Federico Surijón (*)
Según la definición del Diccionario de la Real Academia Española, milagro es un “hecho no explicable por las leyes naturales y que se atribuye a intervención sobrenatural de origen divino”. La palabra “milagro” encuentra su raíz en el latín miraculum que significa “mirar”. Miraculum proviene de mirari, que en latín significa “contemplar con admiración, con asombro o con estupefacción”.
Sin embargo según el contexto o el enfoque con el que se aborde el término, el mismo tomará diferentes aristas y significados. Por ejemplo, a pesar que hoy en día conocemos y podemos explicar, gracias a la ciencia y tecnología, un montón de fenómenos que antes escapaban a nuestro entendimiento, como por ejemplo la concepción de una nueva vida, la salida del sol, la formación de un eclipse, etc., hay quienes siguen llamando a muchos de éstos “un milagro”. Ya sea así por costumbre, porque si bien entendemos los fenómenos nos siguen sorprendiendo, o somos creyentes y vemos en todos los eventos la presencia Divina, la palabra milagro está en nuestro vocabulario cotidiano ayudándonos a describir algunos hechos o sentimientos con sencillez.
Ahora bien, existe un común denominador en la mayoría de las definiciones que alcanza esta palabra. Sin importar a qué llamemos “milagro” parece repetirse el hecho de entenderse a éste, como un fenómeno que debe esperarse pasivamente. Ocurrirá por intervención Divina, sucederá por simple coincidencia de eventos, cualquiera sea su razón, no se puede hacer más que esperar que pase, o en los casos de los creyentes rezar con esperanzas por su concreción.
Quiero proponerles en este articulo tratar de cambiar la visión que tenemos sobre el milagro ¿Por qué no nos convertirnos nosotros también en autores de su existencia? En lugar de esperar que acontezca, o solamente rezar, por qué no ser instrumentos activos de la producción del milagro.
Coincidencia
La comunidad judía celebra la Festividad de Januca (Inauguración). Ésta es una festividad que se celebra por ocho días y comienza en el día 25 del mes kislev según el calendario hebreo. Este año la festividad acaece según el calendario gregoriano, entre los días 21 a 28 de diciembre, coincidiendo con la Navidad cristiana.
Los hechos que son recordados durante esta festividad son un claro ejemplo de aquel milagro que se persigue y se gesta, en forma activa, en donde el humano se convierte en socio de la creación del prodigio con la Divinidad.
Cuando es coronado Antíoco IV Epífanes (175 y 164 antes de la era común) como emperador de Antioquía (Siria), éste decide helenizar al pueblo de Israel, prohibiéndoles continuar con sus tradiciones y costumbres, tales como el Brit Mila (la circuncisión religiosa), la observancia del Shabat (el día séptimo consagrado a Dios), la lectura de la Torá (libro de la ley o Pentateuco), etcétera. Un grupo de judíos conocidos como los Macabeos, comandados por Matitiau, se levantaron en contra de los soldados griegos, ya que se negaban a hacer actos que iban en contra de su tradición religiosa y cultural. Tuvieron una lucha difícil, eran una minoría combatiendo contra el ejército griego; sin embargo sus estrategias y su convicción, los llevaron al éxito. Este es el primer milagro del cual nos habla la festividad de Januca. Unos pocos inexpertos en la guerra, lograron vencer a uno de los ejércitos más poderosos de la época. Los valerosos Macabeos podrían haber esperado pasivamente que las cosas mejoraran, podrían haber permanecido sentados orando para que la situación mágicamente se resuelva, sin embargo decidieron tomar el toro por las astas y salir a buscar el milagro, a poner su granito de arena para trasformar aquella realidad adversa. Ellos sabían, imbuidos en una profunda fe, que Dios los ayudaría, pero que debían realizar su parte. La victoria no sería servida en bandeja.
El candelabro de ocho brazos
No obstante una victoria militar no es condición suficiente para que el pueblo judío, que posee una experiencia histórica milenaria celebre anualmente una festividad. La tradición nos habla de un segundo milagro. Cuando termina la guerra, los macabeos ingresan al Gran Templo de Jerusalén que había sido profanado y saqueado por los griegos. Era necesario limpiarlo y ponerlo en condiciones para su reinauguración. Pero los valientes macabeos se encontraron con una dificultad. La Menorá, un candelabro de siete brazos que debía estar siempre prendido, estaba apagado y sólo había aceite suficiente para encenderlo durante un solo día. Tardarían ocho días en tener listo más aceite apto, lo que hubiera imposibilitado cumplir con el precepto de encenderlo cada día. Sin embargo, ese poquito de aceite que tenían, milagrosamente mantuvo prendida la Menorá durante esos ocho días que necesitaban para conseguir más aceite. Por esta milagrosa razón, es que durante esta festividad se prende un candelabro de ocho brazos, más uno mayor (conocido como Shamash o vela piloto) con el que se enciende el resto de las velas. En la primera noche, únicamente se prende el brazo mayor y una vela, y cada noche se va agregando una, hasta el último día en el que todo el candelabro se enciende completamente llenando los espacios de luz, conmemorando el milagro del aceite. Por esto, Januca es llamada también Jag Urim (Fiesta de las Luminarias).
Nuevamente aquí nuestros antepasados nos enseñan a ser artífices activos del milagro. El aceite no era suficiente, podrían haber decidido mantener el candelabro apagado y posponer la reinauguración del Templo, o tal vez llorar y gemir al Creador para que el aceite se materializara por mandato Divino. Lejos de eso, decidieron dar el primer paso para la concreción del milagro. Encendieron la primera llama que dio origen al prodigio.
La gesta de los macabeos nos enseña que el milagro se forma de la decisión y acción concreta del humano y el acompañamiento Divino, sin lo primero no habrá lo segundo.
Muchos pedimos por paz, en nuestras oraciones y en forma de exigencia a los líderes mundiales, pero pocas veces hacemos el ejercicio de interpelarnos para ver cuánto de nosotros ponemos para concretar esa paz. Queremos que el hambre en el mundo se acabe, pues preguntémonos qué estamos haciendo nosotros para que ello ocurra. El milagro no caerá del cielo, la responsabilidad de crear un mundo mejor es de todos, no sólo de Dios, ni de las autoridades religiosas o gubernamentales.
Valor universal
Los significados que sedimentan en las palabras con las que nos comunicamos hablan de nuestra idiosincrasia. Al principio del artículo manifesté que la palabra “milagro” proviene de “mirar”. Hasta el mismo término nos convierte en observadores pasivos. “Milagro” en hebreo se dice “Nes”, término que no sólo se refiere a un hecho sobrenatural que se debe mirarse con asombro, sino también alude a “estandarte” o “señal”. Desde este punto de vista ya no somos sólo espectadores del fenómeno, también somos quienes elevamos el estandarte y producimos la señal.
Uno de los preceptos que se exaltan durante Januca es aquel que se conoce en hebreo como “pirsum hanes”, en castellano “publicar el milagro”. Esto implica el compartir esta celebración con otras culturas. Y no es casual que esto sea así, pues el concepto de convertirnos en artífices de nuestros milagros, responsabilizándonos en fraguar con nuestras propias manos una vida mejor para todos, con respeto por la diversidad, con las necesidades básicas de todos resuelta y en paz es un valor universal.
(*) Jazán