Domingo 24.11.2024
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María Rosa Lojo es poeta, narradora y ensayista. Su nutrida biografía cuenta, entre otros galardones, el Premio Municipal de Narrativa de Buenos Aires, el Premio Konex, la Medalla de la Hispanidad y el Gran Premio de Honor 2018 de la Sociedad Argentina de Escritores. Además, ingresó como Miembro de Honor a la Real Academia Gallega (2022) y fue declarada Personalidad Destacada en el ámbito de la Cultura por la Legislatura de la Ciudad de Buenos Aires (2023). Parte de sus libros se ha traducido al inglés, francés, italiano, gallego, tailandés y búlgaro.
Recientemente, Alfaguara reeditó “Cuerpos resplandecientes. Santos populares argentinos”. La versión ampliada del libro publicado originalmente en 2007 incluye una novedad: un texto dedicado a Diego Armando Maradona. “Esta es una obra difícil de clasificar, tiene elementos híbridos, un prólogo que es un estudio sobre el fenómeno de la santificación popular, y la serie de once cuentos (ficciones) que lo siguen”, comentó la autora en diálogo con El Litoral.
Preguntas
María Rosa trabajó toda la vida en el Conicet, donde se jubiló como investigadora principal. “Cuando me puse a trabajar en temas que hacen al imaginario social, leí lo que había disponible de antropología y sociología y actualicé las lecturas y el prólogo en esta reedición”, reconstruye la narradora y doctora en Letras por la UBA. Enlazado con “Historias ocultas en la Recoleta” y “Amores insólitos”, el libro está integrado por relatos que juegan con distintas posibilidades. Será por eso que disparó en su autora preguntas y ficciones. “La pregunta me lleva a la bibliografía, a investigar de qué se trata. Y la ficción, a conjeturar experiencias. En el caso de santos populares, quiénes pudieron cruzarse en su camino, imaginar situaciones, imaginar personas”.
¿Qué pasó con el hijo de la Difunta Correa? ¿Qué destino le tocó a ese niño milagroso surgido de la muerte? Se preguntaba Lojo. A partir de estos interrogantes, delineó el cuento inicial titulado “El hijo perdido”. Otro abordaje reciente, en este caso desde la dramaturgia, corresponde a Ignacio Bartolone quien bautiza al personaje como Bebo Puraleche en “La madre del desierto”, obra incluida en “La espada de pasto” (Rara Avis, 2021) y presentada en diferentes salas del país con las actuaciones de Alejandra Flechner y Juan Isola.
En el andamiaje narrativo de la escritora y académica hubo una atención especial en las posibilidades del infante: que se lo hubieran llevado los arrieros, que hubiera sido adoptado. Por su parte, la Difunta Correa “es un personaje casi divino: excede las posibilidades de cualquier madre normal, lo que ella hace es absolutamente heroico. Aquí, la autora enfatiza lo dicho anteriormente: cada historia es una vuelta de tuerca, un portal a diferentes perspectivas. “Hay cuentos que juntan dos personajes, como el Cura Brochero y Santos Guayama. Si bien el personaje oficial, canonizado es Brochero, él tiene un amigo muy curioso... nadie entendía esa amistad. Santos Guayama también es objeto de la devoción popular -pero la no canónica- y tiene vínculos con Martina Chapanay, otro personaje cuyano interesantísimo. O Pancho Sierra y la Madre María. El narrador del cuento es un ser solitario, fascinado con el objeto que persigue, Quiere destruir la reputación de aquello que, en realidad, es la única conexión que tiene con el mundo”.
Paréntesis de un redactor flaneur. Camino por la peatonal santafesina. Freno mi andar. Un libro amarillento. “Madre María. La primera sanadora. Vida, milagros y muerte de una santa latinoamericana”. Leo un pasaje al tuntún: “Humildad, perdón, caridad. Esas fueron las tres últimas palabras que en voz muy baja susurró la Madre María segundos antes de morir” (1998:67).
