Procedente de las Bahamas, Sidney Poitier, que acaba de fallecer a los 94 años, tuvo la suerte de nacer sietemesino y pillar a sus padres temporalmente en Miami. A los 17 aprovecharía su doble ciudadanía para regresar a Estados Unidos y trabajar de lo que fuese, con tal de mandar dinero a su familia. En 1943 no dudó en acudir a la II Guerra Mundial como parte del cuerpo médico del ejército. Al volver, solo pensó en hacer una cosa, la interpretación.
Trabajó como lavaplatos cuando decidió hacer una prueba para el American Negro Theatre. Leía tan mal que uno de los directores le dijo: "¿Por qué no dejas de intentar actuar y te buscas un trabajo lavando platos o algo así?". Poitier se dijo a sí mismo: "¿Cómo sabía que era lavaplatos?".
Pero su enorme talento derribó las puertas de Broadway. Entró a Hollywood por una pequeña rencilla, y la abrió de par en par para las generaciones venideras al convertirse en el primer actor afroamericano en ganar el Oscar protagonista. Quizás más importante todavía, fue el primero en ser considerado todo una estrella de Hollywood.
“Todos sufrimos la preocupación de que existe la perfección en el ser querido”, comentaba el actor. “Decidí en mi vida que no haría nada que no se reflejara positivamente en la vida de mi padre”.
Sidney Poitier ha sido una leyenda artística y social de la historia del cine, una que ha pasado a la historia convertida en mucho más que en una de las últimas glorias del viejo Hollywood. Pero a los artistas siempre hay que recordarlos por su arte y Sidney Poitier hizo buena la triste máxima de que para triunfar en un mundo hostil no solo tienes que ser igual de bueno que los demás, tienes que ser mucho mejor.
“Conocían las probabilidades que había en su contra. Aun así, esos cineastas perseveraron, hablando a través de su arte a lo mejor de todos nosotros”, comentó sobre los cineastas en los Oscar de 2002. “Y yo me beneficié de su esfuerzo. La industria se benefició de su esfuerzo. Estados Unidos se benefició de su esfuerzo. Y, en muchos sentidos, el mundo también se ha beneficiado de su esfuerzo”.
Recordamos lo más destacado de su filmografía, y cómo fue rompiendo estereotipos, en 10 películas.
Un rayo de luz (Joseph L. Mankiewicz, 1950)
La gran labor de Poitier en Broadway no pasó desapercibida para los entendidos. Un amante del teatro como el director de 'Eva al desnudo' le regaló su primer papel en el cine. Con guion del mismo Mankievicz, el rol de Poitier ya ejemplifica la ruptura de prejuicios que sería su carrera. Dos criminales blancos son heridos en un tiroteo y se encierran junto a un médico negro (Poitier) para que les cure. Tras morir irremediablemente uno de ellos, el criminal acusa al doctor de asesinato. La muchedumbre que sigue los acontecimientos la toma con el médico secuestrado, en lugar de con el criminal...
Semilla de maldad (Richard Brooks, 1955)
El siguiente gran papel secundario de Poitier fue más acorde, lamentablemente, con los estereotipos afroamericanos de la época. En una emocional precuela de 'Rebelión en las aulas', aquí nuestro protagonista interpreta a uno de los alumnos conflictivos y delincuentes principiantes con los que tendrá que lidiar el personaje de Glenn Ford. Otra película notable dirigida por otro gran nombre, Richard Brooks. Una muestra de que, incluso en los años 50, había un secundario negro llamado Poitier al que interesaba tener en el reparto.
La esclava libre (Raoul Walsh, 1957)
Raro sería hablar de la carrera de un gran actor afroamericano sin una película ambientada en las plantaciones sureñas en plena época de esclavitud. Aquí es un secundario al servicio del dueño de la plantación, el mismísimo Clark Gable, y de la mestiza que pasa de señora de la casa a esclava a la venta tras morir su padre, Yvonne Carlo. Dirigida por Raoul Walsh, en Technicolor y de gran factura técnica, es un papel poco rompedor y tópico, funcional, pero que supuso su llegada a las grandes ligas de Hollywood. Uno que nos recuerda, como es inevitable, al que le dio el también histórico Oscar a Hattie McDaniel por 'Lo que el viento se llevó'. Eso sí, aquí la crítica racial es parte fundamental de la trama.
Fugitivos (Stanley Kramer, 1958)
Stanley Kramer fue uno de los cineastas que más y mejor partido sacó a Poitier y también el que le dio su primer gran papel protagonista. Sí, hacía de fugitivo pero su compañero de fuga, el estiloso Tony Curtis, es blanco. Precisamente, es la tensión racial entre ellos la que compone la trama de la cinta. 'Fugitivos' es una película de fuga carcelaria, pero también una sobre de dos mundos, dos razas, que no se podían sentar juntas en el autobús, aprendiendo a colaborar. Fue su primera nominación al Oscar y, además, ganó su primer y único BAFTA de un total de seis nominaciones.
