Viernes 23.8.2024
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En 2010, se reunieron María Teresa Andruetto, Esther Cross y Leopoldo Brizuela y resolvieron entregar el primer premio en el género “Novela” del Concurso Régimen de Fomento a la Producción Literaria Nacional y Estímulo a la Industria Editorial, Fondo Nacional de las Artes, a Mercedes Araujo por “La hija de la cabra”.
Catorce años después, y con el reconocimiento de una nutrida comunidad de escritores y escritoras (Gabriela Cabezón Cámara, Pilar Quintana, Julián López, Inés Garland, María Sonia Cristoff), el libro fue reeditado por Lumen. Desde la perspectiva de la narradora mendocina, ese gesto representa “una nueva oportunidad para la novela”.
En sistema
En el medio, apareció “Botánica sentimental” (Lumen, 2022). Y, con esta novela, la idea de una trilogía (incompleta) con una variación de escenario: desierto-oasis-desierto. “Leerla en sistema es una buena noticia para mi escritura”, sintetiza Araujo a El Litoral.
Mercedes asume que el hiato la tentó de hacer algunas correcciones, más en el estilo que la trama o los personajes. Igualmente, algo fue modificado. “La novela tiene una construcción con el lenguaje que se basa muchas veces en la reiteración. En esta nueva versión bajé el nivel de reiteración que tenía la primera, hay una insistencia obsesiva como recurso”.
A lo largo de la novela se advierte el paso de mando de la voz de los sujetos. “La hija de la cabra” opera al modo de un artefacto democrático. “No es necesariamente una obra coral donde los personajes van tomando su primera persona en el momento en que se las otorga la narradora, sino de manera más arbitraria. Por la propia necesidad de decir de cada personaje. Esta voz narradora no está tan en control de cuándo el personaje toma su primera persona y cuándo no”.
Territorio y libertad
Sara Gallardo y Antonio Di Benedetto marcaron el pulso de la novela de distintos modos. A ellos se abrazó Mercedes para confeccionar “La hija de la cabra”.
“Eisejuaz” la influyó mucho en relación a la libertad. “La posible libertad de tomar otra voz, completamente ajena, e intentarlo desde la sintaxis. No solamente desde la historia que se va a contar. Hacer una intervención en el lenguaje para que nos parezca otro. Para que nos parezca el de otro o el de la otredad”.
De la “trilogía de la espera”, compuesta por “Zama”, “El silenciero” y “Los suicidas”, sin dudas el primero de ellos -con versión cinematográfica dirigida por Lucrecia Martel y con Daniel Giménez Cacho interpretando notablemente a don Zama- se impone como afluente. Por su mirada sobre la tierra, la hechura fantasmal del paisaje como posibilidad de existencia. “Un mundo en donde el territorio no es una locación. En ese lugar todo está en conflicto, incluso el paisaje mismo”, desgrana.
“Mi intento fue volver a poner la sexualidad en ese lugar de la bestialidad”, relata Mercedes sobre uno de los puntales de la novela. Foto: Gentileza RandomPartitura
Consultada por un posible impacto de Ricardo Zelarayán en su articulación lingüística, Araujo cuenta que, si bien lo leyó como poeta, no lo tuvo presente en el momento de la escritura. “Pero, a veces, las influencias son mucho más imperceptibles, llegan de maneras misteriosas”. Y eso se puede olfatear en tres decisiones de estilo: el modo de verbear con diptongos, la adjetivación a través de acciones y el apareamiento entre los sustantivos.
“Es un trabajo que probablemente no sale en la primera escritura”, explica la entrevistada. “Una vez que estás trabajando con el lenguaje, intentar ponerlo en tensión. Buscarle la música apropiada, el ritmo. La idea del texto como partitura. Yo creo que ahí funciona esa música, ese melos que está dado por la construcción sintáctica que, en muchos casos, prescinde del verbo y casi que el sustantivo se convierte en verbo o lleva adelante la acción. Hay algo que empieza a funcionar de esa manera. No todo es consciente. Muchos trabajos son del orden de lo intuitivo en relación al lenguaje”. Por eso no extraña lo que elija sentenciar lo siguiente, segundos antes de que la pantalla se autodestruya al mejor estilo Inspector Gadget. “Las personas en las que más confío son los poetas”.
Enredando
“Despegué los párpados tan pausadamente como si elaborara el alba”. Con esta reflexión Zama empieza a despedirse del mundo. Otra resonancia que podría inscribirse en el pellejo del personaje del blanco. Mercedes obra en la novela con la maleza de la flora y la braveza de la fauna, como quien desenhebra el eje sensorial de la mirada (Mascia dixit) para cargar esos insumos visuales en el eje sensorial de la voz, la enunciación oral.
En medio de las idas y vueltas entre los hablantes, un registro de la Ilustración llega desde la urbe: Martinelli. “Su mirada del mundo está marcada por la pertenencia a esa cosmogonía. Da un poco de respiro porque permite leer las dos claves: la del extranjero que finalmente somos cada uno de nosotros, y la posible trama de quienes vivieron en esa tierra. Por supuesto, se va enredando”.
