Tres pioneras y transgresoras como Alfonsina Storni (Jennifer Vallejos), Emma Barrandéguy (Mariana Mosset) y Salvadora Medina Onrubia (Melisa Malatesta) se encuentran en este espectáculo presentado por el grupo Indómitas. Fotos: Gentileza Muba
El escenario es una zona espectral, como la zona astral del prólogo de “300 millones” de Roberto Arlt, hogar de los personajes de los sueños; como un ensueño del éter, o como la reunión fuera del espacio y el tiempo que Juan Salvo tiene con el viejo filosofo Mano en “El Eternauta”. Las barreras del espacio-tiempo se rompen para la reunión de tres mujeres que se vincularon en diferentes momentos de su vida, nunca las tres juntas.
La primera de ellas, activa pero silente al principio, quizás porque se sabe la más conocida (aunque quizás no en la plenitud de su obra y personalidad) es Alfonsina Storni, con su karma de padre violento, que fracasó con una sodería en el desierto; que huyó como artista ambulante y recaló en Coronda, de donde salió maestra y madre soltera hacia una Buenos Aires que finalmente le dio silla en las peñas literarias y centimetraje en los diarios, donde fue Tao Lao entre otras encarnaciones.
Otra, la más grave, puro fuego de pasión militante y sentimientos en carne viva es Salvadora Medina Onrubia: la anarquista de tapados de piel que pasó de La Protesta a Crítica al casarse con Natalio Botana. La platense que vivió en Gualeguay y pasó por Rosario casi adolescente, también con un hijo de padre anónimo (al que llamó “Pitón”, por el estrujo de sus abrazos) donde cruzó caminos con Alfonsina. Para llegar radicalizada en sus ideas, conocer a Botana (quien le dio el apellido a su hijo, y con quien tuvo cuatro más) y convertirse en la contradictoria luchadora social de clase alta, amante de los sombreros y la pluma de obras teatrales provocadoras, como “Las descentradas”.
La tercera de ellas es el motor del relato, y la que le da nombre (“las del gremio” es una arcaica expresión para el lesbianismo, conservada en sus textos): Emma Barrandéguy, nacida en la provincianía de Gualeguay (donde cruzó caminos con Salvadora), donde exploró los amores sáficos prohibidos en las siestas ribereñas. De las que huyó para vivir el frenesí porteño de la calle Corrientes, las tenidas nocturnas, la redacción de Crítica, los cuerpos femeninos y masculinos, la militancia anarquista y comunista. La que volvió a su tierra natal para vivir los largos años que las otras dos no tuvieron, atesorando el manuscrito del “Habitaciones”: la novela autobiográfica que conservó inédita hasta 2002, cuando se le entregó a María Moreno para que la publicara, cuando ya habían muerto todos los nombrados (quizás para no pasar lo que vivió Manuel Puig en Villegas, tras “Boquitas pintadas”.
El encuentro imagina una conspiración que sacuda ese mundo de hombres que las juzga, las menosprecia y las condiciona; pero también al mundo de la explotación capitalista. Foto: Gentileza Muba
Construcción
La puesta se organiza en un entrelazamiento de monólogos (basados en los respectivos decires de tres mujeres que pusieron su vida en palabras), con escenas de síntesis que van prefigurando el encuentro final, la promesa de una conspiración que sacuda ese mundo de hombres que las juzga, las menosprecia y las condiciona; pero también al mundo de la explotación capitalista.
Cada intérprete maneja un registro personal para su personaje: Jennifer Vallejos pasa del trabajo físico preciso en los momentos donde cede la palabra, haciendo que su Alfonsina siempre esté en acto, al estallido en la esgrima verbal, en la plena potencia de la presencia. Melisa Malatesta encuentra el tono para la pasión vencida e intoxicada de Salvadora y su dolor por la pérdida del hijo más querido, de la que se consideró culpable (una palabra de más en un rapto de furia...).
Mariana Mosset tiene el desafío de ponerle el cuerpo a Emma, de decir sus palabras ocultas por tantos años. Así, los años porteños son coloquiales, en un registro más verista; mientras que los relatos del río y sus encuentros furtivos tienen una precisa partitura escénica de movimientos, bajo el aura acuática propiciada por Emiliano Nieva (codirector, asistente en escena y responsable del “mundo sonoro”).
En las performances se nota el trabajo de investigación (en archivos, bibliotecas y documentales) de las intérpretes, quienes bucearon en las vidas de estas mujeres hasta “vivenciar” sus respectivos sentires. Para tener una mirada objetiva convocaron a la dirección a Nieva y Rosario Lucero (codirectora y técnica de luces: otro elemento desde el que transmitir ensueño), quienes se encargaron de afinar el texto espectacular con marcaciones adecuadas y dar un conjunto acabado.
El vestuario de Ignacio Estigarribia y el maquillaje de Maquillisto Visagisto refuerzan los arquetipos en los que se van convirtiendo estas mujeres “fuera del tiempo” (y fuera de su tiempo): Alfonsina es eternizada en su recato magisterial de saquito y falda; Emma en la ambigüedad “a la garçon” de collares, pantalones y remeras marineras; y Salvadora en su sensualidad de tapados, perlas y lencería.
La obra termina como un trip del éter que consumía Salvadora, dejando al espectador con el “qué hubiera pasado” si esa reunión cumbre se hubiera dado “en el tiempo”, en aquel tiempo. Antes de que una de ellas eligiese el fondo del mar, y las otras dos fugaran hacia el retiro y el olvido... aunque (como se ve) para nada definitivo.