Hijo de padres vasco-franceses residentes en París, su padre era sastre y su madre, profesora de piano. En su adolescencia estudió Derecho y trabajó en una agencia de publicidad. A los 18 años, decidió consagrar su vida al teatro y se convirtió en el secretario de Louis Jouvet (eso dice Wikipedia) Así presentan a Jean Anouilh que escribió “Antígona”, también “Orquesta de señoritas”, originalmente: “La Orquesta”.
Propuesta de análisis, para entender Anouilh es necesario rodear “Antígona” y atacarla. También lo que le sucede a cualquiera de modo elemental. Asistir a la representación de “Orquesta de señoritas” y listo.
Cinco posiciones dramáticas, dice Steiner, son el eje de “Antígona” y su persistencia: pelea entre hombres y mujeres, entre la vejez y la juventud, entre la sociedad y el individuo, entre los seres humanos y la divinidad (las leyes de los hombres y las de los dioses) y entre el mundo de los vivos y el de los muertos. Aconsejo leer las crónicas de Georges Steiner en el New Yorker. Admiración inmensa por la mirada de este tipo. Y envidia, claro, la envidia es uno de los siete pecados capitales, no hay envidia sana. Lo envidio. Léanlo. Puede aplicarse a los metatextos por debajo de Orquesta.
“Los personajes que aquí ven les representarán la historia de Antígona. Antígona es la chica flaca que está sentada allí, callada. Mira hacia adelante. Piensa. Piensa que será Antígona dentro de un instante, que surgirá súbitamente de la flaca muchacha morena y reconcentrada a quien nadie tomaba en serio en la familia y que se erguirá sola frente al mundo, sola frente a Creón, su tío, que es el rey. Piensa que va a morir, que es joven y que también a ella le hubiera gustado vivir...”.
El párrafo anterior, tomado de la traducción de “Antígona” atribuida a Aurora Bernárdez, es un texto que define lo que vendrá, acomoda al espectador y redimensiona el espectáculo teatral. Sabemos qué va a pasar y allí quedamos. Eso es Anouilh. No hay alegría, no hay escape.
Anouilh escribió “Orquesta de señoritas”. La fecha mas cercana de los pesimismos, de las “negruras” del autor se encuentran en los sucesos es 1950 (para ubicarla). Sartre, Camus, la mirada europea sobre la vida, la muerte, las guerras. Eso aparece en Anouilh. Nunca fue, nunca es, nunca será alegre. En rigor: fue escrita en 1962. Igual, hace tanto...
Berta Singerman estrenó “La Orquesta”, con su compañía y Rosa Rosen en otro papel importante, pero la obra volvería en los setenta, retitulada “Orquesta de señoritas” y, gracias a la ocurrencia clarividente de su director, Jorge Petraglia, con los roles femeninos (hay un solo varón, el pianista) asignados a hombres. Tuvo tanto éxito que las temporadas se extendieron entre 1974 y 1981, incluidas giras por el interior del país y España.
No recordar a Petraglia y su incidencia en el Teatro Disruptivo (se me ocurre ahora identificarlo así) en el avance sobre lo almidonado y agónico del Teatro Nacional es olvidarse una piedra del tamaño de una montaña.
La trama es, en realidad, el retrato es el de un patético y decadente conjunto de mujeres instrumentistas, destinado a entretener con música liviana a los comensales del restaurante de un balneario, cuyas frustradas integrantes se aferran torpemente a un estilo de vida anticuado que se evaporó en la inmediata posguerra. Retratos de vida. Repito, de vidaaaa.
“A pesar de la tragedia final y el planteo inicial de comedia dramática, los diálogos brillantes y el humor ácido, la convierten en farsa de irresistible comicidad”. Por cierto, muy inteligente. Petraglia provoca esos conceptos.
La obra está en la temporada marplatense, se debe insistir y lo hago: esta no es aquella.
“Orquesta de señoritas” sigue en cartel en La Bancaria, ubicado en San Luis 2069. Bajo la dirección de Jorge Paccini, actúan Gonzalo Pedalino, Carlos Vega, Néstor Grotadaura, Sergio Hernández, Carlos De Pratti, Ezequiel Fiego y Daniel Rivas.
No está la tragedia final, ni está la cruel comicidad. Anouilh avanza sobre defectos físicos, promiscuidad, bajezas, simulación sin ningún remilgo. El pianista (la/el pianista y el hallazgo, que ése sea hombre sin disfraz) termina por plantear el juego -la obra- de la doble, triple vara. Eso propone el texto. Esposa enferma, amante cercana, torpeza y flaqueza en el carácter y las decisiones son un retrato que no se consigue Es el eje. No está. La directora de La Orquesta y su juego con el imaginario empresario es dicho con la rapidez de quien quiere llegar al parlamento siguiente. La amante despechada, como la solterona y la matrona no son mas que trazos gruesos que Anouilh plantea como “puerta de entrada” y que, una vez perfilados los personajes, cada uno de ellos debe volar, hacer estallar la tranquilidad del espectador. Pedido del autor: Eso que ofertan arriba es la vida escondida de los que están en la platea. No sucede. El simple juego de los instrumentos y su simulación era una parte básica del juego verdad / broma / aceptación del juego, cruce de la “cuarta pared”, convenio claro: es broma, sígannos pero...
No se oye bien a Jean Anouilh. Esta orquesta desafina. Al extender los parlamentos el fenómeno es de cansancio y uno debe preguntarse: ¿cómo es posible que canse una obra donde el retruécano y la doble intención están en cada parlamento, en cada gesto...? La respuesta aparece si decimos: Esta es una orquesta que no toca Anouilh y caramba, ésa, sólo esa era la partitura.