“En 2007 las devociones populares no eran un tema que tocara mucho la literatura”, indica la autora de “Cuerpos resplandecientes”. Foto: Gentileza Alfaguara.Forman (p)arte
María Rosa tiene en claro que “Cuerpos resplandecientes” trasunta su propia experiencia con el libro. Lo que se preguntaba, lo que decidió hacer, cómo lo hizo. “Como sujeto social, lo que yo vi en 2001 fue una explosión de devociones, atravesando clases sociales y, de manera transversal, estratos de instrucción”.
En este punto recuerda cuando a fines de los ‘90 fue a presentar “La princesa federal” en Corrientes. “Las profesoras que trabajaban para la Secretaría de Cultura me mostraron un altar bastante importante en la ruta del Gauchito Gil. Me comentaron que, si tuviéramos tiempo, podríamos pararnos y rendirle un homenaje, rezarle. Me sorprendió viniendo de quien venía: no eran personas no letradas o ignorantes como es el estereotipo que uno tiene de los devotos de estas figuras populares”.
Otra cosa que sorprendió a Lojo es la entrada de estas devociones a las grandes ciudades, provocando intervenciones artísticas e, incluso, la construcción de altares en instituciones educativas. “No solo se esperaban milagros o soluciones. Son devociones espontáneas, incluso las de aquellos que están canonizados por la Iglesia. Provocan una empatía, un sentimiento de pertenencia. Eso amalgama a personajes distintos entre sí y que responden a tipologías diversas. Forman parte de algo que percibimos como una compleja identidad colectiva. Tiene que ver con quiénes somos nosotros, los argentinos”.
Justicia y futuro
La palabra, su chispa, tiene un status a lo largo del libro. El cuento que resplandece en este punto es el que cierra la obra, el texto dedicado a D10s. “Maradona era un hombre ingenioso”, refiere Lojo. “Muchas frases suyas, expresiones muy coloquiales, siguen diciéndose hoy en el lenguaje popular. Tenía una inteligencia lingüística”.
Estoy en la radio. Escucho las efemérides del día 10 de noviembre, en Radio Nacional. En 2001 fue la despedida de Diego. Pasan el fragmento: “Yo me equivoqué y pagué. Pero... pero la pelota no se mancha”.
La autoridad (política, deportiva, la que fuere) es presentada como ignorante del lenguaje popular, como una entidad incapaz de captar los valores y los sufrimientos de estas personas. Lojo profundiza en este punto: “La negación de la autoridad está ligada a un sentimiento muy expandido en el mundo rural argentino y en el mundo popular durante todo el siglo XIX. Es la percepción de que no hay justicia para el pobre, tan clara en Martin Fierro y en los consejos del Viejo Vizcacha, un personaje horrible y cínico que está dando cuenta de algo que esas clases sociales sumergidas viven como una realidad. Como no hay justicia y la ley no sirve y, a veces, está en contra de los más pobres, hay una identificación con figuras que transgreden la ley como los bandidos rurales. El Gauchito, Vairoletto, de alguna manera los representan”.
Otra clave de lectura de “Cuerpos resplandecientes” es el eje de la temporalidad. La obra se mueve en un pasado-presente, pero la vista está puesta en el futuro. Allí esperarán, al parecer, la degradación del paisaje y del lenguaje, de la cultura, tragados por el desierto en una nación moderna. Lojo reconoce que esto tiene que ver con cosmovisiones antiguas que van desapareciendo. “Las lagunas van a terminar mutiladas y esa forma de vida de los laguneros, vida ancestral vinculada con la naturaleza, no va a seguir existiendo. Lo mismo que el caso de los desmontes en el país de la selva para la Telesita. Mi mito de referencia fue registrado en ese libro de Ricardo Rojas. Está en él ese sentimiento doloroso de contradicción: queremos progresar pero vamos a tener que renunciar a eso que es nuestra vida. Es la savia, lo que está por debajo, lo que circula. ¿Escuchamos esa música materna del universo? ¿Nos ponemos en sintonía con ella? ¿O estamos destrozando el universo? ¿O no entendemos nada de lo que viene de las bases, sea el mundo natural o el mundo cultural popular que nos interpela, nos convoca y nos llama?”
