El divulgador musical Marcelo Arce estará en Santa Fe con su nuevo espectáculo, que propone redescubrir la Novena Sinfonía de Beethoven, la Oda a la alegría, en el marco de los 200 años de esa obra. La cita es el jueves 1 de agosto, a las 20.30, en el Centro Cultural Provincial Francisco Paco Urondo. La Novena Sinfonía, estrenada en 1824, es valorada por la integración de voces corales en el último movimiento y por su mensaje de hermandad universal, presente en la “Oda a la Alegría”, que trascendió barreras culturales y temporales. En una entrevista con este medio, el “maestruli” Arce describió detalles del espectáculo que compartirá con el público.
-¿Qué aspectos específicos de la Novena Sinfonía de Beethoven considera que la hacen tan única y relevante, incluso 200 años después de su estreno?
-Toda la obra de Don Beetho inspira para indagar. Lo llamo así por la investigación que hice hace mucho sobre su origen. El “van” indica procedencia, no título nobiliario como el von. Y viene de la aldea Beetho en la antigua Batavia, actuales Países Bajos. Ocupa un capítulo de mi primer libro, “Momentos Musicales” de Editorial El Ateneo.
La Novena Sinfonía Coral es un monumento que cambió la historia de la música. Entre tantos aportes trascendentales, destaca que por primera vez, la voz se fusiona con la orquesta en una sinfonía. Claro. Las voces son timbres como los instrumentos. Y el más difícil es justamente la voz. Soprano, contralto, tenor y bajo en la interpretación correcta, como la que veremos, no son solistas. Con una llave los marca como “Cuarteto”. Se deben ubicar detrás de la orquesta y delante del gran coro. Nunca se había formado tal masa sinfónica. En ella además debuta la percusión. Los contrabajos tienen una nota tan grave que no se pudo tocar y que luego obligó a agregar una quinta cuerda. Pero la esencia de la Novena es el contenido. La forma estricta de ese molde llamado sinfonía desaparece y se ajusta al mensaje de la Oda de Schiller. Y para materializarla, convierte el último movimiento en una pieza descriptiva, teatral.
El “detrás de escena”
-Tu espectáculo, además de la interpretación de la sinfonía, incluirá relatos y curiosidades sobre su creación. ¿Podrías compartirnos alguna anécdota o hecho histórico interesante que descubrirá al público durante la presentación?
-Sí, son muchas las anécdotas y el cotilleo que rodean el estreno. Por ejemplo, en el primer ensayo hubo un intento de homicidio, el maestro coordinador fue el gran Antonio Salieri. Totalmente sordo, Don Beetho no escuchó el trueno del éxito: la contralto tocó su hombro para que se diera vuelta y lloró a mares, durante las cinco tandas de ovación con sombreros y pañuelos girando, palmas y tacos. ¡Ah, sobre el maestro se posó un verde loro! pero esto lo cuento en la función.
Gentileza producción
En cuanto a lo histórico, además de contar el contexto, hay un elemento con el cual arma toda la sinfonía. Fue la punta de lanza de mi investigación hace 11 años. Hallé una carta de su amigo de infancia en la Bonn natal y luego su médico personal, Franz Wegeler, que, tras 15 páginas, le pregunta: “En fin ¿cómo estás?”. Ludwig van Beethoven contesta con apenas una esquela. Dibuja un pentagrama. Dos notas bajan. Sobre ellas escribe “Allein”, “Solo”. Otras dos bajan más y la misma palabra. Y cierra con otras dos que llegan más grave. Entonces se lee: “Solo… Solo… Solo”. Armamos un clip especial para leer y escuchar esa esquela.
Es su sordera ya total, su soledad de amor, su conciencia de vivir en el futuro. Y la Novena comienza con esos mismos pares de notas. Que atraviesan y finalizan esta fascinante y poderosa obra.
Un anticipo de “Imagine”
-La "Oda a la Alegría" es conocida mundialmente y fue adoptada como símbolo de unidad y esperanza. ¿Cómo creés que este movimiento resuena en la sociedad actual y qué mensaje busca transmitir a través de su interpretación en este bicentenario?
-Precisamente uno de los paradigmas que vuelven atemporal a la Novena, es su mensaje, siempre vigente. Esto se advierte concretamente en el texto y la música, fusionados. Fue la principal preocupación de Don Beetho. ¿Cómo plasmar musicalmente el poema de Friedrich Schiller? Lo había escrito en 1786, a los casi 25 años. B. tiene 21 cuando lo conoce en 1791, casi al filo de partir definitivamente de la Bonn natal hacia Viena. La célebre melodía estaba compuesta. En ese entonces ese texto era revolucionario y justo en la capital del Sacro Imperio Romano Germánico, que estaba implosionando, hasta reducirse al Imperio Austríaco en 1803. Por fin, en 1822 cuando llega el encargo de la Sociedad Filarmónica de Londres, ya Schiller era respetado y famoso. No obstante, tras terminar los tres movimientos, el cuarto, la Oda, no brotaba. En febrero de 1824, vuelve de su habitual caminata, gritando “¡Ya lo tengo, ya lo tengo!”. Y en un arrebato compuso, como se debe, directamente en la partitura completa, en el escritorio, sin piano; es la lógica técnica de composición.
