Martes 29.3.2022
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En “La última vez”, la nueva novela de Guillermo Martínez, no hay muchos personajes. Pero todos los que se integran a la estructura de esta “intriga literaria” ambientada en la Barcelona de los ‘90 (en la que no hay crímenes, pero sí una clave a develar) tienen un papel determinante. Los principales son A, un escritor argentino muy famoso, que sufre una severa enfermedad y Merton, un crítico cuyo mérito principal es que posee una honestidad intelectual inédita en el mundo literario. La historia de ambos se cruza cuando la ambiciosa agente literaria de A decide convocar a Merton para que lo ayude con una tarea: que el viejo escritor pueda encontrar a alguien que pueda leer su última novela de la manera correcta, ya que cree que su fama se debe un malentendido respecto a su obra. Mientras ejerce esa misión, Merton entra en contacto con Morgana, la esposa de A, su hija adolescente y la severa enfermera que lo cuida.
“La dualidad está en que uno de los personajes ejercita y dice la verdad de las maneras más directas, sin cortapisas. Mientras que el otro cree también hacer lo mismo. Pero como lo hace en el plano de la literatura, la noción de verdad es mucho más esquiva. Desde la crítica se pueden ejercer herramientas como la argumentación, la razón, sopesar posibilidades. Pero en la literatura uno está sujeto al juego de las interpretaciones. Esto es algo que vengo persiguiendo de novela en novela”, aseguró Martínez en una entrevista concedida a este medio. En “Crímenes imperceptibles”, se expresa en la paradoja de las reglas finitas de Wittgenstein, en “Los Crímenes de Alicia” aparece bajo la forma de “Gabba gai” y el interrogante sobre si se puede acceder al significado de una palabra en una lengua extranjera. En “La muerte lenta de Luciana B” aparece marcado en las maneras diferentes en que se puede interpretar una serie de muertes que ocurren a lo largo del tiempo. “Ese impulso humano por tratar de darle sentido a lo que quizás sea solamente una configuración del azar”, sintetizó el escritor.
D.REn parte, el germen de “La última vez” tiene que ver con el momento en que Martínez conoció a Carmen Balcells, la poderosa agente literaria española que representó a seis premios Nobel de Literatura, Gabriel García Márquez, Mario Vargas Llosa, Miguel Ángel Asturias, Camilo José Cela, Vicente Aleixandre y Pablo Neruda. En sus características principales se basa el personaje de Núria Monclús. Según recordó el propio escritor, tomó sus rasgos y anécdotas para conformar el personaje. “Pero el origen de la novela tuvo que ver con algo que señaló: estaba escandalizada porque en uno de los grandes grupos editoriales había entrado como gerente una persona que se había dedicado antes a vender zapatillas. Entonces dijo: ‘Ahora van a vender libros como zapatillas. Pero cuando llegue el momento de pensar cuál libro sí y cuál no, van a necesitar a alguien que sepa de literatura’.
-Eso sobrevuela toda la novela.
-Ahí pensé en el personaje de Merton, un crítico muy honesto, con cierta erudición. Hubo críticos así en los 90. Hago, a través de Merton, una diatriba sobre lo que era la crítica en el ambiente cultural. Había críticos muy serios, con mucha lectura. Entonces pensé en alguien que pudiera jugar ese papel. En un momento, Núria le dice “la honestidad intelectual es lo más preciado en nuestro mundillo”. Quería deslizar un personaje de estas características en esa especie de circulación de figuras de la escena literaria. Rehacer “La próxima vez” de Henry James en la época contemporánea y fundir sus personajes en uno solo, A, esa especie de escritor bifronte que siente que tiene éxito porque es malentendido. Ahí se me armó, de algún modo, la idea central. Después, como sucede con estas cosas, dejé pasar mucho tiempo. Lo comenté en un congreso de escritores, a Guillermo Saccomanno le gustó mucho y me dijo que me apurara a escribirla o la iba a escribir él. Por suerte, la pude escribir yo.
D.RFoto: Gentileza del autor
-Si bien, a primera vista, el reclamo de A de que su obra completa sea leída del modo correcto parece atinada, en algún punto es imposible.
