Seix Barral publicó “Mirlo. Cuadernos de la amistad”, lo nuevo de Guillermo Saccomanno. Entre rachas de memoria y tarascones de melancolía, el escritor argentino repone aquellas ausencias que lo acompañan en la cotidianidad.
El narrador bonaerense dialogó con El Litoral sobre su obra más reciente, cruce de territorios y homenaje a la omnipresencia de los muertos en el devenir de los vivos.
Seix Barral publicó “Mirlo. Cuadernos de la amistad”, lo nuevo de Guillermo Saccomanno. Entre rachas de memoria y tarascones de melancolía, el escritor argentino repone aquellas ausencias que lo acompañan en la cotidianidad.
Cuando lo llamo para la nota, está en Buenos Aires haciendo un trámite. “¿Te agarro en un momento complicado?”, pregunto. “Hace 76 años que tengo momentos complicados”, responde. Sabueso, contraataca: “Leíste el libro, ¿no?”.
En varios tramos de estos cuadernos de amistad, Saccomanno ejercita la reflexividad sobre el oficio de la escritura. “No sólo escribe la birome, sino también el silencio”, dice un fragmento. Guillermo repasa: “En Gesell estoy hace treinta años, viví casi siempre frente al mar. En los últimos ocho, he vivido en el bosque. El bosque te impone -no diría un encierro- un recogimiento, un estado mucho más meditativo”. A diferencia del mar, “que es apertura, expansión, cierta plenitud, otra respiración. Guarda que esto que te digo lo sentís en el cuerpo”. Voy a la página 137: “La luz del bosque es más un humus, diría”.
En cuanto al modo de plasmar los textos, el narrador desarrolla: “Yo vengo escribiendo desde hace muchos años a mano”. Aunque, reconoce, luego pasa todo a la computadora. Entre los libros redactados en cuadernos ubica a “Antonio”, “Los días Trakl” y tal vez partes de “El buen dolor”. “Encuentro en la escritura a mano un silencio, una pulsión diferente. El tiempo corre distinto, la velocidad es otra. Yo te diría que la velocidad se frena en función del pensamiento. No sé si es tan así, pero me parece que está en su estado original la palabra”.
El cuaderno y la birome, compañeros de ruta, “permiten, si llevás hojas encima, que donde te encontrás tenés escritura: podés escribir en cualquier parte. Ahora tengo que hacer trámites. Me llevo una libreta, un cuaderno y un libro. Hablando en criollo: me chupa un huevo si hay mucha gente. Yo me siento y escribo lo mío”.
“Mirlo” se apoya en el territorio como materia de expresión y, a la vez, como base para el desplazamiento de la conciencia de la transitoriedad. Para ello se nutre, entre otras lecturas, de Vinciane Despret y su observación sobre la naturaleza y, específicamente, los pájaros. La escritura, método para averiguar el sentido de la vida, se da como un encuentro con la fuga. En más de una oportunidad, Saccomanno se ha referido al impacto de David Viñas -y la relación texto/contexto- en su configuración como escritor. Aquí, el traslado incluye mojones como Buenos Aires, Villa Gesell y Talar de Pacheco (este último, óleo del presente puro, junto a la familia de su hija, escrito en bastardillas).
“Mi relación con Buenos Aires es conflictiva siempre, por lo que quieras”, introduce Guille. “Por lo político-social, lo económico... Acá gasto un fangote de guita mientras que en Gesell puedo ser gasolero y espartano. Estar en contacto con la naturaleza desde que empecé a ir a Gesell fue un cambio sustancial. Creo que la relación con la naturaleza te cambia la perspectiva de vida y te da una conciencia de la transitoriedad que no tenés en la ciudad, donde todo es a los piques. Todo es rajando. Como decía el filósofo francés Paul Virilio, la velocidad engendra la desaparición. Si vos vas en avión, el paisaje no es lo mismo. Si vas en tren, lo ves pasar a los pedos. Si vas en colectivo, lo ves un poco más lento. Pero si vas caminando, estás en el paisaje y lo ves de otra manera”.
