Juan Ignacio Novak
Para dictar una conferencia, coordinar un workshop y realizar una intervención en Alto Verde, el reconocido fotógrafo estará en Santa Fe. “Me gusta improvisar”, adelantó. y aseguró que las figuras de Horacio Guarany y Juan José Saer serán convocadas durante las distintas actividades que lleva a cabo en la ciudad.
Juan Ignacio Novak
“Me canso de ser solamente un fotógrafo”, sostiene Marcos López, reconocido en todo el mundo precisamente por esa labor. Por eso se dedicó a indagar en otras disciplinas, entre ellas la pintura y el teatro. “Soy víctima de mi propia dispersión”, admite. de hecho, si bien las tres actividades que realizará en Santa Fe entre el miércoles y el viernes están centradas en la fotografía, tendrán su particular impronta: “Para la conferencia del miércoles, estoy pensando en dirigir una coreografía con veinte parejas de gauchos bailando el Pericón en escena, animarme a cantar una canción a capella de Horacio Guarany, improvisar con actores locales para que lean al unísono textos de Juan José Saer y proyectar quince minutos inéditos de una nueva película que quiero hacer”, cuenta. Además de esa conferencia, que versará sobre el proceso creativo y será el miércoles a las 20 en el Teatro Municipal, López tiene previsto coordinar en la ciudad el workshop “de la idea a la imagen producida” (el viernes, de 11 a 16, en la Sala Marechal), donde se trabajará para realizar performances que se llevarán a cabo el sábado 20, en la Peatonal San Martín y en el Parque Federal. y el jueves a las 10, hará la intervención de fotografía y backstage “Un día en Alto Verde”.
—¿Por qué se eligió este punto de la ciudad? ¿Cómo será el trabajo y que se propone?
—Me da mucha emoción trabajar en Alto Verde. Me lo propusieron desde la Secretaría de Cultura y dije que sí sin dudarlo. Nunca más volví desde mi adolescencia. Íbamos a pescar caminando cruzando el Puente Palito, que está frente al Club Regatas. Tengo recuerdos de cruzar en canoa desde el Puerto. Me remite a la canción de Horacio Guarany. Alto Verde, para mí, es un recuerdo de juventud. Tengo un plan de armar una situación callejera con los vecinos y los inscriptos al taller, que son estudiantes de arte. Me gusta improvisar. Seguramente terminemos haciendo otra cosa, pero el plan es generar una situación teatral, que parezca un escena cotidiana pero que sea teatral. Con la puesta en escena, generar una nueva realidad y luego filmarla y fotografiarla.
—En una entrevista te autodefiniste como “un Andy Warhol del subdesarrollo” ¿Por qué?
—Tiene que ver con la idea de que los artistas, los arquitectos, los diseñadores de moda sudamericanos, periféricos, siempre estamos copiando las tendencias estéticas que se marcan y que se dictaminan desde los centros de poder global. Yo dije una vez, en los años ‘90, que el Poplatino que yo me había inventado, era una mala copia de Andy Warhol. En el error, está la identidad. Es como hacer un chalet californiano en la Costanera de Santa Fe con cuatro palmeras adelante. la palmera da cierto status. el problema es que en la puerta hay un carrito de cartonero con un pobre caballo flaco al lado de la 4x4 del dueño. Si tomo esa fotografía, en ese cocoliche está la identidad local, que es lo que yo busco. la textura visual, emotiva, política, del subdesarrollo.
—En paralelo a tu labor como fotógrafo, indagaste hace algunos años en la pintura. ¿qué motivó esa decisión?
—Me canso de ser solamente un fotógrafo. Tengo una natural vocación por la dispersión. Ni siquiera puedo seguir el hilo de una conversación. Hablo de cuatro cosas al mismo tiempo y hago diez proyectos al mismo tiempo. Soy víctima de mi propia dispersión y un poco me angustia. el año pasado dirigí y actué una obra de teatro, monté una gran exposición como artista-curador en el CCK y en el Museo de Arte Contemporáneo de Rosario. Ahora se publicó un libro con mis textos, estoy haciendo un documental filmando con el teléfono, investigo y dedico mucho tiempo a la docencia armando grupos de experimentación en los procesos de creación, me voy a México a dar dos talleres. la gente se anota pensando que va a aprender fotografía y los pongo a cantar, a liberar la voz, a zapatear malambos y a recitar poesía. Me interesa la interacción corporal energética de los grupos, la improvisación. de todas maneras la fotografía me sigue provocando adrenalina. Me compré un iPhone 7, el más grande, y estoy feliz. Como un chico con un juguete nuevo. y al mismo tiempo estoy haciendo un trabajo documental de retratos en blanco y negro con una Leica que me regaló Sara Facio. la misma Leica con que ella fotografió a Cortázar y a García Márquez.
—Tu trabajo se caracteriza por retratar escenas muy armadas, composiciones. ¿Alguna vez te sentiste tentado a indagar en otros aspectos del trabajo fotográfico, por ejemplo el fotoperiodismo?
—Me interesa desdibujar las barreras entre el documentalismo y la puesta en escena. la semana pasada estuve en Rosario, y en la peatonal había una manifestación de trabajadores despedidos de una gran empresa. Con bombos. Me puse a hablar, y los convencí de que filmáramos juntos una escena con el teléfono. Inclusive digo “acción”, para remarcar la idea de actuación. Finalmente si hago una foto de esa situación, estoy documentando una realidad, pero la que yo armé. Cuando empecé a tomar fotos en el Fotoclub de Santa Fe a fines de los años 70, un día hacía fotos periodísticas de la gente festejando el Mundial 78 y al otro día armaba una foto teatral.
—¿Cómo te llevás con el hecho de que hoy casi todo el mundo lleve encima teléfonos celulares que a la vez son cámaras fotográficas?
—Me genera mucha angustia esta época de hipercomunicación. Somos todos como muñecos tontos mirando el WhatsApp desesperadamente en el subte o en el colectivo. Vamos a cenar y nos sacamos una selfie. Creo que todavía no podemos medir lo estrepitoso de los cambios en la comunicación. Mis alumnos me dicen que mire la serie “Black Mirror” y tengo miedo de verla. el otro día llegó la noche y había perdido el cargador del iPhone y sentí que me faltaba el oxígeno. Es una locura. Somos un mundo global adicto a comunicarse permanentemente sin saber para qué ni por qué. el otro día fui a la fiesta de cierre del festival de cine Bafici. Estaba toda la sala oscura con una música electrónica que te partía el cerebro y todos los invitados mirando la pantalla de su celular. Sin bailar ni hablar. y en el subte a las horas pico, es lo mismo.
—Entre la idea y la imagen producida ¿Cuál es el momento más difícil?
—Para mí lo difícil es discriminar y elegir una idea. Tengo veinte ideas al mismo tiempo. de hecho, para la conferencia que voy a dar el próximo miércoles, estoy pensando en dirigir una coreografía con veinte parejas de gauchos bailando el pericón en escena, animarme a cantar una canción a capella de Horacio Guarany, improvisar con actores locales para que lean al unísono textos de Juan José Saer, proyectar quince minutos inéditos de una nueva película que quiero hacer. Estoy escribiendo un monólogo teatral. Mi madre me llamó por teléfono y me dijo que por favor haga una conferencia seria. Como iban a ir todos los parientes, los amigos del secundario, el secretario de Cultura de Gálvez, que es el pueblo de mi infancia, que no se me ocurra subirme a un banquito a ponerme a gritar incoherencias y a enrollarme en el cuello un collar de morcillas. y creo que eso es justamente lo que voy a hacer. el que avisa no es traidor.