-Eso es lo que le dice Núria Monclús: “La literatura, es fatalmente, un malentendido”. Hay teorías contrapuestas. La de la obra abierta, de Umberto Eco, donde el lector se apropia del texto. Y otra que habla de jerarquizar las interpretaciones, apegarse al texto para ver cual es la más coherente y sostenible. Para mí hay que hacer un cierto balance de todo lo que hay en el relato, no solamente la línea que nos sirve para nuestra tesis, supuestamente original.
-Merton sigue cierto método o por lo menos lo intenta.
-Es una persona que no se guía por ningún tipo de relación social, que está en cierto sentido aparte del mundo. Esta figura la tomé, en parte, del jurista Pierre de Fermat. En una época, los jueces no podían formar parte de la sociedad civil, estaban aislados en poblaciones cercanas a las ciudades para que no hubiera en sus fallos tráfico de influencias. Entonces, Fermat se dedicó a la matemática porque estaba aburrido. Tomé para Merton estos elementos y construí a alguien que está por fuera del mundo literario, por lo menos del argentino.
D.RFoto: Gentileza del autor
-Merton, durante la novela, juega de algún modo el rol de un lector, que va en busca de claves para entrar en la obra.
-En toda la novela hay un clima de intrigas y supuestas pistas que el lector tiene que ir descifrando de a poco. Para mí, lo importante de la visita al Museo de Autómatas, uno de los escenarios mencionados en la novela, es lo que dice Núria después: que a las personas las podés dividir entre las que discurren por la vida y las que toman a los demás como piezas en un tablero y las fuerzan a jugar partidas. Los que son estrategas de las personas que tienen a su alrededor. Esa es una clase de personalidad que yo no había conocido antes de una manera tan declarada. Es difícil encontrar una persona que se manifieste a favor de esa manera de proceder. Para eso necesitaba ese contraste con el Museo de Autómatas. Ahí aparece, además, el germen de una discusión que voy a desarrollar en otra novela que es el libre albedrío.
-La novela es también, en parte, una reflexión sobre el sexo en los distintos momentos de la vida. A, Merton, y las mujeres que se integran a la trama, Morgana, Mavi y Donka atraviesan diferentes circunstancias. ¿Cómo se vincula esto al eje central de la trama?
-Aparece el sexo como dialéctica de poder. No quería que fuera una novela teórica, quería que fuera de suspenso, dentro del mundo literario. Por eso el subtítulo “una intriga literaria”. Hay algo a descubrir, que es esa clave detrás de la obra de A. El desafío era crear la sensación de suspenso y la atmósfera del relato policial. Lo hice a través de las relaciones entre los personajes, que apuntan a si Merton va a llegar o no a consumar la relación con cada una de las mujeres. Lo mismo que en el caso del profesor de la novela que ha escrito A, en esa relación con la enfermera y la kinesióloga. En los dos nudos se pone en escena la cuestión de la dialéctica del tercero. Merton tiene una relación latente con Morgana que solo se destraba a partir de la presencia del tercer término, que sería Mavi. Y el profesor tiene una relación que no llega a progresar con la enfermera, que se resuelve con la aparición del tercer término que es la kinesióloga. Así, pongo en escena esto de la dialéctica sin los elementos teóricos, de terminología. Para que luego se entienda cual es la búsqueda filosófica del profesor. Me parecía que era una manera indirecta de dar fundamento a la búsqueda filosófica en el final de la vida. Es la línea de suspenso que, en otros relatos policiales, llega por una serie de muertes en el camino.
-Hay una dicotomía a la cual volvés varias veces en la novela, que hace referencia al relato de Henry James “La próxima vez”, entre la señora Highmore, que no puede dejar de tener éxito con sus obras literarias y Limbert, a quien no se reconoce en su justa medida por sus escritos. ¿Es posible un equilibrio entre ambos extremos?
-Si, por supuesto. Y hubo muchos casos en la historia de la literatura. Grandes novelas que han sido grandes éxitos. Para no ir a los ejemplos clásicos, podemos mencionar a un autor como Milan Kundera y una novela como “La broma”. Es extraordinaria y a la vez tuvo gran repercusión en el público. Es posible, aunque ahora ya no hay tantos casos. De todos modos, coincido con lo que le hago decir a Merton respecto a que los libros hay que abrirlos y leerlos, por lo menos hasta la página veinte, sin prejuicios intelectuales.