En “la vereda de enfrente”, los habitantes de las lagunas de Guanacache tienen una cosmogonía atravesada por la interacción con sus dioses, los animales y la tierra. Su relación con el lenguaje es del orden de lo sagrado: están intentando decir. No es sólo lo que se enuncia, sino todo lo que podés ser como existencia. Ese lenguaje implica la conversación con lo que no es humano: lo que podés escuchar de lo que la tierra o el cielo están diciendo”.
Araujo urdió ese lenguaje de amores, gualichos y murmuraciones activando el carbón de la imaginación con el fueguito de las lecturas. Por ese vericueto se colaron las tragedias griegas, el Antiguo Testamento y Shakespeare. “Desde muy chica me impactó el texto bíblico. La dinámica de la tragedia en donde los dioses toman venganza sobre las personas. Y, a su vez, las personas intentan cobrarse los favores o las maldiciones de los dioses. Los personajes te atraviesan con esas pasiones: las historias las viven”.
“Me encantan las novelas para estudiar cosas que de otra manera quizá no estudiaría”, reconoce la autora mendocina. Foto: Gentileza Alejandra LópezBestia nocturna
“La hija de la cabra” se escribió en Buenos Aires. Fueron sesiones de redacción nocturna en computadora. De este modo lo registra la memoria de Mercedes: “Yo trabajaba durante el día. A la noche tenía este espacio de escritura así que tiene ese tono. Estaba muy entretenida haciendo la novela. Me encantan las novelas para estudiar cosas que de otra manera quizá no estudiaría”. Leía antropología y tomaba notas en su cuaderno. Entre los intereses que guiaron su búsqueda estaban el modo de vida en el desierto por esos años, la cultura del momento, los utensilios de la época.
A lo largo de la historia contada en el libro, la fuerza crepuscular representa una conjugación de drama, tradiciones y miedos. Al mismo tiempo, la regencia lunar choca con la aridez cegadora del calor desértico. “Pensar la noche viene fantástico porque hay que deshacerse de todo lo que uno tiene a mano. Tenés que prescindir de lo que te rodea, de la contemporaneidad, de la luz eléctrica. ¿Qué pasaría si no tuviéramos esa luz artificial que ahora inunda todo?”, indaga la autora.
Otro de los ejes de la obra es el tratamiento de los cuerpos humanos y animales. Aparecen desagregados, desanudados, despellejados. Momia, cadáver, piltrafa. Como carnes y pieles. Pretérito de la carroña. Son corporalidades que no se encuentran, en todo caso se atropellan. El blanco y la Juana hacen todo lo que dice Girondo que hacen en “12” y más. “La sexualidad es uno de los elementos que compartimos con el resto de los animales”, explica Araujo. “Estamos tan atravesados por la cultura que nos olvidamos. Hemos construido ese mito de que no somos animales mamíferos. Mi intento fue sacar la sexualidad de las convenciones civilizadas y volverla a poner en ese lugar de la bestialidad”.
Serio problema
Además de escritora, Mercedes Araujo es abogada y se especializó en Derecho de Aguas. “La preocupación ambiental es anterior a la obra”, señala al respecto. Con estar un par de días en Mendoza se puede advertir que el cuidado del agua forma parte del ADN cuyano. “Es una cultura que tiene incorporado absolutamente el valor del agua y las formas de distribución pero también la riqueza que eso trae a quien la tiene y la pobreza que trae a quien no la tiene”, resume Mercedes.
Desde su época de estudiante hasta el día de hoy, Araujo mantiene su inquietud por cómo se reparte el agua. “Las lagunas eran de una riqueza en biodiversidad, pero se secaron por la toma de aguas arriba de la ciudad colonial. Es una apropiación que hace la colonia de lo más vital, el agua. Me sigue interesando quién se apropia de los recursos naturales, cómo es esa distribución falsa de la riqueza. Porque está fundada en el mito de que la tierra está ahí para que nosotros la dominemos. Entonces, la preocupación de que la tierra hable permanentemente es una búsqueda en estos textos”.
El desierto va astillando a cada uno de los personajes. Cunampas nombra la maledicencia: “En esta tierra no hay alegría”. Al trote se lee: “El tiempo es un nudo”. No desde el lado del tiempo -aunque bien podría ser así- aparece el cante de Pau Donés. El video en blanco y negro. La oración: “Razón y piel / difícil mezcla / Agua y sed / serio problema”. Como si el Flaco Spinetta le dictara al oído la canción 5 de “Artaud”, Mercedes se guarda para el final una de las claves del texto: la sed verdadera. “Lo ideal sería que empieces a tener sed mientras estás leyendo la novela. Esta idea que Martinelli repite, la de los humores del desierto, es la vida en la escasez. No pensamos en el agua hasta que no la tenemos. Y a pesar de que está trabajado en un pasado, es un problema con el que vamos hacia el futuro. El desierto transforma, el desierto tuerce, el desierto te obliga a entender que estás en un desierto”.
Ahora llega -o queda- un eco. Es la voz de Marcos Mundstock. Cómo olvidarla. Habla de ciertos oasis poblados y de ciertos desiertos desiertos.