Los lirios del valle (Ralph Nelson, 1963)
Durante la década de los 50 Poitier se hizo fuerte en roles secundarios y alcanzó la primera plana, crítica, con 'Fugitivos', además de su pionero reconocimiento en los premios. En los sesenta, por otro lado, se convirtió en una estrella con todas las letras que todavía quedan del cartel de Hollywoodland. Quizás sea la película más floja de la lista, un cuento amable y rural sobre un manitas vagabundo (Poitier) que verá recompensado su trabajo ayudando a unas pobres monjas nada más que con cariño. Pero esas son las películas con las que se ganan Oscars. Con este papel tan bondadoso como carismático, todo hay que decirlo, de Poitier, logró hacer historia.
Un retazo de azul (Guy Green, 1965)
Como en 'Imitación a la vida', en los cincuenta y sesenta Hollywood intentaba romper estereotipos de género y presentar parejas interraciales. Para ello se utilizó mucho la figura del mestizo, una que se entendía como la de un personaje negro que ocultaba serlo, gracias a su piel clara, incluso a su pareja. Por supuesto, hasta que esta se daba cuenta. Esta cinta llevó el formato todavía más allá con la historia de amor entre Poitier y una infeliz joven ciega, bajo el yugo de una desagradable madre, que ignora que el hombre del que se ha enamorado es negro. De nuevo, un drama de grandes preguntas raciales donde funciona la historia de amor y que, a través de la ceguera, logra dejar en ridículo (en esta época costaba algo más que hoy en día) a los racistas.
Rebelión en las aulas (James Clavell, 1967)
Si, por lo que sea, Poitier se hubiera saltado 1967, hoy sería menos leyenda. En dicho año estrenó sus tres cintas más icónicas. De esta, de hecho, realizó una segunda parte muy al final de su carrera, en 1996, que fue directa para televisión. El tópico se ha repetido mil veces, carismático y joven profesor llega a una problemática clase para cambiar las vidas de sus rebeldes alumnos con mucha mano izquierda. Pero esta es la mejor versión de tan manida historia, especialmente porque Poitier, pese a los roles a los que le condenó su color de piel, no brillaba tanto como fugitivo u obrero que como elegante, culto y carismático profesor, de impecable dicción y penetrante mirada. Ni se te pasaría por la cabeza intentar copiarte en el examen.
En el calor de la noche (Norman Jewison, 1967)
Entre tantas y tantas películas en las que un personaje negro se ve en peligro por la masa racista repleta de odio e incultura de un pequeño pueblo sureño, la película de Norman Jewison continúa siendo la referencia. Todo comienza cuando, en una pequeña población del Mississippi, se encuentra un cadáver y el Jefe de policía (excepcional Rod Stiger) detiene e interroga como sospechoso al único hombre de color que pasaba por el pueblo. Sidney Poitier resulta ser un dotado inspector de policía que tarda poco en demostrar al personaje de Stiger que lo necesitará para resolver el caso. Lamentablemente, lo que descubre en una red de odio y racismo que, por negro y por forastero, la población no está dispuesta a enseñarle. Funciona, además, como bello enlace a su debut cinematográfico, 'Un rayo de luz'. En ambos, seas policía o médico, el color de la piel demuestra ser más importante que un crimen.
Adivina quién viene esta noche (Stanley Kramer, 1967)
Quien quiera disfrutar de un recital interpretativo que no dude en ponerse este íntimo drama familiar de Stanley Kramer en el que Poitier es un médico que acude a conocer a sus suegros. Interpretados por la deslumbrante Katharine Hepburn y Spencer Tracy en uno de los mejores trabajos de sus carreras (lo cual es mucho, pero que mucho decir), el color de piel de su, por otra parte, perfecto yerno desata una serie de rencillas familiares. Una disección de los "micro-racismos" que no necesita de linchamientos públicos para dramatizar sobre el estigma social de la raza.
Chacal (Michael Caton-Jones, 1997)
Con los setenta se apagó el ritmo de trabajo de un Poitier que vivió a partir de entonces entre películas de segunda categoría y la televisión. Más suerte tuvo al final de su carrera con cintas como 'Dispara a matar' (1988), 'Los fisgones' (1992) o la miniserie televisiva con Burt Lancaster, 'Enfrentados' (1991). En el 96 llegó la segunda parte de 'Rebelión en las aulas' y continúo en la pequeña pantalla hasta 'El constructor de sueños', en 2001. Sin embargo, fue este irregular remake de la película de Zinnemann en 1973 su despedida del cine. Poitier aquí es el director del FBI que se verá obligado a recurrir a la desesperada a la ayuda de un preso del IRA (Richard Gere) para cazar a un implacable asesino (Bruce Willis). No, en la actualidad todavía no ha habido un director de FBI de color, pero siempre nos quedará Poitier.