Con la flamante publicación de “Nada sucede dos veces”, el escritor y periodista reafirma su condición: la de un observador de la realidad al detalle, que con trazo fino se mete en el fango del presente para retratar personas que impactaron en la historia del país y en su historia personal.
“Lo que trato de hacer es capturar un momento de un personaje en el que esa realidad esté un poco más aquietada. A veces se logra y a veces no”, resume Perantuono. Foto: Gentileza Gio Alma
“Nada sucede dos veces” es un libro de Pablo Perantuono que recopila una selección de producciones de 2006 a 2022. Publicado por La Crujía, el trabajo consta de dos partes: la primera reúne dieciséis entrevistas y perfiles a personajes públicos de arenas diversas (política, artes, periodismo, deportes), la segunda son crónicas a corazón abierto. El entramado termina formando una constelación, pero es, ante todo, una casa de puertas abiertas: no será raro ver a ciertos personajes salir de las cuatro paredes y cruzar palabras con algún vecino.
En diálogo con El Litoral, el periodista y escritor consideró que “en su mayoría son (textos) abrumadoramente contemporáneos, y creo que leyéndolos se pueden hallar señales o huellas de esta época y del tiempo que le toca vivir a cada uno de ellos, y también al lector”. Además, reflexionando acerca de la fuerza arrolladora del presente sobre algunas piezas, como los reportajes a Enrique Symns (fallecido el pasado 16 de marzo) y a Ricardo Darín (protagonista de la película nominada en la última edición de los Oscar, “Argentina, 1985”), agregó: “El periodismo en general está montado sobre la cinta transportadora de la realidad en velocidad fast forward. Lo que trato de hacer es capturar un momento de un personaje en el que esa realidad esté un poco más aquietada. A veces se logra y a veces no. A veces, el vértigo le deja espacio a la reflexión”.
Una obra
Hacía un tiempo que a Pablo le “daba vueltas por la cabeza la idea” que disparó “Nada sucede dos veces”. Oportuna, la propuesta de Matías Bauso (La Crujía) encontró agua en la pileta, y un nadador ávido por recorrerla. Perantuono, dice, “no lo esperaba, aunque lo deseaba”. Sospechaba de la condición aglutinante del libro, esa familiaridad que sólo permite el entramado en un todo, hilado fino, cuaderno, álbum con una “buena cantidad de personajes retratados desperdigados”. Esa tremenda potencia de convertir la suma de caracteres en algo superior. En, “perdón por la solemnidad -se excusará el entrevistado-, una obra”.
Repentinamente, también, apareció la frase de Wislawa Szymborska, extraída del poema “Nada dos veces” para titular el libro. “Creo que se adecúa mucho, en primer lugar porque con muchos de los personajes solo me encontré una vez, y segundo porque aun cuando con algunos (pocos) me encontré más veces, cada vez fue única y singular”. Además del aparato paratextual, cobran importancia las ilustraciones de Santiago Zabaleta, retratos de los entrevistados y entrevistadas. El estilo visual del artista, según el autor, “aporta mucho: les termina de dar vida a los perfiles”. Pero, remarca, a diferencia de la fotografía clásica -”cuyo protagonismo hubiera competido, tal vez, con el texto”-, los retratos “funcionan como un apéndice ilustrado, como una breve plataforma en la que el lector también puede detenerse”.
Honesto
En la primera parte de “Nada sucede dos veces” conviven personajes populares y marginales (en muchos casos, dentro de la misma persona); polémicos, aclamados, pero ante todo: inigualables. Ellos son, por orden de aparición en el escrito: Indio Solari, Enrique Symns, Andrés Calamaro, Jorge Serrano, Alejandro Zambra, Laura Fernández, Camila Sosa Villada, Jorge Asís, Palito Ortega, Ricardo Darín, Leonardo Favio, Guillermo Coppola, Ofelia Fernández, Daniel Hadad, Marcos Cytrinblum y Hermenegildo Sábat. ¿Por qué elegir estas figuras como corpus? ¿Cuáles fueron los criterios que orientaron dicha decisión?
“Cada uno de ellos me resonaba a mí. Uno sabe bien cuándo tiene una buena historia y cuándo no”, apunta Perantuono, compilador de su propia producción. Templado, con la lucidez que otorga el polvillo del tiempo transcurrido. “Por otro lado, la elección final fue dialogada con la gente de La Crujía, que se súper comprometió con el proyecto. En principio, había unos 22 o 23 perfiles, y fuimos afilando el número teniendo en cuenta que el corpus estuviese balanceado: que hubiese músicos, escritores, escritoras, empresarios, etc. Que fuera lo más heterogéneo posible, pero sin perder de vista su calidad”.
-¿Qué fue lo que más te sorprendió de aquellas producciones, nacidas al calor de la redacción y del home office, releídas con la calma del después, sin el apuro del deadline? ¿Te agarraron ganas de corregir, decir de otro modo, ampliar o reducir algo de lo escrito años atrás?
-Procuré ser lo más honesto posible conmigo mismo. Es decir, sabía que todo texto envejece, y no siempre lo hace bien; sin embargo, respeté cada una de las decisiones que tomé en su momento, porque por algo fueron hechas. Me hicieron ruido, por caso, algunas apreciaciones mías, o cierto tono celebratorio en el perfil de Cóppola, pero tuve muy en cuenta que fue, como dice el título, “un diálogo de otro tiempo”. Ocurrió en 2008, y ha pasado bastante agua debajo del puente. Dicho esto, si ocurrió que tuviera ganas de modificar algo, fue en lugares casi irrelevantes.
