Gustavo Angelini se presentará este viernes desde las 21 en Tribus Club de Arte (República de Siria 3572), con Todo Aparenta Normal como banda invitada. Luego de un 2018 donde publicó “Atávico” y realizó shows en La Usina Suena (Santa Fe) y en Casa Rock (Buenos Aires), el cantante regresa a su ciudad natal para presentar su último álbum, y canciones de Carneviva y Patada de Elefante.
Las anticipadas están en venta a través de sistema Ticketway y sus puntos de venta físicos: Credifé (Santa Fe, Rafaela y Esperanza), Nexon Santa Fe (sucursales Aristóbulo del Valle y Peatonal San Martín), Nexon Paraná (Centro), Nexon Santo Tomé.
El Litoral se acercó al vocalista para adentrarse en su particular universo estético y su actual etapa creativa.
—¿Cómo se prepara este show?
—Me preparo armando el espectáculo, con la puesta en escena: dadas las condiciones que tiene este espacio (que estoy muy contento de que podamos tener uno así en Santa Fe) se presta para poder hacer algunas cosas más jugadas a nivel estético. Estamos trabajando con los ensayos del repertorio: presentaremos Atávico pero no como en la Usina o en Buenos Aires, donde empezaba con el primer tema y terminaba con el último, y después hacíamos otros variados. Ahora vamos a mechar para hacerlo más dinámico, y habrá sorpresas de Patada (de Elefante) y Carneviva.
—¿Cómo fue el proceso de elaboración del disco?
—Por suerte tiene un proceso en el que tenés que tener la matriz de cada tema, eso es lo que lleva más tiempo. Acá hay canciones que tienen unos cuantos años y que no han sido grabadas nunca, y otras que han surgido en esta época. En la parte compositiva es en la que uno más se detiene a analizar lo que está transmitiendo a nivel sónico, en las letras, que tengan que ver con lo que realmente sentís; en los riffs de guitarras, la forma de la canción (parte A, parte B). Una de las cosas que más me gusta hacer es componer canciones, tratar de meter la poesía con la música y de generar una obra. Es mucho desafío y mucho tiempo.
Después la gestación del disco fue de más o menos un año y medio, entre preproducción y que el salió a la calle. Por suerte conté con la producción del “Tanito” Luciano Farelli, que me ayudó muchísimo y abrió muchísimas herramientas para que todo sea más dinámico, y que el tiempo en que íbamos escuchando las canciones con todos los instrumentos hasta que llegamos al estudio a grabar se hizo muy dinámico, muy placentero también trabajar con él.
—Un productor santafesino, y músicos santafesinos.
—Hay buenos músicos en todas partes del planeta Tierra, y hay puntos culturales muy fuertes, uno de ellos es Santa Fe: son como semillitas que se han plantado hace mucho tiempo, que tienen que ver con nuestra cultura, con la corriente migratoria, con las primeras bandas de rock que hubo aquí, y que va quedando. Después genéticamente se ve que tenemos algo de la época que vivimos, que hace que nos guste determinada música, como hoy las generaciones más jóvenes les gusta escuchar otro tipo de música que por ahí no comparto pero respeto absolutamente. Aquí en todas las disciplinas tenemos una hermosa camada de artistas en cantidad, y muchos buenos músicos.
Los músicos que me van a acompañar son el “Mono” Javier Farelli en la batería, Alexander Douglas Russell-White en el bajo, Juan Manuel “Pasta” Palacios en la guitarra (tocaba en Patada de Elefante), Luciano Farelli en guitarra y procesadores, y Hernán Rúpolo en guitarra, y yo en la voz: la misma formación de la Usina y Buenos Aires. Los titulares están todos presentes (risas).
Se consolida el factor humano en la banda, aunque sea un proyecto solista es un grupo, no podría hacer nada sin ellos. El nombre de solista es por una cuestión de practicidad: después de tener tantas bandas de nombre no me voy a cambiar (risas). Apuesto a que esto dure muchos años más: que podamos grabar más discos y que se conozca a nivel más nacional o latinoamericano. Es un rock que no se escucha mucho: me gusta que las bandas suenen así, con sangre, que te muevan.
—¿Cuánto influenció Luciano en la producción?
