Rosa Gronda
rrosagronda@gmail.com
“Sin Hijos” es una de esas películas que en apariencia no se aleja demasiado de otras comedias nacionales que apuntan a un público familiar con temas similares (como el de las familias ensambladas, los conflictos de hijos con padres divorciados, los adultos que se vuelven a enamorar, etcétera), pero no cae en la misma bolsa.
Rosa Gronda
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Desde que en 2006 irrumpió en el cine nacional con su ópera prima, la sorprendente “Cara de Queso”, las comedias de Ariel Winograd son portadoras de bienvenidas renovaciones que se despegan del costumbrismo anterior para aggiornarse y complementarse con otros códigos cinematográficos. En “Sin Hijos” demuestra que el cine familiar goza de buena salud, aun en situaciones diferentes y se mueve con solvencia en territorios de la comedia, con vida propia pero sin temor a muchas similitudes con exponentes del cine clásico estadounidense.
Diego Peretti interpreta a Gabriel, dueño de una casa de música heredada y estudiante de arquitectura nunca recibido. Es padre divorciado desde hace cuatro años y ha bajado la persiana a la renovación de su vida afectiva, refugiándose en el trabajo y en el cuidado de su hija Sofía, de nueve años (Guadalupe Manent), una pequeña tirana, que lo maneja como quiere. La niña es a tal punto el centro de su vida que es también su único tema de conversación.
Así, cuando algún amigo intenta presentarle una eventual nueva pareja se vuelve monotemático y provoca el rápido desinterés de la posible candidata que encuentra el lugar afectivo ocupado. Este padre solitario, al que nada parece motivar más allá de su vínculo filial, sacudirá la rutina programada de sus días con la aparición de Vicky, una amiga de la adolescencia. Viajera, hermosa e independiente, el reencuentro esta vez se presenta propicio y la afinidad entre ambos ideal, salvo que esta mujer no quiere saber nada con niños, ni propios ni ajenos. Entonces, para que ella lo acepte, Gabriel decide mentir sobra la existencia de la pequeña Sofía. Algo que desatará todos los enredos que dan pie a varias escenas cargadas de comicidad. También, al desarrollo del subtema de “ocultar lo que más se ama”, otra constante de esta historia amparada en la comedia. Como en la canción de Sabina, las mentiras piadosas funcionan.
Profesionalismo y entretenimiento
Apuntando a lo seguro, con un tono personal cada vez más neutro, Winograd encamina su cine al espectáculo de entretenimiento y se queda más que nunca en la superficie de los temas que trata. Pero se mueve con profesionalismo, sabe manejar la risa y los sentimientos. “Sin Hijos” es una de esas películas que en apariencia no se aleja demasiado de otras comedias nacionales que apuntan a un público familiar con temas similares (como el de las familias ensambladas, los conflictos de hijos con padres divorciados, los adultos que se vuelven a enamorar, etcétera), pero no cae en la misma bolsa. Y mucho se debe a la puesta en escena y a la capacidad del director para rodearse de un elenco efectivo, donde Peretti demuestra una vez más estar a la altura de las circunstancias y la española Maribel Verdú sale airosa con el rol de Vicky, que le implica el desafío de componer un personaje en principio antipático pero sin embargo seductor y finalmente querible. En el elenco secundario, sobresalen Martín Piroyansky y Horacio Fontova, quienes comparten un puñado de escenas muy divertidas. Pero la mención especial es para la niña Guadalupe Manent, quien interpreta a Sofia, la gran revelación actoral de la película.
No hay en la trama un camino verosímil que permita entender cómo los distintos personajes llegaron a donde están. Los conflictos se resuelven a las apuradas, arbitrariamente, sin un sustento narrativo y el crecimiento que debería hacer Gabriel como padre, pareja, hijo y hermano. Más allá de esto y sin ser una comedia arriesgada, Winograd (también realizador de “Mi primera boda” (2011) y “Vino para robar” ( 2013) construye, con menos pretensiones que en su filmografía anterior, un entretenimiento sumamente disfrutable, prolijo y funcional, con protagonistas sólidos, buenos secundarios, diálogos y remates como para no envidiar a una sitcom made in Hollywood. No es su mejor película pero le alcanza para aportar un hito a la poco prolífica historia local de la comedia romántica, donde supera los tradicionales arquetipos refractarios a la renovación.