No hay tiento que no se corte ni deuda que no se pague, creo que es textual de José Hernández. Tenía una deuda. Ver otra vez a Héctor Alterio en un escenario.
No hay tiento que no se corte ni deuda que no se pague, creo que es textual de José Hernández. Tenía una deuda. Ver otra vez a Héctor Alterio en un escenario.
Repito esa frase de Julio Cortázar en la carta a Rocamadour. Hasta Cortázar sabe que eso se desprende mas allá de Rayuela y cuando debe elegir textos para leer uno de los que elige es esa carta El sabe porqué. El es “un argentino que nunca...”.
Alterio vino a recitar textos y el, como Cortázar, sabe porqué. Yo también sabía y sé. Tenía que estar en ese recital de textos recitados, que no fue eso, pero era eso. Alterio es un actor que interpreta poesías y las pone dentro suyo y allí estaba un secreto que sigue vigente: el que dice y entiende cuanto dice, pues dice mas de lo que dice... ¿ se entiende?. Alterio dice siempre muchos mas de cuanto dice...”y allí estaba un secreto que sigue vigente”... digo más arriba, en esta misma página. Doy fe. Fui a encontrarme con mucho mas de cuanto dice.
En esa carta, en ese texto Cortázar dice: “Porque en un barrio dan Potemkin y hay que verlo aunque se caiga el mundo” y pido disculpas, cito de memoria porque de otro modo no vale para las cosas del corazón, no se manejan los afectos ni las deudas visitando Wikipedia. Tenía que verlo a Alterio aunque se caiga el mundo en este abril argentino, tan desvencijado, como el violín de León Felipe, por citar algo al paso.
Durante los años que viví en Buenos Aires lo vi muchas veces, hasta tuve un largo reportaje donde hablamos de su familia y de Chacarita, es hincha de Chacarita... pero yo fui a buscar al actor al que Argentina le debe tanto... porque Alterio es el que se fue, en 1974, como él dice, asegurando con su confesión en el escenario que no se quería ir ni aprender otro idioma, otras palabras, otro paisaje, que lo hizo obligado porque no tenía regreso pero que su alma estaba aquí, está aquí.
Abre el espectáculo con una cuartilla sobre si Buenos Aires que refiere a que, si no la fundaba Garay igual había que fundarla y cierra con ese atravesado poema de Eladia sobre la ciudad que estaba destinada a su nacimiento. Una vuelta de tuerca espléndida de aquella frase de Macedonio: es la única ciudad para terminar la vuelta al mundo, que seguro empezó en Buenos Aires. Alterio hablando desde Eladia y sosteniendo su credo, credo en Buenos Aires, logra fundarla toda vez que lo dice...
Había dos sillas en el escenario y pensé en un invitado y no, Alterio se divide en dos y yo entendí lo que quise entender.
En la primera parte, mas cerca del piano de Cuacci, que se toca todo y abre otra puerta diferente a la intimidad de la voz cascada y emocionada de Alterio, cuando terminan los arpegios elige tres poemas que se convierten en textos de un personaje, de un Adán Buenosayres barrial y memorioso.
Elige como primer poema el de José González Castillo y Cátulo Castillo, su hijo, el tango poema que recibiera premios sobre 1926 (toda la literatura argentina nace en el 1926 con Discépolo, Arlt, Castillo, Fray Mocho, Güiraldes, Borges, Mariani y sus cuentos de oficina, todo ahí, no sigo, hay mas en ése año) lentamente dice: “Las ruedas embarradas del último organito...”.
Perdón se me hizo difícil entender porque lloraba, por qué lloraba, pero así estaba resuelta la cosa.
Siguió con la referencia a la muerte de Manzi y yo entendí cuando Alterio, desde el escenario tan pelado, tan completo, me decía: no vez que el viejo esta noche, no ves que Pepe esta noche no va a faltar a la cita... y estaban che, estaban. Pepe, el viejo, Barquina (Barquinazo, para el que no sabe) Después lo usó al pibe del piano para que confirmase que el tema lo había cantado el morocho, para el tango protesta que nos tiró por la cabeza, advirtiendo que hasta lo cantó Gardel: “Si habrá crisis, bronca y hambre que el que compra un cacho’e fiambre hoy se morfa hasta el piolín...”.