“Maradona es una figura masculina que rompe el mandato de que los hombres no lloran”, refiere la escritora sobre el texto agregado a la obra. Foto: Gentileza Alejandra LópezMadres
Las madres son muy importantes en los relatos, algo que la autora percibió al terminar de escribir el libro. Específicamente, en la presentación que tuvo lugar en Córdoba en 2007. La psicoanalista e investigadora Susana Romano Sued, encargada de la presentación junto a Cristina Bajo, le hizo notar a María Rosa cómo el libro giraba en torno a las figuras maternas. “Hay algo de las devociones populares que tiene que ver esencialmente con la protección y el cuidado. De estas figuras se espera compasión, empatía, protección. Que se involucren con uno. Muchas figuras son maternas y hay personajes que buscan un amparo maternal en el libro. Creo que los mejores cuentos del libro son los que se refieren a las madres”, destaca la entrevistada.
Lojo tiene claro que, al momento de ser publicado “Cuerpos resplandecientes”, ni la temática ni el abordaje eran muy comunes en la literatura. Por un lado, las devociones populares estaban reservadas a estudios folclóricos o muy especializados. Y, por el otro, no se hablaba mucho de transformismo, travestismo o transgenericidad en literatura. En el cuento “Reinas de la noche”, la autora trabaja sobre este tópico. “Es un artista varón transformista. Y es el hijo de una mujer cantante lírica, una mujer mayor que ya no canta. Se establece una relación entre tres tipos de arte: el arte considerado de alta cultura (la gran ópera), el arte alternativo bastante marginal (el transformismo) y el arte popular masivo (la bailanta). A Gilda le costó mucho abrirse paso en el mundo de la bailanta porque no respondía al estereotipo habitual de la cantante del género. Era una mujer delgadita, de rasgos finos. No era voluptuosa ni arrolladora como la mayoría de las cantantes de bailanta y tenía características eróticas pero también maternales. Había sido maestra jardinera, tenía una vinculación especial con los niños. Mujeres que tenían chicos enfermos, con problemas, se los empiezan a llevar a ella. Se da espontáneamente esa relación”.
Esto es crucial en cada una de las historias: ninguno de los personajes se atribuye teoría alguna sobre las enfermedades ni sobre la curación de éstas. Tampoco imparten consejos referidos a cómo tienen que vivir. “La gente iba a verlos. Rezaban con ellos o les daban, como Pancho Sierra, un agua de aljibe que no tenía nada de particular. Algunos estaban perplejos con lo que les pasaba. Era un efecto colateral de su figura carismática. Había fe”.
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Disculpe el spoiler, estimado/a lector/a. La última articulación narrativa, el breve “Un milagro que no se acabe nunca”, es el cierre que la obra venía pidiendo. Un enjambre de manos alzadas por Diego: en estadios, escuelas, oficinas, hospitales, cárceles, bares, clubes, casas, pasado, presente, futuro. Manos que podrían ser los once cuentos dispuestos por la fina táctica de la autora: La Difunta Correa, Almita Sibila, El Gauchito Gil, El Maruchito, La Telesita, El Cura Brochero y Santos Guayama, Ceferino Namuncurá, Pancho Sierra y la Madre María, Vairoletto, Gilda, Diego Maradona. Nómades en el desierto o en los escenarios, arrojados a la historia presente.
Sobre el último cuento, Lojo detalla: “Maradona es un portento del cual a él mismo le cuesta hacerse cargo. Siempre fue una persona incómoda para las mujeres que adheríamos al feminismo tradicional. Una figura con la que no se sabe qué hacer. La generación de feministas más jóvenes ha desarrollado una empatía particular con Maradona a partir también del mayor ingreso de las mujeres en el fútbol. Otro aspecto que destacan es que es el que rompió el mandato: hizo llorar a los machos”.
