En nuestra historia hay vacíos y fragmentos, pero también eventos históricos acreditados. Es un hecho que el marinero Francisco del Puerto fue el primer europeo radicado en estas tierras. Un hecho olvidado. Injustamente olvidado.
Un intento por rescatar del olvido la historia jamás contada del fuerte de Sancti Spiritu (tercera parte).
En nuestra historia hay vacíos y fragmentos, pero también eventos históricos acreditados. Es un hecho que el marinero Francisco del Puerto fue el primer europeo radicado en estas tierras. Un hecho olvidado. Injustamente olvidado.
En 1516 con apenas 14 años llegó como grumete de la expedición de Juan Díaz de Solís, la primera incursión europea al Río de la Plata, la primera que terminó trágicamente; no sólo con la masacre de los forasteros, sino con canibalismo de los charrúas.
Inexplicablemente Francisco del Puerto no fue agredido. Por algo (o para algo) se le permitió sobrevivir.
Casi un niño, deambuló más de diez años por estas tierras salvajes, hasta que vio llegar a la expedición de Caboto en 1527. Se sumó a ellos y sirvió como traductor y baqueano.
Por su consejo se fundó Sancti Spiritu en ese lugar y no en otro. La confluencia de los ríos Carcarañá y Paraná Guazú.
Navegando por nuestras islas, aun agrestes, no dejo de pensar en Francisco Del Puerto. Un "Robinson Crusoe" jamás llevado al cine, apenas recordado en viejos textos.
La historia lo ha olvidado, la literatura no.
Roberto J. Payró en su obra "Mar Dulce" de 1927, lo presenta como el primero de los argentinos. El contexto de la época era reivindicar la conquista española, imperaba una mirada civilizadora del descubrimiento. Es que a principios del siglo XX se procuraba redimir la identidad criolla amenazada por la muchedumbre migratoria y por el embate imperialismo anglo americano.
Para que así se pueda leer las andanzas de Francisco del Puerto, Payró omite el encuentro con Caboto, y las últimas imágenes de su novela son las de él grumete viendo pasar las expediciones venideras, esperando al resto de los colonizadores. El escritor no deja dudas, apela a un final abierto y ambiguo, su figura puede prestarse al mito fundacional y ser funcional para el ideal argentino de aquellos años.
Una obviedad, narrar una historia del pasado significa, en gran medida, escribir sobre el presente, y el presente de Roberto J. Payró era de fe en el gran porvenir de una Argentina hispana, civilizada sobre el sacrificio de sus primeros descubridores.
Cincuenta años después, Juan José Saer en "El entenado", redefine a aquel héroe olvidado. De arranque se pone en sus zapatos y lo transcurre en primera persona.
A diferencia de los tiempos de Payró los años ochenta del siglo XX, acontecen en una crisis económica y política de magnitud en Sud América y en Argentina en particular.
Nuestro país, ha retornado a la senda de la libertad y desde ahí se interroga sobre su pertenencia, su origen y su identidad.
Saer pone en tela de juicio toda la conquista, los motivos, la política y la ética española de la época del descubrimiento. Sin duda, aunque no lo exprese, se identifica en la figura de Francisco del Puerto.
Ya viejo y establecido de regreso en España, cuenta su viaje de ida al Nuevo Mundo y de regreso al mundo del pseudoprogresismo. Entre líneas critica con mordacidad la civilización europea.
El escritor bien conocía la versión más difundida, la que ve a Francisco recogido por Caboto, y a partir de allí ha construido su relato. La del grumete viene a ser una traición ideológica y sentimental.
El protagonista termina sus días atormentado por sus interrogantes, sus dudas, sus recuerdos. Y lo más valioso, con su definido estilo mordaz, compele al lector a interrogarse sobre la verdad profunda de aquel hecho y de toda la historiografía de los vencedores.
Menos conocida, la novela "El grumete Francisco del Puerto" (2003) de Enrique Marí. En sus páginas nuestro joven aventurero aparece totalmente aindiado y, sin vacilaciones, pergeña la traición a sus coterráneos del viejo mundo.
Marí llena el silencio de la historia entre la muerte de Solís y la llegada de Caboto, navegando entre modelos narrativo disponibles y en su momento célebres, desde el antiguo texto Los Naufragios de Alvar Núñez Cabeza de Vaca a El Entenado de Saer – para describir el canibalismo: tristes y taciturnos como eran [los charrúas], no se jactaron de la ceremonia, degustaron la carne de sus enemigos sin alegría. Por venganza, por odio, sin duda no por hambre, más bien por poseer las virtudes del otro y reafirmar las propias.
Queda claro que el escritor aspira a cubrir todas las posibilidades interpretativas de la aventura de Francisco del Puerto, por una parte, lo indica como fundador de la identidad rioplatense dando énfasis sobre el rol fundacional del lenguaje. "Juntos (él y la india Jasyrendy) inventaron una nueva lengua, o al menos la lengua castellana adquirió otra musicalidad en las costas del Paraná". Pero, a renglón seguido, lo planta como traidor a su raza, emboscando a los españoles junto a los nativos.
No falta un final edulcorado y, al reencontrarse con Jasyrendy, descubre que ya ha nacido su hijo, el primer mestizo.
Quizás el primer argentino.
En este convulsionado siglo XXI, donde el sino socio cultural parece ser la mixtura, se me ocurre terminar este relato con una idea propia de la cultura oriental: Sólo la soberbia de los hombres puede hacer suponer que es él quien elige destino: son los caminos los que eligen, no los caminantes.