Sobre esta cuestión, el autor de “Situación de peligro” señala: “Estar en la naturaleza es otra sensación, pensás de otra manera. Y la conciencia de la transitoriedad la tenés, en principio, a partir de las estaciones. Yo lo que veo de Gesell es que las estaciones se adelantan. Que hay un tiempo de las hojas secas, un tiempo de las sudestadas, un tiempo del sol rasante, que el verano pasa rápido, que el invierno es larguísimo. Con tu vida pasa lo mismo. No estoy hablando de la naturaleza como una abstracción hippie. No es que me volví hippie de golpe y me puse a escuchar John Lennon. ¡Un carajo! Como para ponerme más spinoziano, las ideas son el pensamiento del cuerpo. Es el cuerpo el que piensa. En esa medida, siguiendo a Spinoza, yo creo que hay algo que pasa en el orden de los sentidos cuando vos vivís en la naturaleza”.
Guillermo pensaba “Mirlo” como texto póstumo. “Lo cual es una trampa porque ahora estoy sentado sobre dos libros”, amplía. El libro establece un puente entre los vivos y los muertos. “Como dicen los anglos, es un in between”. En este punto, Saccomanno derriba la cuarta pared y acciona, con los riesgos que ella supone, la memoria. Detalla la hospitalidad del hotel del Francés a dos cuadras del mar, abraza un libro regalado por Pepe, recrea alguna discusión con Forn o agradece a Julio sus lecciones de narrativa. En el camino, refuerza, la literatura no alcanza para contar a alguien. Y cuenta, ni más ni menos, a esos fugitivos: sus amigos.
A Forn lo conoce por haberle llevado su segundo libro a Emecé. Y lo presenta, conversado, en segunda persona. Viajando alrededor de la obra de Saccomanno, nos encontramos con una cavilación muy oportuna alojada en “Terrible accidente del alma” (2014, Planeta): “El artificio del vocativo reside en que te tratás como si fueras otro. Aunque, en realidad, sos otro” (70). La reflexión continúa profundizando el asunto hasta desembocar en la sinceridad como ese imposible. Pero, ¿por qué valerse de la segunda persona en este libro, Guillermo? “Por una mayor intimidad. No se me ocurre otra explicación. Además, Juan y yo éramos devotos de la segunda persona. Nos encantaba por eso que tiene de involucrar al otro. Te estoy hablando a vos”.
-También incomoda.
-Obvio.
-¿Te acordás qué fue lo primero que hiciste cuando murió Juan?
-Entré en su casa. Me paré delante de su biblioteca y la recorrí. Cada libro había sido una conversación con Juan. Nuestra conversación continúa a partir de ahí.
El acopio de historias viajó de la memoria al cuaderno. Guillermo no tuvo que apelar -ni quiso- a viejas agendas o a colecciones de diarios. “Me sentaba y escribía. No me ponía a chequear si esto fue así o asá. Yo confiaba en la memoria. Confiaba en la desconfianza también”.
-¿Cómo afrontaste el trabajo de corrección y edición ante la ausencia de la primera lectura de ese amigo?
-Muy fácil, no se lo mostré a nadie. La primera persona que leyó el libro fue María Domínguez, la última novia de Juan. Es poeta, hicieron un libro a medias. Se lo pasé a ella, no solo porque le tengo confianza como editora. Inmediatamente después, la lectora que se me impone es Paula Pérez Alonso, amiga y editora de hace no sé cuántos libros. Digo se me impone porque creo mucho en su lectura y en sus observaciones.
Hubo tres figuras más (veo que lo leyeron varios antes...). Juan Ignacio Boido era mi editor en Radar, lee todo lo que yo publico. Claudio Zeiger es un escritor que admiro y es el editor de Radar. Y Ángela Pradelli. Ese es mi círculo de primeros lectores, mis amigos lectores a quienes doy por lo general mucha bola. Pero eso lo hice cuando el libro estaba terminado y no durante. Y no se lo di a leer a ninguno de los involucrados porque no quería que me dijeran: “Esto no fue así, yo estaba en otro lugar”.