En “Un milagro que no se acabe nunca” se muestra un Maradona poco conocido, aquel que fue a Oxford a recibir el diploma de Maestro Inspirador de Soñadores. “Me parece una ocurrencia genial promovida por alguien que lo seguía, como Esteban Cichello. Esteban es un muchacho de origen muy humilde que siempre tuvo sueños. Conoce a Diego siendo botones de un hotel. Al mismo tiempo, es un apasionado de las lenguas, a las que se dedica durante su vida adulta. Maradona le muestra todo lo que se puede llegar a hacer aunque se parta desde muy abajo”.
La distinción está lejos de resultarle indiferente al campeón mundial 1986, a pesar de haber recibido tantas en toda su vida. “Se siente reconocido en un plano en el que no se reconoce a los futbolistas: el plano de la intelectualidad, la academia, el prestigio. Toda su disertación va orientada a que se vea a los futbolistas de otra manera. Maradona denuncia a los empresarios que convierten al fútbol en un mero negocio, es suya la idea de que el fútbol es un arte. Es hora de concluir con el estereotipo del futbolista rústico, primitivo, ineducado, incapaz de hablar. El futbolista es un artista. Y él lo era. Era alguien que tenía una genialidad particular. Hacía lo inesperado, no solamente lo excelente”.
En cuanto a su conexión divina, el cuento trabaja con el desdoblamiento del 10, la tercera persona. “Cuando la escritora representada en el relato lo interpela, Maradona intenta explicarse. Yo no soy el que hace milagros, le dice, yo soy el precio de Maradona, nada más. Soy un puente, un canal, que a veces se quiebra. Creo que todos los artistas, pequeños o grandes, sentimos lo mismo. Yo vivo, yo me dejo vivir para que Borges pueda tramar su literatura... elegí esta frase del texto ‘Borges y yo’ (El Hacedor) para este cuento. Eso es lo que los une, también, a Borges y a Maradona, dos artistas en esferas diferentes. El otro epígrafe, de ‘El Aleph’, se me ocurrió al ver muchas veces sus jugadas geniales en la pantalla. Ese puntito que se iba acercando, gambeteando, sorteando todos los obstáculos. Y aparecía el gol como un chispazo. Era un momento místico-cósmico, un punto de revelación. Como si los astros se alinearan”.
Gran don
Leonor Beuter, hija de Rosa, interviene con sus ilustraciones en esta edición remozada de “Cuerpos resplandecientes”. El encuentro filial remite a la creación comunitaria de “El libro de las Siniguales y el único Sinigual”. La obra visibiliza, en su imaginería y en su poética, los “vínculos con los seres pequeños sobrenaturales, tan amados por la cultura popular gallega y tan presentes en la vida cotidiana”.
La madre tiene grabado en su memoria el origen de dicho libro: “Recuerdo cuando Leonor apareció con unas muñequitas minúsculas que había fabricado. Muñecas de lana, gasa, tela y alambre, inspiradas en los tradicionales ‘Quitapenas’ de Centro América. Las había pensado al principio como un trabajo artesanal, incluso para vender, pero después se dio cuenta de que se trataba de seres únicos y de que a las Quitapenas ya se parecían muy poco. No obstante su singularidad individual, podía vérselas también como miembros de una especie nueva. Entonces me pidió que pensara para ellas una narrativa y así surgió un libro que tiene elementos mitológicos y legendarios y que, por otro lado, parodia con humor el lenguaje científico para describir a esta especie, compuesta de seres femeninos que no son brujas ni hadas, aunque se parezcan un poco a las dos categorías, y que se reproducen ‘mediante la ingeniería textil’, cosiéndose las unas a las otras”.
Para el final se guarda unas palabras para adjetivar la experiencia del trabajo conjunto entre ambas, que rebota claramente en el motivo de esta nota: “Ante todo, es un gran don, un regalo”.