—Fue un trabajo recíproco, tanto suyo como mío. El Tano es absolutamente responsable en la producción artística del disco, como lo soy yo. Todo estaba conversado. El me decía: “¿Te parece bien esto?”. “Sí, fijate tal cosita”. Nos entendíamos. Es una conversación, que tal vez en un monólogo no lo podés lograr, te quedás ahí. Esa es la función de un productor.
—¿Cómo se dio el encuentro entre ustedes?
—Con el Tano nos encontramos en el show de Parteplaneta en el que llamaron a un montón de cantantes, estuvo bueno el encuentro. Aparte siempre viajábamos un poco juntos, compartíamos el pool del auto de un amigo entre Santa Fe y Buenos Aires.
Yo me había comprado una plaqueta para grabar, y le dije: “Vení a ayudarme que de esto no entiendo un pomelo” (risas). Me contestó: “Venite a casa, lo grabás y vas a perder menos tiempo”. Ahí empezamos a probar ideas. Yo vivo en Béccar, el vivía en Martínez, eran dos estaciones de tren, o me iba en bicicleta: serían cuatro kilómetros, que para Buenos Aires es muy cerca. Estar a 20 minutos de otro músico está bárbaro, podés estar una tarde trabajando, no es como ir a Morón, que es la otra punta. Se fueron acomodando los astros para que se dé.
—¿Cómo se acopló Hernán Rúpolo (ex Connor Questa y Octafonic)?
—Porque vivía con el Tano, y cuando lo escuché tocar la guitarra quedé sorprendido. Además le fascinaban las canciones, porque formó parte del proceso, se escuchó todos mis gritos, toda la preproducción. Si tenés alguien a quien le gusta lo que hacés, y es un virtuoso y buena persona no dudé en convocarlo.
—Viviendo allá siempre volvés a escribir sobre lugares de Santa Fe.
—Siempre me preguntan eso. No escribo solamente de Santa Fe, también de otras cosas y paisajes. Da la casualidad de que cuando hablo de Santa Fe a los santafesinos les súper pega. Pero en el disco está “Eléctrico-doméstico” que es bien porteño, como “Confundido”, con todo ese quilombo que hay en el Congreso, la Plaza de Mayo, la Capital Federal (hoy llamada Caba). Pero Santa Fe es la teta que me amamantó: mi primer contacto con la naturaleza, con los amigos, no me puedo olvidar así nomás. Y cuando vuelvo lo recorro con ojos de primera vez, es como si estuviese de nuevo en ese momento: no existe la edad, sí la libertad de andar en pelotas por la playa, no lo podés hacer en cualquier lado (risas).
—¿Cómo se sigue teniendo pilas para pensar temas?
—Para un artista si no lo hace algo empieza a funcionar mal, es una energía que está siempre latente. Si no lo hacés por cuestiones laborales o familiares, hay algo que empieza a funcionar mal en tu organismo porque es una necesidad. No todo lo que uno escribe son situaciones de placer, hay mucho conflicto interno, cierta enfermedad, cierta crisis que es parte de la revelación de un artista. Sigue estando esa llama viva porque por suerte encontré esa forma de poder expresar esas situaciones tan complejas: si no no sé qué estaría haciendo.
El artista necesita seguir una disciplina y perfeccionarse cada día más para lograr los objetivos que desea. Eso me incentiva a seguir grabando y haciendo shows: tranquilamente a a esta edad podría decir: “Ya está, a esta edad qué quiero inventar”. Cuesta más, porque el cuerpo tiene sus años, está más golpeado, el esfuerzo de cargar y tocar en vivo cuesta, no es que tenemos una infraestructura en la cual dejamos de hacer todo a pulmón. Me acuerdo de un show de Carneviva en Buenos Aires donde estaban mi novia y la del guitarrista, porque ese día se largó una tormenta que caían gárgolas de punta, y no había nadie: tocamos igual.
Hay que seguir adelante: en esa perseverancia uno va encontrando cosas hermosas. Estoy súper agradecido que la gente se cope con los discos, que puedan ir a los shows, que los músicos de Buenos Aires se sientan chochos: todos quieren venir porque la pasan bárbaro.