Se fue Alterio a la silla más lejana y contó su vida por los pueblitos de España recitando León Felipe, su semblanza de León Felipe es personal pero uno debe ver mas allá de lo que se dice y eso sucede. Machado es musical, su hermano simplemente trágico. Lorca no es, como agredía Borges, un gitano profesional y “Poeta en Nueva York” conmueve. Miguel Hernández es el animal, el bruto animal que encuentra la poesía en su desgracia absoluta y como puede la canta como ninguno igual, como ninguno.
Tuberculosis, fusiles, tristeza. Todos murieron allá. León Felipe es un hombre del mundo, un mundo que no entiende pero lo vive con sus verdades pequeñitas que sabe que son universales.
León Felipe no escribe otra cosa que obras de teatro para un solo personaje, su sombra detrás del cuaderno. Allí se metió Alterio a convertirse en esa sombra que nos cuenta de una vida de destierro y cuidado, cuidado, cuidado, porque en éste punto deseo hacer un alto en mitad de mi llanto sin ninguna vergüenza. Alterio es ese desterrado que vive y sabe que esa no es su vida que su vida era otra pero al contarla la crea y la deja testimoniada. Los poemas de León Felipe son la confesión de vida de un desterrado de toda esperanza que vivió esperanzado y Alterio está en esa cuerda, vamos, en ese violín.
Hace años, puf, muchos años, empezaba esa década tan particular de Argentina, la del 70 y fui a ver un Genet rarito. Las criadas. Creo que en SHA. Alterio, Brandoni, Vidarte. Héctor Alterio, el Beto Brandoni y Walter. Volví a verlos. A ver a “Las criadas”, porque no podía entender el tanto talento, creía todo lo que veía, cuanto escuchaba. Al teatro Astros, aquel de las vedettes en ésa misma década, teatro que frecuenté sin miedo alguno, venía Alterio a permitir que yo pagase mi deuda. No era el SHA. Nada que ver y sin embargo...
Soy un poco Argentina en la deuda, Alcón tuvo su sitio donde todo fue perdón, locura y perdón. Caramba. Alcón es una montaña puesta en el mar, pero este Alterio no es “Yerma”. Este hombre es otra cosa como no es “Art”, el teatro de Darín que te voltea con su desparpajo. Tampoco es Soriano, su pariente mas cercano. Este es Alterio, el último gigante de los textos amarrados al palo mayor del último barco que navega por donde sea que lo lleven los vientos y las mareas de los autores y sus letras. El se sube a ese palo y no grita “tierraaaaa”, deja que el barco siga así como digo, contra viento y marea porque en un barrio dan Potemkin y hay que verlo o porque como dice en su confesión, re inventando el texto de Eladia: “Esta ciudad está embrujada, sin saber... Por el hechizo cautivante de volver. No sé si para bien, no sé si para mal, volver tiene la magia de un ritual. Yo soy de aquí, de otro lugar no puedo ser... ¡Me reconozco en la costumbre de volver! A reencontrarme en mí, a valorar después, las cosas que perdí, la vida que se fue”.
Me paré llorando y aplaudí y aplaudí como si fuese un espectador cualquiera. Apoyado en una silla agradeció, se soltó y recitó, como un bis y una confesión que no hacía falta: “Cuantas veces Don Quijote, por esa misma llanura, en horas de desaliento...”.
Tal vez la falta de contemporaneidad eleve el nivel de exigencia y algunos pidan que zapatee o diga alguna publicidad. Todo puede ser. Yo salí/volví /seguí/ pertenezco con Alterio al mundo aquel, en esa noche que abrió la puerta para que soñásemos que era así, porque tal vez no fue así. Alterio se fue amenazado de muerte en el 1974 y vino, con 93 años, a decirnos que esta es su locación por si alguien llama. Solo la poesía, dicha como una confesión, puede hacernos creer que fue lindo.
Héctor Benjamín Alterio Onorato, nacido el 21 de setiembre de 1929. Vino a presentar, por 12 funciones, “A Buenos Aires”. Libro y dirección: Ángela Bacaicoa. Intérprete: Héctor Alterio. Dirección musical y piano: Juan Esteban Cuacci. Producción general: Andrea Stivel y Cipe Fridman. Producción ejecutiva: Verónica Espósito. Teatro: Astros, Corrientes 746. Funciones: viernes, sábados y domingos de abril, a las 20.30. Duración: 60 minutos.
Yo fui a llorar y salió bien. Ojalá la vida sea esto. Llorar y ser feliz. Cosas como Alterio ayudan mucho.