esa carraspera en Arana, nada más que eso. Ni la vida derrotada de Waits y una yankilandia blanca y muy profunda ni sus excesos. Pero algo late por allí. Es la otra sensación que aparece a poco que se sigan las canciones donde Marcela Tarifeño es la que sube y baja de las melodías siempre bien, como siempre... Entonces todo es una canción conocida y confortable.
Kreimer es un desbordado que no se detiene y sigue. Se lo advierte cómodo cuando avanza con “divertimentos” sobre “Alfonsina” (Ariel Ramírez) y Piazzolla. No aparecen los “standards” de jazz y no es esa la propuesta. Tampoco es el fogón que sugiere Facundo como identificación. Es una “zapada” con un programa que se rompe y vuelve a armar. Mucho ayuda la guitarra de Orbe y lo dicho: Kreimer sin barreras (sólo para obsesos: but too much vibrato style).
Esto no es un “Fogón de amigos”. Si esto fuese un programa titulado café concert muchos se confundirían. Pero lo rescataría. Esto puede ser “Café Concert” Musical. No es Gesell, es un subsuelo y músicos con ganas de triunfar. El humo seco imita al smog.
He visto a Arana en teatro (“Puentes de Madison”, “39 escalones”, las “Cartas de amor”) y este es otro. Vi ese explosivo dúo con la Oreiro y lo creo un punto altísimo del teleteatro, más que con la Dupláa. Este es otro.
Afirmo, casi como un desafío que este es otro. Ni sube una montaña ni se cura de los males del cuerpo, simplemente sube una escalera, la de la música, que siempre tiene otras músicas dentro y otras y así...
Facundo Arana sube la escalera y no tropieza. Un punto alto es cuando lee, sin apuros ni impostaciones, un poema de Alfonsina. Kreimer sopla su gusano y eso vale. El bronce canta la letra de Félix Luna. El bandoneón de Leo Cubiella no se atreve tanto como este cronista desearía, pero tal vez sea un íntimo defecto por el amor al smog y la pizza que el “fueye” representa. Si se hace necesario recordar un momento es el que provoca Pappo cuando todos, público incluido, avanzan con este poema:
“No sé porqué / Imaginé / Que estábamos unidos / Y me sentí mejor / Pero aquí estoy / Tan solo en la vida / Que mejor me voy”.
“Un viejo blues / Me hizo recordar / Momentos de mi vida / Y mi primer amor / Pero aquí estoy / Tan solo en la vida / Que mejor me voy”.
Arana no está solo. Eso intenta decir, que tiene la música como su más eterno desafío. ¿Cómo juzgar un desafío? No me lo pregunte, soy periodista, soy el que hace las preguntas.
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