"La novela fue un acompañamiento muy lindo al duelo"
Entre la premonición y la preparación, se posicionó la escritura de “Todo muere salvo el mar” en la vida de la autora colombiana, atravesada por la pérdida de su padre.
“En este lugar las cosas se pudren de lo vivas que están”, caracteriza Ramón al ambiente en el que transcurre la obra. Foto: Gentileza Planeta
María del Mar Ramón publicó la novela “Todo muere salvo el mar”, a través de Seix Barral. En comunicación con El Litoral, la escritora colombiana radicada en Argentina, habló del libro nacido a orillas de la playa. “Toda la vida fui a un lugar que se llama San Bernardo del Viento, en él está un poco basado La Perlita”, contó. Además, puntualizó el carácter desafiante de la obra en la que se embarcó, narrando el mar, misterioso e incomprensible, “presencia magnánima en la vida de los personajes que les alivia el duelo y lo recrudece”.
Capas
El viaje y su consiguiente cambio de rutinas le dan al libro una “cadencia muy vacacional”, según la cofundadora de la ONG Red de Mujeres. Pero María pensaba en algo más: en las relaciones de clase y de especie con el mar.
Esa temporada surfeaba en la playa. Se sentía muy cansada detrás de la rompiente, “donde uno casi nunca puede ir”. José, el profesor de surf, le dijo: “Igual una ola siempre llega”. Mar supo advertir el instante de poesía, “entre el agobio y el sosiego de un lugar paradisiaco”. Esto se articuló con una historia que le contaron. “La estética de ese duelo tan crudo me acompañó. Poner la sensación en un contexto natural fue una gran oportunidad narrativa y de despliegue de belleza”.
La novela crecía. Un 2 de mayo, día de su cumpleaños, Mar recibió una noticia tremenda: la muerte de su padre. “Estaba obsesionada con la idea del duelo sin haber pasado por uno. Me quedé pensando en la literatura como premonición o acompañamiento, y como cierta preparación. Quería escribir al respecto, pero últimamente tengo mucha pereza a los textos en primera persona. La novela fue un lindo acompañamiento al duelo, navegando por la belleza y la hondura de esa tristeza. Y el duelo acompañó a la novela; le dio capas de emoción”.
Castas y grieta
“Todo muere salvo el mar” transcurre en La Perlita, un escenario caribeño donde el silencio se acumula pesadamente. La insoportable levedad de los seres pesa. Y las emociones operan como un sistema de castas, escribe Ramón. Páginas adentro y afuera, asume la carga de un término cada vez más cercano al karma de vivir como un significante vacío. Marmar, se lee en la ventana de Zoom, rastrilla el sentido en aras de la restitución. Para ello, toma la arcilla de Bourdieu y piensa en un capital afectivo del que no hablamos.
La pareja protagonista vive, sin saberlo, en unas líneas del último álbum de Babasónicos: “Despilfarrando capital afectivo, así nadie se cree dueño”. Aunque, claro, desde sitios diferenciales. “Hay gente, como Lucas, que sufre pero siempre da el amor por sentado”, incorpora la escritora bogotana. “No le parece una extrañeza, una especie de milagro. Paula siente todo el tiempo una precariedad afectiva. Ella viene de una serie de abandonos, abriéndose con los codos por el mundo. Envidia profundamente esa completitud. Envidia la situación de clase y la buena suerte socioeconómica de una pareja. Y eso la lleva a que piense que él nunca puede comprender su sistema emocional. Yo creo que esa es la verdadera grieta entre ellos dos”.
La novela está centrada en la pareja de Paula y Lucas, aunque se espeja en la de Pedro y Clarice. Sobre los primeros, relata la entrevistada: “Me gusta el contraste: ponerlos al lado de algo que funciona porque funciona, como el mar. Somos una sociedad neurotizada, egocéntrica, con problemas sobredimensionados de nuestra psiquis. A veces, te saca de ti mismo estar al frente de algo que, no solo no depende de ti, sino que es mucho más grande (y va a estar ahí cuando tú también te vayas). A ellos los atemoriza el salvajismo de los animales, las cosas putrefactas, la velocidad que tiene todo para consumirse. Pero, al final, hay un alivio. Las cosas funcionan de esta manera, nada se detiene por lo tristes que estemos. Es todo vida y todo muere, y ellos terminan aceptando ese devenir”.
“Hay gente que sufre, pero siempre da el amor por sentado”, resume la autora sobre Lucas, uno de los protagonistas de “Todo muere salvo el mar”. Fotos: Gentileza Planeta
Es todo
Como buen dispositivo literario, se ingresa a la obra mediante un complejo sistema de aberturas. Las invisibles son, por caso, Pilar Quintana y María Gainza. La primera de ellas se deja ver en juego de trasluz con su novela “La perra” (Random House, 2020). La obra de la ganadora del Premio Alfaguara 2021 hace foco, al igual que su coterránea, en una maternidad trunca -por distintos motivos-, sólo que quienes la acarrean (Damaris y Rogelio) no son turistas, sino habitantes. En las primeras páginas se lee: “La cabaña donde vivían no quedaba en la playa sino en un acantilado selvático donde la gente blanca de la ciudad tenía casas de recreo grandes y bonitas con jardines, andenes empedrados y piscinas” (2020: págs. 15-16).
