Roberto Schneider
Roberto Schneider
Lucas Ranzani se caracteriza en “Amado y perdido”, la nueva obra de la Comedia de la UNL, por su rechazo a la nitidez y su fascinación por la ambigüedad. Ambigüedad que cubre un proyecto interesante como éste, por eso la pieza tiene aristas de intriga, pero no conmueve. Sus personajes se mantienen como congelados en su incertidumbre y repiten situaciones sin decidirse a modificarlas o resolverlas. El autor expresa sólo parcialmente los impulsos que mueven a sus criaturas y de esta imparcialidad surgen infinitas posibilidades de acción que generan dosis de suspenso. Sus diálogos casi coloquiales revelan una carga ominosa porque para este joven dramaturgo el habla tan “mecanizado” (el de las redes sociales) sólo entorpece el contacto humano.
Ranzani juega en su obra con el humor, un humor que proviene casi del absurdo y que muchas veces oculta el miedo. Como muy bien se sostiene en el programa de mano, “en una habitación oscura el brillo de una computadora nos muestra el rostro enamorado de Lucía (extraordinaria Julieta Vigo)... La investigación, los amigos en común —Manuel, de perfil público y misterioso-, su familia y la de ella hacen que se vea envuelta en una búsqueda, rodeada de personajes extraños que más que ayudarla la dejan rezagada”. Ésta y otras situaciones le permiten jugar al autor con el amor, con los celos, la realidad, las apariencias y las pesadillas que perturban las relaciones humanas, esencialmente las que dominan el contacto con la virtualidad.
De tal modo, los impulsos reprimidos planean sobre las actitudes de los personajes. La totalidad queda sin un atisbo de pasión y menos de afecto entre esos seres desamparados. Tal vez sólo un odio celosamente guardado contra ellos mismos por no tener el coraje de terminar definitivamente con una relación vacía de significado. Desde la dirección del espectáculo, el mismo Ranzani imprime un tratamiento contenido que suprime emociones, como si los personajes estuvieran distanciados de sí mismos. El hastío prevalece sobre los impulsos y el costado crítico se impone sobre el accionar dramático para pintar el vacío de determinadas clases sociales.
Sobre la escena está Raúl Kreig que junto a Vigo demuestran la perfecta química que tienen entre ellos. El primero ofrece una actuación matizada, emotiva y excelente. El de ella es el personaje mejor dibujado y la actriz obtiene los mejores matices a partir de una actuación exquisita, comprometida en cuerpo y voz. Están muy bien acompañados por Carolina Cano y Adrián Cáceres, quienes resuelven con indisimulable entrega a sus atribulados personajes. Es correcta Noelia Nescier y subyuga una vez más (en esta oportunidad desde la pantalla) la indiscutible presencia escénica de Selma López.
Aporta teatralidad la estupenda música original de Esteban Coutaz; es bueno el maquillaje de Gastón Gerstner, y tienen corrección la escenografía de Demián Sánchez y el vestuario de Virginia Gutiérrez. Asume la codirección Lautaro Perín. Todo acentúa la incomunicación irreparable y loca que provoca, al menos en esta propuesta, la virtualidad. Que permite, sí, sobrevivir a la natural caída de todas las máscaras.