El primer personaje en asomar dentro de “Mirlo” es el Francés. Y lo hace a través de un libro de Roque Dalton. “El libro apareció de carambola”, reconstruye Saccomanno. “De golpe, yo me puse a escribir sobre el Francés y me pareció que una manera de pintarlo era contar esa anécdota porque definía una filiación, una pertenencia. Ese personaje fue amigo de Gelman y Gelman fue amigo de Dalton. Esto es una generación, ¿se entiende? No es lo mismo que yo empiece definiendo a un pibe porque escucha Joy Division”.
A lo largo de estos Cuadernos de la amistad, Guillermo define el vínculo con un libro como una relación amorosa. Consultado por los motivos que sustentan dicha apreciación, comenta: “Yo he atravesado unas cuantas separaciones, sin hacerme el canchero. He pasado, por lo tanto, por unas cuantas mudanzas en Buenos y en Gesell. Hay libros que me han acompañado siempre: yo los miro y son siempre los mismos”. Nombra los “Diarios” de Kafka, las “Cartas a Theo” (Van Gogh), Dostoievski, Kierkegaard, “Moby Dick”. Una colección de libros de poesía bastante numerosa. “Viste que cada vez que te mudás hay una casa de libros. Esos libros son los que te marcan, son los libros de tu vida”.
“Partida de caza” (1979) es el primer libro publicado por Saccomanno: un poemario. La poesía, lo confirma él mismo en varias entrevistas, es clave en su escritura. En “Mirlo” se permite hablar de “la contemplación del instante consciente de su fugacidad”. Guillermo advierte “rápidamente” en narrativa publicada qué escritores leen o no leen poesía. “Cuando leés poesía (y filosofía) encarás la narración desde otro lugar”, considera. “Esto no implica que vos hagas una narrativa de corte de pensamiento porque la narración ya es pensamiento. Ni que escribas prosa poética. Que un libro pueda tener un aura poética por h o por b no quiere decir que sea prosa poética”, añade.
Avanzando en la argumentación, Saccomanno destaca frases de poemas que han derivado en tratados, como “Yo soy otro”, de Rimbaud. “Yo leo poesía desde pibe y empecé escribiendo poesía. Me causa gracia que hoy se descubra a Juana Bignozzi. Yo la leía cuando había publicado ‘Mujer de cierto orden’. Leía a Gelman desde ‘Gotán’. Mi relación con la poesía viene de ciertos lugares. Yo leía a Dylan Thomas en esa época, traducido. Las antologías de poesía surrealista, Lautréamont, Baudelaire a los 16 años. Y he seguido leyendo poesía desde entonces. Me cuesta cada vez más leer narrativa. Porque me parece que viene muy formateada, muy estandarizada. No te digo que todos los escritores escriban como John Katzenbach. El género policial no escapa de eso. No te aparece Patricia Highsmith todos los días”.
-¿Qué escritores te interpelaron últimamente, Guillermo?
-Argentinos no voy a nombrar. Tengo pocos amigos y no quiero quedarme sin ellos. Mirando para afuera, uno de mis últimos descubrimientos, tardío, fue Sebald tal vez. Pero para leer yo voy muy atrás siempre. Si vos me preguntás qué estoy leyendo... Lo más moderno es Peter Handke, que no es muy moderno ya.
Poesía norteamericana. Charles Simic. Louis Glück me partió el balero y tengo todos sus libros. Se los pasé ahora a mis nietas que leen mucha poesía. Me interesó Anne Dufourmantelle. No es precisamente escritora, es una psicoanalista francesa. Poesía china y japonesa.
He vuelto a leer a Stefan Zweig. Me encanta que ahora se reedite porque estaba en la biblioteca de mi viejo en editoriales que hoy no existen. “El mundo de ayer” me parece genial. Y lo que estuve leyendo últimamente fueron los diarios y textos de memoria de Elias Canetti. Como verás, no me interesa estar en la pomada. Porque, además, esto lo decía un crítico italiano de los ‘70: toda vanguardia es museo. Atrasa la vanguardia.