Archivo
Entonces, había vencido su temor: las voces fueron llevadas a una complejidad por ser tratadas como lo que realmente son, “instrumentos”. La voz es el más difícil de todos, pues también depende de la psiquis y cambia en cada ser humano. No es mecánico (como un piano, una flauta, un violonchelo, una trompa).
Además, conocer la verdadera letra de la Oda es fundamental. No los cursis versos que nos enseñaron y se popularizaron, sobre la plana y pegadiza melodía: “Escucha hermano la canción de la alegría” ¡Destruyeron la obra! Si la “escucha” el toro Don Beetho, desplegaría toda su furia.
La Novena avanza hasta la Oda a la Alegría. Va ascendiendo y creciendo con potencia irrefrenable. Nos arrastra a una cima en la cual surge una emocionante sonoridad, pletórica, luminosa, dibujando la señal de la Cruz, que se alarga diez segundos. Parece infinita y hace temblar todo. Inevitable conmoción. La Palabra es “Gott”, “Dios”. Súbito silencio, mientras queda la resonancia más expectante.
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La oda llega a su clímax cuando entonan los verdaderos versos que veremos subtitulados. Es un momento espléndido: “todos los hombres se vuelven hermanos, allí donde se posa la suave ala de la Alegría. ¡Abracémonos, millones! ¡Vaya este beso al mundo entero!”. Un auténtico anticipo de “Imagine”, del genial Lennon. No obstante, aún el mundo no aprendió estas lecciones.
Finalmente, luego el mensaje de Schiller se hace realidad. La humanidad se une y llega la alegría. ¡Alegría de vida!. En fin, la novena es universalista, atemporal y eterna. Mejor, eternamente contemporánea.
Sonidos y sacrificios
-Tu enfoque siempre fue desmitificar la música clásica y hacerla accesible a todos. ¿Qué técnicas o recursos empleás en este espectáculo para conectar con un público amplio y diverso, incluyendo aquellos que pueden no tener un conocimiento previo sobre Beethoven o su obra?
-El show está armado con un sistema que aplico casi siempre: una especie de Cuento Musical. Pensado con la clave desde que tuve que registrar “Apreciación Musical” cuando comencé en 1975: “destinado a los que no sabemos”. Dicho cuento es como una cinta continua, alternando palabra y música.
Espontáneamente, pues lo hago, como se dice en el espectáculo, al toro. In situ. Pero con un hilo conductor que son los clips editados especialmente que apoyan lo que voy narrando. Historia, rarezas. Las anécdotas y el cotilleo fijan los conceptos. Cuidado: sin pretender que sea una clase o conferencia. No. Simplemente un show. Todo con un lenguaje llano, nada de términos técnicos. Y un ping pong entre la clásica y lo popular. Caso de Deep Purple abriendo un concierto con la oda versión rock. Salto de aquello que trata el cuento a espejos de nuestra vida cotidiana. Insisto: nada está planeado. No sé en qué momento llegará el humor y la emoción hasta las lágrimas. Porque, comprendiendo desde esta respuesta, lejos del show, como si me estuviese viendo desde lo alto, en la parrilla de luces, soy consciente que apenas entro al escenario me olvido de todo, me siento un espectador más. Juro que percibo las distancias, la vibra, el asombro, la concentración o la distracción en una u otra dirección. Y lo digo. Pues nos debemos al público. Al extremo que siempre, al salir, me queda tanto la felicidad como la culpa, casi desesperado por saber si “¿les habrá gustado?”. En tanto, la novena va fluyendo en la pantalla gigante, con la Filarmónica de Berlín, dirigida por Herbert von Karajan en algunos movimientos, y otro por la Orquesta del Festival de Lucerna, con la batuta de Claudio Abbado. Y el cuento se precipita hacia el fin.
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En este caso, confieso que cada vez que escucho una obra de Beethoven, surge una fuerte angustia, pues sabemos el inmenso sufrimiento y sacrificio detrás de cada sonido y de cada silencio. Él lo sabe. La novena lo consolida y es la culminación de su arte y fruto de su tragedia. Sé que por suerte el pecho estallará. Y como nunca “me la creí”, la soberbia es un tremendo pecado, de nuevo le diré al público “¿Cómo tributar tanta fidelidad?” Porque soy un feliz “maestruli”. Ningún mérito. Es sólo pasión por la música clásica.
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