María Gainza, en tanto, migra al discurso de María del Mar por una lúcida aseveración: la escritura sobre el mar es un acto iniciático para todo escritor o escritora. El sociólogo y ensayista Juan Laxagueborde, editor de la revista cultural Mancilla, realizó una lectura de “El nervio óptico” que, derivas mediante, permite un juego de palabras alucinante: “Cuando se sabe ingenua, la protagonista empieza a reconocerse liviana y dúctil. Cuando ve el mar, se muerde la cola porque ve su propio nombre. Cuando se nota distinta, se sabe parte de una continuidad. Esa metáfora podría estructurar la novela: lo que se ve pulveriza lo que éramos, nos renombra, pero a la vez somos los mismos, volvemos a tener el mismo nombre. Tanto irnos para reincidir” (https://www.revistaotraparte.com/arte/el-nervio-optico/).
Hablábamos de aberturas visibles, también. Son las citas, ventiluz por el que se filtra la poesía de autores contemporáneos. Esos toques se articulan con el clima del libro, su tono de contraste entre vida-que-mata y muerte-que-vive. “Es un poema perfecto”, señala la periodista de Futuröck, sobre “Hace algún tiempo”, hit de Fabián Casas utilizado como epígrafe.
“Este lugar está tan vivo que las cosas se pudren de lo vivas que están”, teje Ramón. La transpiración parece petróleo. Los dolientes se baten a duelo contra el duelo. Todo es inminencia y precariedad, como la cadena alimenticia. Todo pasa con calor, humedad, rapidez. “Y todo hace parte de un ecosistema que después se va a comer otra cosa. Las cosas simplemente suceden con el devenir que tiene la naturaleza, que no puede detenerse a pensar. Ellos están tan aferrados a las sensaciones y tan bloqueados en un duelo terrible y urbano, que llevarlos a este lugar los ayuda un poco a entender ese devenir y una relación con la muerte mucho más eventual. Para la naturaleza, lo que no sirve muere. Y lo que muere sirve para otra cosa. Es el ciclo de la vida”.
Beatriz Vignoli es la segunda aparición poética, sobre la que refiere: “La amo, me parece una poeta impresionante”. Y si bien repone un verso de “La caída” (“En lo único que creo es en el accidente”), tan explosivo como el de Casas, la novela toma ademanes rítmicos de “31 de diciembre”. “La poesía es todo. Sólo se puede llegar a través de ella a esa construcción del agobio como algo que se respira. Esta noción del mundo por acabarse acompaña a unos personajes a los que el mundo se les derrumba. No quiero que nadie venga a explicarme cómo funciona un mundo que ya conozco y que es igual de arbitrario a lo que todos entendemos, pero nadie quiere aceptar”, explica María.
Se termina
Antes de “Todo muere salvo el mar”, María del Mar Ramón escribió “La manada” (2021) y el libro de ensayos “Coger y comer sin culpa” (2019). En su última novela, se transfiere su abordaje de la sexualidad y el deseo en los tiempos que corren. “Me gusta acompañar el erotismo con el duelo. Vivimos en una época en la que el amor está tan catalogado y creemos que lo entendemos”, observa.
Al mismo tiempo, aclara: “El trabajo de las feministas ha sido muy fundamental al decir que el amor romántico encubre relaciones de violencia; esa reflexión nos ha llevado también a la ilusión de esterilizar el amor, de categorizar todo lo que puede fallar. En un mundo lleno de formas de nomenclar todo lo que puede salir mal entre una pareja (ghosting, love bombing), lo que puede suceder en el desencuentro y en el encuentro con alguien, me gustó plasmar que esos problemas para ellos no existen... y, aun así, la relación de ellos se está acabando. ¿Por qué? Porque el amor se termina”.
En este sentido, consultada por el agotamiento del vínculo sexoafectivo entre Paula y Lucas, a pesar del buen sexo, señala: “Ellos cogen bien, se cogen a otros, se entienden. Pero hay algo que no termina de cerrar. En esa gran vida sexual, ese territorio donde no hay ningún tabú, desahogan sus duelos. Y algo empieza a desintegrarse y a lastimarlos de una manera que no vemos venir, pero que explica y cierra otras cosas. Me interesaba que esta pareja tuviera un problema que no se puede explicar, así como el mar y sus muchos misterios. Retomando la idea de Vir Cano, lo bello que es encontrarnos con lo que sucede cuando nos dejamos ser vulnerables con otros y otras”.
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