“Sabía que todo texto envejece, y no siempre lo hace bien; sin embargo, respeté cada una de las decisiones que tomé en su momento, porque por algo fueron hechas”, amplía el autor. Foto: Gentileza La Crujía
A dos aguas
La primera publicación de largo aliento para Pablo Perantuono salió de imprenta en 2018 y fue una novela: “Teoría del derrape”. Una vez abierto el grifo editorial, pareció formarse un océano de obras; lo que siguió, fue un dueto con Mariano del Mazo sobre una de sus pasiones: Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota (“Fuimos Reyes”, Planeta, 2021). El periodista fue dando paso al escritor. Y fue dejando, en el camino, cierto prejuicio o temor que lo acompañó durante años: escribir largo como “ese lujo, ese fetichismo reservado para unos pocos” (pág. 17).
Fue como una semilla, asiente entre caracteres el autor de “Nada sucede dos veces”. De hecho, “varios de los perfiles fueron elaborados en el mismo proceso de mi formación, o de aceptación, de mi condición de escritor, de narrador que se siente cómodo navegando a dos aguas: con un pie (o una mano) en la literatura pero con otro en el periodismo. Con la antena afilada para detectar cuándo y dónde detenerme y acelerar, pero con la libertad de elegir de qué”. No tan lejos de ello, alguna vez Caparrós le confesó a otro periodista-escritor, Diego Rojas: “Durante muchos años hice periodismo para poder escribir libros, ahora se diría que escribo libros para poder hacer periodismo”.
Los detalles
En su foto de perfil de WhatsApp, está de frente, celular en mano, gatillando una foto símil flogger. Pero su mirada apunta hacia arriba, a la derecha. Exactamente allí donde se encuentra el verdadero protagonista de la imagen: un gato negro. De costado, orejas alerta, el felino da la impresión de seguir la línea de fuga trazada por los ojos de Pablo. Tiene a tiro el objetivo. Entonces deja ver su identidad: Perantuono, periodista y escritor, es el gato.
En la página 150 parece exteriorizarse uno de los pilares del Método Perantuono: “todo suma”. La carta final de Camila Sosa Villada, su justeza literaria, juega con eso de que “nada sirve”, y en dicho gesto, por contraste juguetón, se asume que cada rastro, huella, lectura, escucha, observación e intuición, o sea, que todo adquiere sentido cuando se escribe -aunque eso mismo vaya contra las rutinas productivas y la lucha por la “primicia” de la que se jacta todo medio, casi sin excepción-. ¿Cómo trabaja el periodista, devenido escritor, desde ahí, sin caer en la desesperación? ¿De qué modo recorta y prioriza? ¿Cuánto se gana en emancipación y autodeterminación al salirse de ámbitos hegemónicos, y apostar por los alternativos, luchando en dos frente al menos, contra el látigo del tiempo y en defensa del estilo y de la voz, siempre gerundios?
Pablo reconoce que, ante todo, “fue un arduo trabajo de convencimiento personal. No digo que sea como plantar una bandera, pero sí tiene algo de terquedad hasta romántica. No soy ingenuo: la trayectoria -las millas de las que hablo al comienzo- son las que te permiten intentarlo. He pasado por casi todas las redacciones, y de todas ellas aprendí; en varias, porque me dieron herramientas, y en otras porque me hicieron dar cuenta, no sin desencanto, de que ahí no debía estar, pero debía atravesar la experiencia. En cuanto a lo de que ‘todo suma’, yo lo reformularía y diría ‘en los detalles está lo hermoso’. Esa despedida final de Camila, por caso, hablaba de alguien para quien la charla, se ve, no había valido tanto la pena como para justificar un viaje a Córdoba. No sé qué pensó Camila después de leer el perfil, pero para mí fue esencial haber estado en su casa, mirándola cara a cara, infiltrándome, al menos por un puñado de horas, en su intimidad”.
Toda una vida
En una entrevista, justamente, el poeta y sacerdote Hugo Mujica defendía la idea de que escribía para saber y no viceversa. Escribiendo, dijo por ahí, iba tanteando, buscando. Por la misma avenida, va el abordaje periodístico del género que realiza Laura Fernández, desde la óptica de Perantuono. La autora de “La señora Potter no es exactamente Santa Claus” es presentada por su interlocutor como alguien que “entrevista a autores de habla hispana e inglesa, en su mayoría consagrados, a quienes escruta, husmea, fagocita, captura sus métodos” (págs. 115-116).
¿Te resuena esa noción, Pablo? ¿Sentís identificación por ella? ”Ja, absolutamente”, responde. “Estoy hablando de mí también. Como dice Fabián Casas repitiendo a Charly García: ‘hay que afanar, pero afanar bien, para mejorar lo de uno’. Y concuerdo con aquello de que uno escribe para saber. En todo caso, es una arista más de esta aventura inabarcable que es tratar de explicarnos”.
-¿Cuáles fueron las entrevistas, perfiles y crónicas que más te impactaron? ¿Por qué?
-La de mi hermana Lucio, por obvias razones. La del Indio Solari, porque sabía que era histórica y porque para mí fue como patear un penal en una definición: no podía fallar. Y la crónica de la final de Qatar, porque estaba ahí, y porque sentí que toda una vida me había preparada para ello.
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